La provocación como sentimiento humano se ubica en el terreno de las emociones. Son las ganas de algo, y cuando por fin se logra lo deseado, se llena y satisface al ser humano. Lo que provoca se da en la gastronomía, en el sexo, en la ludopatía y en la cleptomanía, que impulsa al enfermo de manera irresistible a robar objetos. Pero la provocación se encuentra en muchos otros estados, sentimientos o actividades cotidianas.
Otro tipo de provocación tiene que ver con el desafío individual o colectivo, con retar a la opinión pública, con acciones contrarias a lo normalmente esperado por la sociedad. Es el cinismo como actitud, cuando se miente con descaro y arrogancia. Contrario a lo que se piensa, la provocación no es una demostración de fortaleza: la terquedad, el comportamiento contumaz, el no dar el brazo a torcer, no reconocer errores, así como la respuesta represiva y violeta son síntomas de debilidad, miedo a perder el poder y carencia de firmes procesos argumentativos. La provocación es como el insulto; se recurre a él cuando no se tienen argumentos.
La provocación como recurso político es llevar la contraria a un gran sector de masas, claramente seleccionado, para desatar iras, frustraciones y venganzas de manera deliberada y previamente concebida. La temeraria acción es estudiada, calculada y sometida a un riguroso análisis por parte de los intereses en juego, que esperan pacientemente las posibles reacciones que surgen de este protervo accionar, y su propósito es capitalizar y cosechar a posteriori comportamientos irracionales de las masas. Es como un laboratorio donde se diseñan las eventuales estrategias de manipulación de política electoral, que a mediano plazo pondrán en marcha.
No de otra manera se entendería el nombramiento de Alberto Carrasquilla en el cargo de codirector del Banco de la República, y la coordinada y calculada renuncia de la esposa del candidato del llamado centro Alejandro Gaviria.
Después de una exitosa jornada de paro, que tuvo una duración de más de dos meses, observamos con asombro que el tecnócrata que atizó el fuego con la inoportuna y onerosa reforma tributaria que desató la ira popular y causó decenas de muertes de jóvenes, ese mismo perpetrador, es el designado en el alto cargo como premio. Lo anterior es una bofetada a las realidades sociales, normalmente desestimadas y subestimadas, con un negacionismo incomprensible de parte de un gobierno indolente. No voy a caer en la ingenuidad de decir que lo fáctico es una "desconexión con la realidad", como comúnmente se dice; por lo contrario: se cumplen fielmente los postulados extremos, que claramente expondrá en campaña la hirsuta derecha.
Pero las provocaciones no paran: se persigue el pensamiento diferente, se descalifican escritores y se determina que para ser aceptados tienen que ser "neutrales", o sea, castrarlos y convertirlos en eunucos, no tener ninguna opinión sobre nuestra situación social y política. Paradójicamente, esto se les pide a las personas que por su oficio y su formación intelectual más deben tenerla, precisamente por su permanente pensamiento crítico y su quehacer creativo en la literatura o en sus columnas de opinión.
Y siguen sin sonrojarse:
La defensa incompresible de los mercenarios en Haití, que lógicamente tienen derecho a la presunción de inocencia, el debido proceso y a un juicio justo. Pero la provocación consiste en que en nuestra propia casa tenemos miles de presos pudriéndose en unas condiciones impresionantes de hacinamiento, la mayoría sindicados que expiran su vida en bodegas diseñadas para seres humanos, llamadas eufemísticamente centros de rehabilitación, mientras que a los declarados asesinos en Haití, los provocadores de oficio, les dan un trato preferencial, cuidan de ellos y hasta la defensoría del pueblo se desplaza a este vecino país, en un acto visiblemente desproporcionado e inverosímil.
La provocación no puede ser gratuita, tiene un fondo ostensiblemente político. Se podrían citar muchos hechos que claramente demuestran una permanente provocación: la negligencia para tomar la decisión de destitución de la exministra de las MinTic Karen Abudinen; insistir hasta último momento realizar la fallida Copa América; contra todo sentimiento nacional, desafiar la protesta con la criminalización y la defensa del ministro Diego Molano; despreciar al comité del paro y, deliberadamente, llevarlo al desgaste, sin solucionar ninguna petición; vestir el traje de policía cuando los ánimos estaban más caldeados en contra de esta institución; desafiar la Comisión de la Verdad y con sus acciones y declaraciones claramente desconocerla; ir con todo contra la Justicia Transicional (JEP) y buscar su destrucción, afortunadamente malograda y finalmente la cereza que corona el pastel: hacer trizas la paz como programa de gobierno.
¿Qué se busca con todo esto?
Entiendo que es un comportamiento de una extrema derecha que ha sabido hacer la lectura precisa del miedo como arma o instrumento de dominación política. Ha sido tal el miedo que se le ha vendido a la gente que muchos pobres no saben distinguir quién es su verdadero opresor y caminan confundidos, dejando que los sesgados noticieros piensen por ellos.
Parece que hoy existe un despertar, se ha perdido el miedo, la juventud protagoniza un papel clave en el cambio. Se demostró con las contundentes movilizaciones del 21 de octubre y el 19 de noviembre de 2020, y de nuevo el 28 de abril de 2021 que sí se puede. Del otro lado tienen que reconocer sin ambages que han gobernado de manera equivocada, que el modelo de presidencia instrumentalizada por terceros no funcionó y que es inminente un cambio. Por lo anterior, por el conocimiento de la historia, por la dignidad y por mucho más estoy firme con el Pacto Histórico.