Quisiera estar feliz, pero no. Si bien #soycapaz me parece una excelente campaña del sector privado, no creo —ojalá me equivoque— que produzca nada diferente a lo de cualquier otro golpe publicitario: reposicionamiento de marcas e incremento de ventas. (Y burbujas de amor por todos lados, total septiembre es el “agosto” del amor y la amistad para los comerciantes). Algo así como una nueva imagen para las 120 empresas que se sumaron a la propuesta del presidente de la Andi, Bruce Mac Master, quien coronó hace pocos días el Everest del optimismo, quitándose los zapatos en El Nogal —en medio de los aplausos de sus variopintos compañeros de foto Benetton— con el fin de escenificar el objetivo de la iniciativa: los colombianos debemos ser capaces de ponernos en los zapatos del otro. Debemos, sí. ¿Queremos? ¿Podemos? ¿Sabemos?
(“Una mujer que confiese su edad es capaz de cualquier cosa”, me contestó la pintora Dora Ramírez, en una entrevista. Recuerdo la escena: las paredes del estudio forradas con cuadros de gran formato; la mesa de las pinturas atravesada por una bandeja de galleticas de jengibre; y la artista, vestida de mil colores, sonriendo divertida por entre un rojo absoluto que no respetaba los límites de sus labios. Y me quedó sonando la frase, es una especie de amuleto idiomático que huele a té verde y sabe a galleta recién horneada y que cada que reaparece, lo hace con fuerza recobrada. La última parte sobre todo: capaz de cualquier cosa. ¿Incluso de ponerse en los zapatos del otro? Tendrían que habérselo preguntado a Dora).
¿De qué Soy Capaz?, me pregunto. ¿De qué somos capaces (ojo: “capaz” tiene plural, es “capaces”; no “somos capaz”, “somos capaces”) los colombianos? De cualquier cosa, como no sea revelar la edad —casos de famosos los hay por montones y con nombres propios— y, mucho menos, ponernos en los zapatos del otro —nuestra historia diaria tatuada de corrupción, injusticia, indiferencia y violencia, lo demuestra— como con tan buena intención tratan de hacérnoslo creer los promotores, empacando en blanco 180 productos, enlazando emisoras y ensalzando egos, y adaptando eslóganes patrocinados a la manera de exitosos programas radiales (Fulanita: de qué Soy Capaz; Peranito: de qué Soy Capaz; Zutanito…). No señores. Para ser compasivos o, lo que es lo mismo, para ponerse en los zapatos del otro, repetir como loros entrenados #soycapaz, no es suficiente. Puede que ayude en algo a distender el ambiente, mas nunca llenará el agujero negro que la mala educación ha abierto no solo en las pruebas Pisa; en el respeto hacia los demás que nos hace mejores seres humanos, antes que alfiles de la competitividad. Es que —me da pena con ustedes empresarios, tan principales y sabidos— un entusiasmo coyuntural, cual es #soycapaz, no puede desembocar en una actitud estructural, cual es ponerse en los zapatos del otro. No importa cuántas canciones lindas se inventen los cantautores, ni cuántos compatriotas hagan pico de pajarito para corearlas, al final pasará lo que tiene que pasar: nada. Si lo sabrá Belisario que, junto con su ministro de Comunicaciones —el de los bigotes grandes— nos puso a pintar palomas en cachetes, cuadernos, aceras, paredes, espacios públicos, etcétera. Y qué paso. Nada. Es que el fin natural de cualquier propósito cimentado en el terreno movedizo de las emociones es desaparecer como el geniecillo de la lámpara. De símbolos perecederos estamos llenos.
“Buscamos dar un ejemplo a la sociedad para que todos asuman su responsabilidad de transformar al país a través de la reconciliación”, dice Mac Master, convencido —no tengo por qué dudarlo— de que así de fácil es la cosa: #soycapaz, chasqueo los dedos y se asoman por el sombrero las orejas de la reconciliación. Vaya, vaya. El buen ejemplo, para que cunda, habrá de darse, además, de otras maneras; menos mediáticas tal vez, pero más definitivas. Así como el anhelo compartido de transformar el país “a través de la reconciliación” sobrepasa a una consigna de escritorio. Por efectista que sea.
Puesta a escoger, entre el hashtag del momento y la sensata reflexión de Rodrigo Uprimny sobre la espinosa y manoseada “reconciliación”, el domingo pasado en El Espectador (… “No tenemos que ver al otro como un hermano, ni negar que las diferencias de visiones y de intereses persisten; pero dejamos de ver a nuestros rivales como enemigos que deben ser eliminados”…), #soycapaz de quedarme con la segunda alternativa. La que no asoma las orejas por el sombrero.
COPETE DE CREMA: ¿Para qué se desgasta tanto Bruce Mac Master—colaborador del presidente Santos hasta que llegó al gremio de los industriales, en reemplazo de Luis Carlos Villegas, actual embajador en USA— asegurando que la iniciativa nada tiene qué ver con el Gobierno, si casi nadie le cree?