En la navidad pasada, mi papá me regaló un libro, me dijo que lo leyó y que estaba seguro de que me iba a gustar, lo recibí con mucho entusiasmo, con la expectativa que me genera siempre empezar un nuevo libro, pero además porque la autora es una mujer, Ángela Becerra, y también porque confío en el gusto de mi padre. Lo empecé a hojear y apenas leo la contraportada, ¡qué grata sorpresa!, la protagonista se llamaba Betsabé Espinal, ¿ah?, nada más que Betsabé Espinal, la mujer que dirigió la primera gran huelga obrera en Colombia por allá hacia 1920.
Y me embarqué en esta maravillosa lectura sobre la vida de una de las mujeres que más admiración me han causado, su historia y su valentía han sido faros cuando mis energías se ven un poco diezmadas y me atrevo a confesar que es por esta razón por la que me nace escribir estas palabras, quizás, como a mí, conocer un poco de la vida y lucha de mujeres como Betsabé, nos sirva a tantas mujeres que en medio de la adversidad continuamos con las banderas alto por nuestra dignidad.
Saber que una mujer, de unos veititantos años, en medio de las condiciones sociocultares que se vivían en Colombia hace cien años, fue capaz de rebelarse frente a sus patronos y no solo eso, sino que su valentía era tanta que logró que más de seiscientas personas que trabajaban con ella, la gran mayoría de ellas mujeres, se embarcaran en una tarea tan insólita para tantos pero tan necesaria para el momento como una huelga, y que pasarían a la historia como uno de los hechos más importantes de la época, pues dicho acontecimiento se convirtió en la primera gran huelga general obrera de la que se tuviera noticia en nuestro país, es un hecho que a mí me llena de orgullo y se me hincha el pecho de admiración reconociéndome del mismo género de esta mujer: la gran Betsabé Espinal.
El contexto internacional de esta huelga se da en medio del desarrollo de la industria capitalista que se afianza sobre la base de la superexplotación de la masa trabajadora haciendo que para que una familia pueda sobrevivir con su prole, sólo sea posible mediante los ingresos salariales de varios miembros del hogar, trayendo consigo dos efectos; uno, que a las mujeres, hasta entonces confinadas a las cuatro paredes de la casa, se les abriera toda una gama de posibilidades surgiendo así la mano de obra femenina y, dos, que con en el trabajo asalariado las mujeres encontraran oportunidades de autonomía, autorrealización e independencia.
Este proceso, contradictorio en sí mismo, que llevó a la vinculación de millones de mujeres al trabajo agrícola e industrial en condiciones sumamente adversas, condujo a que surgieran movimientos organizativos de mujeres trabajadoras, a que poco a poco las obreras fueran conscientes de su condición, de sus posibilidades, de sus necesidades, de lo que ya tenían al haberse liberado de las cuatro paredes pero de lo que también significaba estar trabajando en condiciones de obreras, muchísimo más adversas de las que ya sufrían sus propios compañeros.
Y esto, para ellas, tarde o temprano tendría que cambiar. Se organizan, primera reacción casi instintiva del ser humano cuando se ve en condiciones de opresión, descubren que si no es mediante acciones conjuntas no lograrán nada, y pelean porque también aprenden que solo mediante luchas organizadas lograrán cosas, y así, mediante un arduo proceso, que lleva años, van llegando las asambleas a las fábricas, las reuniones clandestinas, las luchas individuales y grupales, no solo era contra el patrón que tenían que luchar, no, también debían rebelársele a sus padres, esposos y hermanos que no querían ceder en la tutela que ejercían sobre ellas y que miraban con miedo y recelo el grito libertario y el poder que las mujeres juntas iban logrando, muchas fueron acalladas, maltratadas, vulnerdas pero nada ni nadie impidió que esa fuerza que se forjaba en las entrañas de la sociedad capitalista llegara a las grandes revueltas femeninas, a las marchas y mítines y a que por allá hacia 1857, el sindicato de trabajadoras del sector textil organizara una huelga en la empresa Lower East Side de Nueva York, para escribir uno de los capítulos más memorables de las luchas por los derechos laborales de las mujeres.
En Colombia, la incipiente industrialización nos llegaría en los albores del siglo XX y fue con esta emergente clase obrera, que entre 1919 y 1920 se dieron aproximadamente 33 paros, en los que la dirección de mujeres como María Cano fue absolutamente relevante, sobresaliendo el de los artesanos de Bogotá, los mineros Segovia, los ferroviarios del Magdalena y los zapateros de Manizales, Medellín y Bucaramanga, entre otros.
