Lo más espeluznante para Rafael Poveda de meterse a la celda del monstruo fue comprobar que no tiene alma. En las 20 horas que pasó junto a él entendió que el hombre que mató y violó a mas de 210 niños no se arrepiente del horror. Hay un detalle que marca esto. En algún momento de las extensas conversaciones Garavito habló de la biblia, de cómo se había grabado en la mente capítulos enteros de los evangelios. Sin embargo, Rafael, viejo zorro, le comentó, con la cámara apagada, que él sabía que tenía admiradores en Colombia. Su único ojo abierto–un cáncer le cerró el otro- se iluminó y le confesó, casi en susurro:
-No sólo en Colombia, tengo una admirado en Carolina del Norte y otro en Asturias. Ambos me escriben cartas y quieren ser como yo.
Minutos después, ya con la cámara encendida, Garavito, ante la pregunta, contestó con el ceño adusto:
- Es terrible que haya gente que me admire, son monstruos.
Las enfermeras que atienden a Garavito le tienen miedo. Afirman que escuchan voces en la noche, voces que no son de él, que no son humanas, como si tuviera conferencias con agentes del infierno.
Para Rafa Poveda, padre de un niño de 11 años, acercarse al monstruo es ver los ojos del demonio. Esa impresión es lo que se refleja en la conversación que tuvo con nosotros el director de Testigo Directo. Un relato espeluznante.
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