La prueba de que colombianos querían un mesías y obtuvieron un simple mortal

La prueba de que colombianos querían un mesías y obtuvieron un simple mortal

Las reformas que prometió Petro en campaña, parece que se esfuman o son más difíciles de realizar. En la reforma tributaria ya tuvo que cambiar varios artículos

Por: Marcos Velásquez
noviembre 01, 2022
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La prueba de que colombianos querían un mesías y obtuvieron un simple mortal

Si el rasgo unario de la historia de Colombia está trazado por los pincelazos de la conquista, donde es oportuno recordarlo: unos extranjeros desembarcaron en nuestras costas, encontraron una población indígena, con sociedades constituidas, no las respetaron y, valiéndose de los rezagos de sus cruzadas, impusieron sus creencias y saquearon el territorio.

Colombia en el “retorno de lo reprimido”, en su repetición, estará condenada a una repetición del goce, en tanto memoria del objeto perdido.

La escena la evidenciamos hoy con la propuesta de Gustavo Petro, quien quiere trabajar por la paz y asume las recomendaciones que le entregó la Comisión de la Verdad en su informe final.

Frente a esto, la oposición, que en algunos casos es una patética ejemplificación de la escena primaria que devela el trauma y su necesidad de gozar, ilustra cómo, antes que asumir posición frente al conquistador, el extranjero saqueador, para defender a su horda, se identifica con él para atacar a los suyos.

Sin frenos, empiezan a pensar como el extranjero e inician una perorata en defensa de lo indefendible, sin notar que, a través de sus palabras, brotan las perlas del fascismo que caracteriza toda conquista y su anhelado saqueo, al igual que las maneras en que administran estos su necesidad de despojo a una población que teniendo cómo y con qué sobrevivir, la llevan a la dependencia del depredador.

Esta repetición que aflora como memoria del objeto perdido, es la repetición conmemorativa de ese resto que, sin forzar el análisis hacia lo social, en la subjetividad de algunos representantes de la oposición, se exterioriza a través de la negación del alma afro, la maritornes que anhela una admiración de una belleza e inteligencia inexistentes y ni que decir, de esos “conquistadores” que sin saber qué son, ambicionan ser como su martirizador.

Continuamos en esta repetición de la identificación al destino, en la que el eterno retorno hace berrear al que sufre por la pérdida, como carnero privado de su loco vaivén, sabiendo que se acerca a algo que no quiere aceptar.

No en vano, en el 48, cuando el rezago de los criollos y de otros no tan criollos, pero apropiados de su complejo, hicieron lo que hicieron cuando un “indio negro” iba a derrotar a los delfines de la época.

Ahora, cuando pasó lo impensable para ellos, que la izquierda llegara al poder en Colombia, en una tierra de azulejos y rojizos vitrales que continúan iluminando las iglesias que conservan en su silencio las cruzadas, anudados al trauma, continúan en su imposibilidad sujetados a su esclavitud y a la identificación al amo de la conquista.

Niegan todo lo que ha ocurrido en estos últimos 60 años de desconocimiento de derechos humanos, donde se ha resistido a la construcción de paz, se desconoce la verdad y el dolor de las víctimas del conflicto interno, se le ha dado manejo a la democracia para que parezca tal, cuando no lo ha sido en tanto tal, el narcotráfico a partir de la década del 70 permeó todas las esferas de la sociedad, incluyendo la política, con ello, el incremento de la impunidad y las debilidades del acceso a la justicia, la seguridad en manos de y al servicio de y en confabulación con, y por ende, la inexistente voluntad de paz por parte de quienes continúan gozando de un imaginario de violencia, anulando la posibilidad de transferir esta a un nuevo constructo social que permita que todos quepamos y podamos vivir civilizadamente.

Preocupa la repetición en Colombia, cuando el Frente Nacional devino en una solución y fue causa para ahondar el problema de la exclusión democrática, produciendo un enraizamiento en el bipartidismo que ha venido culminando en el desgaste de los partidos políticos y el deterioro de la credibilidad en los mismos, al punto que en pleno Siglo XXI se continúa clamando por caudillos a falta de líderes políticos.

Resistirnos a la paz total, es síntoma de la imposibilidad de superar el trauma, así como aceptar la inmadurez afectiva que empuja al llanto, la queja y la violencia para resolver los problemas que los humanos tenemos que afrontar a partir del lenguaje, con tal de insistir en las nuevas significaciones que nos permitan superar lo vivido.

En este empuje a la repetición, Colombia tiene como enemiga de sí misma a la oposición, y a parte de ella, el presidente Gustavo Petro, a su Pacto Histórico, si este pretende lucrarse de su victoria y no continuar trabajando por la causa que permita transformar los restos de la desgracia que no se quiere aceptar.

También, quienes piensan que el trabajo que Petro está desarrollando, se hace solo y no tiene que continuarse en las regiones a partir de liderazgos concretos, defendiendo los principios de un gobierno que va en pro del bien común y no de la soledad común que hoy nos caracteriza.

Está en boga el afán de figurar, de ser ungido por el presidente para acceder algún cargo público, así como está de moda despotricar de todo lo que hace el gobierno actual y responsabilizarlo de los últimos 60 años que ha causado una historia donde el egoísmo, el miedo y la incapacidad de reconocer al otro como ciudadano, ha producido una sociedad tensa, falta de humor y afanada por salvarse a sí misma, llevándose por delante a todo quien no haga, piense o diga como las pequeñas masas, hoy mafias, mandan, porque es tanto el temor al amo, que lo han terminado admirando, al punto que hicieron de él, “el mal ejemplo del pueblo”.

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