La procesión también va por dentro
Opinión

La procesión también va por dentro

Indolente creer que la Colombia del silencio no marchó porque no tiene nada qué decir, criticar, ni proponer; no marchó porque ella nunca marcha, las marchas no son su lenguaje

Por:
noviembre 24, 2019
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En estos momentos en que los gritos enardecidos de los marchantes inundan los medios de comunicación y el crujir de los actos vandálicos retumban en el alma desconcertada de nuestros hogares, es preciso recordar que el silencio también existe.

Sin el silencio la música no existiría, sencillamente no sería posible. Sin los silencios las notas y los acordes se hilvanarían en una retahíla de ruidos imposibles para la estética y el placer, hasta el punto que llegarían a agredirnos como torturas en el entramado complejo de la psiquis humana.

Sin el silencio, no sabríamos cuándo comienzan y cuándo terminan las canciones, no podríamos distinguir sus ritmos, no sabríamos cómo respirar para seguirlas, no llegaríamos a aprender a bailar, para bailarlas.

Y me viene a cuento esta enseñanza de la música porque, en medio de la crisis que atravesamos, observo que los políticos y los medios y los youtubers y los tuiteros y los dirigentes y todos los tantos que hablan y dicen, omiten e invisibilizan por completo a la Colombia del silencio.

Sería de estúpidos subestimar a los marchantes del jueves, sería de indolentes desoír muchos de sus clamores. Tan estúpido, igualmente, como creer que marchó toda Colombia. Tan indolente, como creer que la Colombia del silencio no marchó porque no tiene nada qué decir, ni qué criticar, ni qué proponer.

La Colombia del silencio no marchó porque ella nunca marcha: las marchas políticas no constituyen su lenguaje, su manifestación. En buena medida, porque es la gente que tiene por ética y por hábito salir a trabajar, silenciosa también, todos los días, para sacar a sus familias adelante, y no consideró que la convocatoria del 21 le mereciera una distracción; y en muy buena medida, porque no quiso arriesgarse a pasar por el papelón de quedar de idiota útil de nadie.

Reconozco que, esta vez, tampoco pude resistirme a la tentación de ver las cosas desde mi condición de “incorrecto” irredento.

No es cierto que las marchas del 21 constituyan la gran victoria que quieren mostrar los líderes del paro, la oposición y los medios de comunicación. Comenzando porque no alcanzaron las magnitudes que pudieron derivarse del tamaño y la intensidad de las convocatorias y del momento político.

Jamás en la historia de Colombia, un paro había contado con un cartel tan grande de personajes connotados que lo convocaran: decenas de senadores y representantes a la Cámara, líderes sindicales de la ciudad y del campo, académicos, expresidentes, exministros y precandidatos presidenciales, figuras de la farándula, hasta una reina nacional de la belleza enalteció con sus luces la convocatoria. Y ni qué decir de los grandes medios de comunicación, que como en fila india se disputaban el primer puesto de la convocatoria del rating -perdón, del paro, perdón, del pueblo-.

Contaba el paro, también, con unas extraordinarias circunstancias políticas para su desencadenamiento: la  indignación social que provocan las desigualdades, el desempleo y el cada vez más exiguo poder adquisitivo de los salarios, el dolor enorme que nos provocan los asesinatos de líderes sociales por parte de las organizaciones criminales y que el Estado no ha sabido frenar, el contagio de las inmensas movilizaciones en Chile, Ecuador y Bolivia y, por supuesto, la fragilidad por la que atraviesa el liderazgo del gobierno.

La verdad, yo pensé, para mis adentros, que las marchas del jueves pasado serían mucho más grandes.

Pero no fue así. Conjugando todas las cifras estimadas, desde las del gobierno hasta las de la oposición más radical, en el territorio nacional marcharon 350.000 personas.

Nada qué ver con las movilizaciones de Bolivia, de Ecuador o de Chile. Para poner un ejemplo, Santiago de Chile es una ciudad con 5.500.000 habitantes y Bogotá con casi 8.000.000. En Santiago marcharon 1.200.000 personas y en Bogotá 120.000.

Algunas diferencias pienso que existen, entre uno y otro fenómeno.

Con esta reflexión no pretendo, ni mucho menos, desestimar la importancia de las marchas. Hay que respetarlas, hay que escucharlas, hay que conversar con ellas. Pero lo que sí quiero, sin lugar a dudas, es advertir que lo que padece Colombia es una crisis general de liderazgo.

 

 

 

Lo que sí quiero, sin lugar a dudas, es advertir
que lo que padece Colombia es una crisis general de liderazgo

 

Ni el coro excepcional de los líderes opositores de toda índole, con todos sus tinglados, incluidos los medios de comunicación, fueron capaces de movilizar a más de 350.000 personas, ni el gobierno y sus fuerzas aliadas han sido capaces de despertar esperanza y solidaridad en la Colombia silenciosa.

El presidente Duque acaba de plantear como camino para salir de la crisis una Conversación Nacional, y aunque por ahora aparece como un enunciado y nada más, intuyo que eso pasa por tender puentes con distintos sectores de la sociedad, por tener en cuenta el parecer de las regiones, por dialogar con distintos sectores políticos, por hablar con los líderes del paro. Y eso está bien. Eso es buscar caminos democráticos y pacíficos.

Pero, eso está bien si, y solo si, no deja por fuera a la Colombia silenciosa sobre cuyos hombros esforzados y dignos se ha edificado y se edificará siempre la historia de nuestra nación.

Ojalá logren diseñar una Conversación Nacional que no caiga en el error en que han caído todos los intentos de diálogo de la última época, y es que los politizaron demasiado, en el sentido de que creyeron que sentándose en una mesa el gobierno y los líderes de la Colombia activista, podían dar por hecho que allí estaba toda Colombia.

 

 

Hoy los más destacados líderes de la Colombia activista
son los viejos neoliberales disfrazados de mamertos

 

 

Es que no sé a qué hora les dio a los políticos y a los periodistas por sustituir a los ciudadanos por los activistas. Se les ha olvidado algo tan elemental como que la democracia es el sistema político de los ciudadanos y no de los activistas. Si bien es cierto que todos los activistas son ciudadanos, lo verdaderamente cierto es que no todos los ciudadanos son activistas. Nunca lo han sido. Por el contrario, la inmensa mayoría de ciudadanos no son activistas.

Menos aún, cuando vemos que está ocurriendo algo que era impensable hace tan solo veinte años: hoy los más destacados líderes de la Colombia activista son los viejos neoliberales disfrazados de mamertos.

En este planteamiento, aún germinal, para lo que podría ser una Conversación Nacional fecunda, bien valdría la pena estudiar la experiencia liderada por el presidente Macron a propósito de la crisis conocida como de los Chalecos Amarillos. Ese diálogo ha logrado incorporar a la Francia activista y, también, a la Francia silenciosa, a través de decisiones políticas innovadoras, con todos los alcaldes al frente de los eventos locales, soportadas en modalidades de amplia participación con nuevas tecnologías. Sería valioso estudiarlo y rescatar lo que nos sirva.

Ahh... y volviendo a la música... que bueno recordar que el virtuosismo del pianista se encumbra cuando logra desentrañar los sonidos del silencio con la misma intensidad y limpieza con que teclea las notas del pentagrama.

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