Quiero que sepan que todos los que digan que la Casa de Papel es una serie mala es un estúpido. Las dos primeras temporadas tienen una intensidad, un nivel de creatividad para elaborar escenas de acción que, a veces, uno entiende la comparación con Breaking Bad. Y los personajes ni se diga. ¿Qué tal la nieta de Lola Florez, Nairobi, con ese dejo andaluz y esa presencia larga, afilada como un puñal? Berlín, el pervertido más sexy de la televisión y la tensión sexual entre la inspectora Raquel y el Profesor, deleite para las sapiosexuales. Fue tan criminal lo que la plata, la sucia plata le hizo a La Casa de Papel, que lloro sobre esta página el vandalizaje de ver convertidos en simples caricaturas, en mamarrachos burdos, a mis personajes favoritos.
España vive un momento cumbre que, acaso, arrancó en su última etapa con las dos primeras temporadas de La casa. Esta quinta temporada, absurda, hueca, estúpida y deprimente como cualquier película de Caracol de un domingo en la tarde, no refleja ni el 20% de la esencia de la idea primaria de Alex Pina, el creador de la serie. La de hacer verosímil lo imposible. Lo de creernos el cuento que el Profesor es el putas, capaz de manejar todos los detalles de algo tan intrincado como robar la casa de la moneda de España. Ahora es músculo, revolcadas gratuitas, explosiones aparatosas. La plata es triste. En las primeras temporadas la limitación de presupuesto era un reto para la inteligencia de Pina y sus guionistas. Ahora pueden derribar un edificio si se les da la gana.
La serie terminaba con la imagen de El profesor y Raquel encontrándose en una isla del Caribe después de la tormenta. Punto final. La alargada, el culebrón, la avidez de comercial de, por ejemplo, llamar Bogotá a uno de sus nuevos personajes para ganar más adeptos en un país con pésimo gusto televisivo como Colombia, es impropio de una televisión tan poderosa como la española y una de esas trampas que a uno le hacen desconfiar tanto de Netflix, al menos con producciones que ellos fácilmente pueden manipular como son las hispanoamericanas. La casa de papel no es la única afectada. ¿Quién mató a Sara? De muy buena primera temporada, se desfonda en la segunda, todo producto del afán de sacar temporadas cada seis meses. Lo mismo pasó con La casa de las flores, exquisito melodrama en su primera temporada, abominable en su segunda y tercera. Las chicas de cable también se resienten después de su segunda temporada. No hay respeto por la integridad artística, lo único que importa es el billete.
Esto no sucede en otras plataformas. HBO Max, por ejemplo, está presentando maravillas como Veneno, miniserie sobre la trans más representativa de España, Maricón Perdido, la historia de la vida de Bob Pop, Arde Madrid, Paco León contando los años en los que Ava Gardner puso patas arriba la España de Franco, La peste, escabroso y exhaustivo retrato de la Sevilla de principios del Siglo XVI, aún encandilada con el descubrimiento de América o Antidisturbios, el mejor retrato que estos ojos bizcos han visto sobre las fuerzas de choque de la policía y el poder que los manipula.
Sé que son sordos y ciegos ante la verdad los que se sienten muy inteligentes porque nunca vieron uno solo de sus capítulos, pero también son estúpidos los que llegaron a este punto de La casa de papel sin ver sus hilos, la obviedad con la que está hecha. Es una lástima la descuartizada que le pegó Netflix a una historia que era perfecta hasta su segunda temporada y que la alargaron y la convirtieron en negocio, en trampa para que incautos se suscribieran a ella.