En medio de esta efervescencia surge el paro de las obreras textileras de Bello, Antioquia, que fue el primero que se califica a sí mismo con el rótulo de huelga. Para 1920, el 73 % de la fuerza laboral obrera la conformaban mujeres solteras pues para la iglesia la fábrica era "enemiga de la familia y de las buenas costumbres".
La industria colombiana, principalmente textil y de zapatos, se aprovechó de las mujeres campesinas que llegaban a las ciudades capitales como Medellín en busca de mejores oportunidades; las condiciones de trabajo eran inhumanas: laboraban doce, trece, catorce horas diarias con salarios de hambre, enormes multas por retrasos, descuentos por el daño de las máquinas y un acoso sexual y laboral repulsivo que ejercían patronos y capataces contra las mujeres. Fue hace más de cien años pero parece que estuviéramos hablando de la realidad actual.
En Coltejer y en Fabricato no admitían mujeres con marido ni madres solteras y en otras factorías como en la fábrica que trabajaba Betsabé además obligaban a las trabajadoras a asistir descalzas dizque para facilitar su desplazamiento en los barrizales que llevaban a los talleres.
Para 1920, cuando estalla la huelga, de la que fuera dirigente indiscutible Betsabé Espinal, en la fábrica trabajaban unas cuatroscientas mujeres y niñas y unos 110 hombres, mientras ellas ganaban entre 0.40 y 1 peso a la semana, los hombres por el mismo oficio ganaban entre 1 y 2 pesos semanales, esta diferencia salarial que aún persiste, se sustenta en la idea de que el salario de las mujeres es un ingreso familiar complementario para el sustento del hogar, excusa que se cae por su propio peso pero que mantiene en pleno siglo XXI con una brecha salarial en Colombia de entre el 13 % y el 23 % entre los géneros.
Los puntos del pliego eran: igualdad salarial, el cese del acoso sexual, el cese de las multas, la reducción de la jornada laboral una hora para alimentarse, acabar con las ofensivas requisas, ¡cómo serían las tales requisas!, entre otros como el derecho a usar zapatos, y todo se ganó a los cuatro meses. ¿Se imaginan una huelga en Colombia, en 1920, de mayoría mujeres, dirigida por una mujer de unos veintitantos años, que durara cuatro meses y que ganaran? ¿Cómo resistieron cuatro meses? Pues sí existió, y no es solo poesía por lo bello del acontecimiento, sino que fue real y contundente.
En la actualidad, a veces olvidamos lo que han costado nuestros derechos, creemos que por ir a una marcha o participar en una jornada ya hicimos suficiente y ya cumplimos con nuestra cuota de movilización, pues no; si perdemos de vista que el enemigo sigue vivo, que está latente y nos sigue golpeando, perdemos la batalla. Ese enemigo contra el que otrora lucharon las generaciones anteriores está ahí queriéndonos conculcar lo poco que tenemos.
Mujeres, pongámonos de acuerdo en que solo si el país avanza, avanzaremos nosotras, solo si hay progreso nacional conquistaremos derechos laborales dignos, solo si hay avance social, lograremos el reconocimiento pleno de nuestros derechos ciudadanos, políticos, sexuales y reproductivos, de lo contrario, si seguimos siendo una nación atrasada, si Colombia sigue siendo una neocolonia de Estados Unidos, si impera una economía semifeudal, con todos los rezagos culturales que esto trae, esa herencia patriarcal, tan arraigada en nuestra sociedad será mucho más dificil de desterrar.
Miremos hacia adelante, emulemos a las María Cano, a las Betsabé Espinal y a las miles de mujeres que con sus luchas nos legaron un mundo menos hostil, impregnémonos de su temple, de su energía, de su coraje, de su alegría, recojamos las banderas que ellas enarbolaron y las que nos impone el momento y, sin desestimar el debate, tan necesario siempre en todos los procesos reivindicativos, cumplamos con la historia, miremos hacia delante siempre, porque esta lucha por los derechos de las mujeres es imparable, porque sabemos que nos asiste la razón.
Protejamos el legado de las luchas pasadas, asumamos las reivindicaciones actuales y preparémonos con sororidad para las batallas venideras, juntémonos con el conjunto de la sociedad y luchemos por un mundo en donde la dignidad se vuelva costumbre, donde la tierra será el paraíso bello de la humanidad, la lucha continúa.