Después de una larga ausencia en redes sociales al estar fuera del país, noté un curioso fenómeno, el vídeo de una mujer joven, de gafas redondas, hablando en tono altivo acerca de la situación sociopolítica del país. Se hace llamar “La pulla”, en una pobre alusión al poder punzante de sus palabras. Me tomé la molestia de mirar sus vídeos, analizar el por qué de su éxito rotundo en redes sociales. Sin embargo, no encontré más razón que un marketing bien pensado por parte de El Espectador.
Los argumentos de sus vídeos son obvios, carentes de profundidad, con un sentido del humor básico. Un teatrino de sobradez intelectual que apela a los lugares comunes de lo que se critica en internet: machismo, Álvaro Uribe, Alejandro Ordoñez, etc. Mucho ruido y pocas nueces, un regurgitado de opinión cuyo gancho es apelar a lo que todos ya saben, ya dicen, al "sex appeal" que despierta la persona que la encarna, a la vil identificación, truco barato igualmente usado por los escritores de best sellers.
Me atrevería a decir que si la gran mayoría de sus seguidores leyera un poco de derecho, historia colombiana, ciencia política y filosofía, y contrastara eso con la mera observación de lo que le rodea, haría juicios más profundos y pertinentes. Sin embargo, este ejercicio es más complejo, demanda más tiempo, da menos popularidad en internet y muy pocos estarían dispuestos a ello, así como muy pocos cambiarían “Los juegos del hambre” por “El señor de las moscas”.
No confío en la imparcialidad de un equipo pagado por uno de los grandes periódicos del país, por ende, no confío en el poder “agudo”, “punzante” y crítico de este bufón que confirma una triste realidad: la internet nos ha absorbido tanto que hasta lo que debemos pensar puede consumirse y asimilarse sin mediación del criterio propio.
Las palabras de "La pulla" no cortarían ni un ponqué de cumpleaños