Con la expansión de la pandemia se han presentado hechos insólitos en la naturaleza, lo más notorio ha sido la aparición libre de los animales en su hábitat y en las zonas urbanas. Han acontecido avistamientos de osos, leones, cebras, delfines y panteras en inmediaciones de las zonas urbanas de los pueblos y ciudades que, en muchas ocasiones, han sorprendido a los turistas.
Posibilidades de observación, al aire libre, que eran nulas y se habían relegado a costosas excursiones fomentadas por los safaris de carácter internacional. Y no era para más, los animales, invisibles por decenios para el ser humano, se escondieron acosados por los gases, los ruidos y las luces que, al disminuirse sensiblemente, saltaron de felicidad.
Tras la ausencia de la especie humana en las calles y el despeje de la naturaleza, las zonas urbanas se convirtieron en escenario ideal para ampliar los restringidos espacios de supervivencia.
La vida se recuperó. Hasta las mariposas recobraron el mundo perdido y las abejas, perseguidas sistemáticamente, rescataron su cadena alimenticia. En mora han permanecido los animales por celebrar que, en pocos meses, se haya recuperado la capa de ozono, en tanto que los ministerios del medio ambiente han fracasado en su tarea de reducir el cáncer, la leucemia y las cataratas en los seres humanos.
Tan insólita, extraña y asombrosa resultó la aparición de algunos insectos, que los biólogos volvieron a hablar de un planeta limpio. Los niños en los colegios tuvieron que aprender palabras nuevas como zorros, zarigüeyas, alimañas, iguanas y raposas, aunque estos nombres ya existían en los bosques y florestas de la corrupción, nuevos avistamientos surgieron en algunas oficinas de contratación pública del Estado.
Tal fue la novedad en la fauna silvestre que las gentes conocieron, por primera vez, orangutanes, primates y simios rondando y saltando plácidamente en las entidades e instituciones gubernamentales.
Pero lo que no habían conocido era un alacrán rojo, calificado como el más más peligroso de la Tierra. Se comentaba que su precio era incalculable, que incluso podría salvar a los países abrumados por la deuda externa.
La información sobre las bondades del veneno del escorpión para curar toda clase de tumores malignos superó la frecuencia de las visitas registradas en Colombia por Caracol y RCN para conocer el avance mundial del coronavirus. El nuevo léxico universal incluía la composición proteica del escorpión rojo para curar a las sociedades enfermas.
Y como en los nuevos lenguajes universales, cada vez que ocurría un desastre, una hambruna, un cataclismo, de los que se excluía a la pobreza, fomentada, por el neoliberalismo, ahora montado sobre la cresta del coronavirus, Alain Alí Abultaif, periodista internacional, escuchó, en una plaza de mercado latinoamericana, que una gitana había presagiado que un presidente enemigo de la humanidad moriría picado por un escorpión. Viajó a entrevistarlo para un medio latinoamericano y le contó la historia para salvarlo.
El presidente adujo que no conocía a los alacranes, le pidió a Alain Alí Abultaif que se lo dibujara. Este tomó un papel del escritorio, se lo dibujó a la perfección y cuando el mandatario lo observó quedó sorprendió y estupefacto por su color púrpura escarlata y sus formas arácnidas, sonrió para los medios de comunicación, lo apretujó y oprimió entre sus manos para echar el papel al tacho recolector de la basura… Y el mortífero escorpión se movió, reaccionó, se agitó, se revolvió y los dos fallecieron instantáneamente. La profecía se había cumplido.
Salam aleikum.