Me ha llamado la atención un artículo que en la cascada de propaganda política de estos días llegó a mi teléfono celular, se titula: Gustavo Petro y ‘Las venas abiertas de América Latina’. Su autor es Ariel Peña González y aparece publicado en la revista virtual Las2Orillas. Como este nombre sugiere la imagen de las orillas del río, de antemano hago notar que nunca se está en ambas, aunque se puede abandonar una para situarse en la otra. Tal vez al elegir ese nombre quiere decir que acepta colaboraciones provenientes de ambas orillas y quien escribió el artículo al que me voy a referir está ostensiblemente en la orilla derecha.
Lo que me ha llamado la atención del señalado escrito es la malicia de quien lo escribe y el atrevido modo de opinar. Ingenuamente cree el autor que en el ámbito de la vida intelectual se puede incursionar desde la ignorancia de los asuntos y engañar guiado por intereses políticos con la facilidad que se oculta el engaño en otros dominios de la vida ordinaria, sin percatarse de que por ser este el lugar en donde la razón se ejerce a sus anchas, la impostura inmediatamente se pone de manifiesto.
Usando el tono de un profesor dice Ariel Peña que los discursos del candidato presidencial Gustavo Petro son una parodia del libro Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, sabiendo que así ridiculiza a Petro porque lo presenta como el ignorante que se apropia de lo dicho por otro, para potenciar el ridículo agrega que el mismo Eduardo Galeano se retractó de lo que dijo en su libro.
Escribo este comentario para poner en claro que ambas afirmaciones son falsas: ni Petro se guía por ese libro, que dicho sea de paso es una buena obra, ni Eduardo Galeano se retractó nunca de lo que dijo en ella. “No me arrepiento de haberlo escrito, pero es una etapa que, para mí, está superada”, expresó al respecto Galeano en su senectud y lo hubo escrito a sus treinta años.
Lo primero: Petro ha comprendido la profunda injusticia en que se debate el pueblo colombiano y además está provisto del valioso sentimiento moral de la conmiseración, entonces con riesgo de su propia vida ha descrito con perspicacia y crudeza el padecimiento del pueblo y asumido heroicamente la épica batalla de destronar la oligocracia que perpetúa ese estado de cosas. Pero esa descripción coincide con la historia de miseria e ignominia narrada por Eduardo Galeano, como no podía ser de otra manera, porque la realidad objetiva de Colombia hace parte de la de América Latina. En sana lógica se establece que el conocimiento de la realidad colombiana de Petro constata lo antes dicho por Galeano.
Lo segundo: Eduardo Galeano nunca contó una historia contraria a la narrada en la mencionada obra y en un acto de honradez intelectual aceptó que no escribió entonces como un científico sino influido por la ideología en boga de inspiración marxista, cuya etapa dijo después haber superado.
Los hechos narrados por Eduardo Galeano son irrefutables y el estado de pobreza, de injusticia social y de captura del Estado por intereses particulares y a veces mafiosos descrito por Petro igualmente son ciertos. Paradójicamente, la realidad objetiva misma concernida en esos discursos de Galeano y de Petro no es objeto de referencia de Ariel Peña, sino que la omite como inexistente y, sin mediar otra razón que la mentirosa afirmación ya mencionada de que Galeano se retracta, dice: “hay que recomendarle al candidato que supere el discurso basado en la obra de Galeano ya que su mismo autor lo rechazó”.
Agrega que Hugo Chávez regaló un ejemplar de ese libro a Barack Obama y este episodio lo toma como la prueba de estar equivocadas todas las concepciones políticas contrarias a los intereses de la ultraderecha en Colombia. Opina que la obra no tiene vigencia como no la tiene el comunismo y todas las múltiples maneras de aparecer este demonio, siendo una entre las muchas que cita el “indigenismo” y prosigue ahora condenando todo lo que no le agrada en el debate político. Todo ello sin que la razón conecte unas cosas con otras.
En breve, me quejo de que esta revista no exija una mínima coherencia y rigor a sus colaboradores y acepte publicar cualquier diatriba.