¿Funcionan las protestas virtuales?

¿Funcionan las protestas virtuales?

Aunque las redes sociales tienen gran poder e impacto, por sí mismas no son suficientes. El afán de reivindicación también debe expresarse en las calles

Por: Mario Fernando Muñoz Agredo
septiembre 01, 2020
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¿Funcionan las protestas virtuales?
Foto: PxFuel

Pretender escribir sobre el poder de las redes sociales en pleno año 2020 pudiese parecer un ejercicio inútil bajo la idea de que esta es ya una verdad de Perogrullo. Desde la tímida irrupción del Facebook, hace ya algo más dieciséis años, a esta fecha las redes sociales pasaron de ser un espacio de diversión, esparcimiento y publicación de trivialidades, a tornarse en un interesante espacio de reivindicación social, pero a la vez e infortunadamente de manipulación de la información, distorsión de la realidad y peor aún, un medio de control social.

En su edición del 29 de agosto del año en curso, el diario español El País presenta una importante columna de opinión titulada Pajarito, pajarito, di que soy el presidente más bonito; bajo tan infantil y caricaturesco nombre desarrolla la historia de un personaje igualmente infantil y caricaturesco: se refiere a Iván Duque Márquez, actual presidente de Colombia, quien aprovechando el escaso control legal referente al tema, ha invertido más de veinte mil millones de pesos en publicidad, gran parte de los cuales están dirigidos no a la promoción de sus ejecutorias gubernamentales, sino a paliar, camuflar o “desmentir” el descontento popular por su pobre gestión expresado en la red social Twitter. Con lo anterior resulta claro que el actual presidente colombiano no destina los recursos públicos de la Nación a cumplir con las políticas requeridas por el pueblo colombiano y consecuentemente a ser un gobernante capaz y relevante para los destinos del país, sino solo a parecer que lo es, distorsionando de esta manera la famosa máxima de Julio Cesar pronunciada a los Congrios, cuando refería que además de ser, se debe parecer.

Apartando lo anterior, es fácil advertir la importancia de las redes sociales en la producción, circulación y masificación de relatos que eventualmente puedan resultar incómodos al poder. No son pocas las historias publicadas en las redes sociales que controvierten y desmontan las narrativas gubernamentales; hoy en día cualquier persona tiene a mano, permanentemente, una cámara fotográfica o de video y un mecanismo eficaz de conexión a internet, con lo cual se han documentado y conocido públicamente, casi en tiempo real, por ejemplo, graves casos de exceso en la actuación de las fuerzas del Estado, que gracias a lo anterior, han resultado imposibles de negar o desmentir.

Y es que el poder de las redes sociales ha tomado tal dimensión, que el gobierno colombiano, en su afán de manipular la información y a través de ella la realidad, y obviamente rayando en la ilegalidad e inconstitucionalidad de sus medidas, ha ordenado un “perfilamiento” de tuiteros e influencers, a los que ha clasificado, según el contenido de sus publicaciones mensuales, en “negativos”, “positivos” y “neutros”. Para nadie es un secreto el peligro que representa en Colombia aparecer referenciado como “negativo” en semejante lista. Muchos de los tuiteros allí incluidos, advirtieron con razón, sentir que el gobierno les había colgado una diana en la espalda. Para nadie es un secreto tampoco, que una medida semejante atenta contra la libertad de opinión e información, erigida como una de las conquistas más caras en una sociedad que se precie de llamarse “democrática”.

Todo lo anterior muestra como no es cierto que la simple publicación de una nota crítica de las ejecutorias gubernamentales en las redes sociales, se quede en algo así como el “llanto de una plañidera”; no, ese ejercicio simple y pequeño de la libertad de expresión de cada uno de nosotros desde nuestras redes sociales, tiene poder y relevancia real. Poder de impacto y capacidad de producir cambios. Recuérdese, para citar solo un ejemplo, cómo hacía finales de 2018 el gobierno nacional reversó el nombramiento de Mario Javier Pacheco en la dirección del Centro Nacional de Memoria Histórica, por la fuerte presión que se hizo desde las redes sociales en contra del mismo, en las cuales se denunciaba su evidente animadversión frente al centro que pretendía dirigir. Tal como el anterior, son múltiples y muy variados los esfuerzos de canalizar el descontento social a través de las redes virtuales masivas, tales como Twitter, Facebook, etc., la más reciente de estas quijotescas luchas se vio el fin de semana anterior con el llamado Canto por Colombia, en el que muchos artistas y personajes de la vida nacional hicieron un llamado a parar las masacres ocurridas en el país en los últimos días.

No obstante, pese a quedar claro el poder de las redes sociales y el impacto que producen, es cierto que estas por sí mismas no resultan suficientes, pues en no pocas ocasiones los reclamos populares se pierden y se diluyen entre tantas trivialidades y publicaciones intrascendentes que allí circulan, por lo cual el afán de reivindicación expresado por medios virtuales debe verse complementado con la presencia ciudadana en las calles, en el llamado a alzar las voces al unísono para reclamar cambios reales en las políticas que se consideren equivocadas, lesivas de los derechos ciudadanos, violatorias de los derechos constitucionales y contrarias a los anhelos de vida digna y en paz que a todos nos asiste. No debe olvidarse que el gobierno es elegido por el pueblo, y es al mismo pueblo a quien debe escuchar.

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