Colombia está de plácemes, y no es para menos. Gustavo Petro cumple hoy 100 días al frente del Estado, y sus realizaciones son motivo suficiente para celebrar con bombo y platillos, banderas y pancartas, música y arengas y con cuantas otras expresiones de euforia haya para manifestar el beneplácito por tal conmemoración por parte de quienes algún día nos dejamos seducir por el verbo preciso y franco de este líder, por el brío que le ha impreso a la búsqueda de una Colombia más humana y, más recientemente, por sus promesas de campaña que, más que promesas, han sido la expresión de un compromiso irrenunciable con los más humildes.
Durante estos 100 días, el país ha comenzado a ver que por fin llegó al Palacio de Nariño Petro, un hombre con temple de estadista, capaz de poner al país a caminar soberano hacia un destino libremente definido, y no un ser manipulable por las castas oligárquicas ni manipulador del pueblo al que debe servir desde el gobierno que le ha sido confiado.
Gustavo Petro ha demostrado en estos 100 días que todo su interés lo tiene puesto en el cumplimiento de sus promesas de campaña, sin incurrir en engañosas ilusiones. Él bien sabe que tiene en oposición a una casta capaz de hacer ver contrarias a los intereses populares cuantas propuestas choquen con los suyos, no importa que ellas beneficien a un pueblo que ha estado condenado a sobrevivir con lo poco que cae de la mesa del rico epulón, ni que para impedirlas tenga que pasar por encima del código penal.
De esas promesas de campaña hace parte el propósito de ampliar la democracia, de cuyo cumplimiento podemos presentar como evidencia los actuales Diálogos Regionales Vinculantes. Son su objetivo lograr la participación ciudadana en la elaboración del Plan Nacional de Desarrollo, haciendo que la democracia no se limite a un simple ritual electoral de cada cuatro años, como lo ha sido hasta el presente, sino también una permanente oportunidad para que el pueblo exprese su sentir sobre la cosa pública, permitiéndole, además, participar en su manejo.
De allí la importancia que tiene la movilización conmemorativa de estos primeros 100 días y lo imperativo que resulta continuar realizándolas, bien sea para frenar a esa oposición cada que sea necesario, bien para apoyar cuantas iniciativas le convengan, bien para dejar por sentado que tal respaldo gira en torno a programas, y no a personas, y que su compromiso es a defenderlos e, incluso, a evitar que se desvíen de su propósito sin una causa que lo justifique. De esa envergadura y fines es la jornada de hoy.