Para llegar a la gobernación de Antioquia se necesita la alineación de los siguientes factores: reconocimiento, alianzas con sectores tradicionales, y cierto capital de opinión. Si revisamos la elección de Luis Pérez en 2015 y la de Aníbal Gaviria en 2019, nos vamos a encontrar con un formato parecido: el de candidatos con un fuerte respaldo entre los partidos tradicionales (aunque se inscribieron por firmas), reconocidos como viejos jugadores de la política regional y con la capacidad de articular programas —Antioquia Piensa en Grande y Unidos— idealmente cercanos al centro, la izquierda más pragmática y una porción de la derecha.
Aunque se podría pensar que el resultado de la segunda vuelta, en la cual Petro obtuvo 942.005 votos, le otorga a los alternativos un punto de partida sólido para proyectar una aspiración viable, la realidad es que sobreponer ese resultado a las dinámicas de una elección regional, donde opera con mayor efectividad la micropolítica y se le resta espacio a la opinión, es cuando menos ingenuo. La posición de los elementos centrales del Pacto Histórico es de extrema debilidad, pues no tienen un candidato visible, la coalición de gobierno integra a los principales alfiles del liberalismo y el conservatismo, y parece que no tienen mayores incentivos para disputar la gobernación.
El efecto práctico es que la contienda por la gobernación será muy similar a la vivida entre 2015 y 2019. Una disputa entre el uribismo (sumado con un sector “rebelde” del conservatismo) contra un candidato de origen liberal. Un candidato cercano a la clase política tradicional y con un programa lo suficientemente amplio como para incluir incentivos programáticos que respondan al centro, la izquierda (argumentando cercanía con el gobierno) y la porción menos uribista de la derecha. Este fue el mismo perfil político que caracterizó las candidaturas de Luis Pérez y Aníbal Gaviria, quienes ganaron con solvencia y hasta lograron sumar facciones uribistas.
Hasta el momento, no es claro qué candidato podría encarnar ese perfil, el único que viene sonando con cierta fuerza es el exsenador liberal Julián Bedoya, un operador político muy efectivo y con la capacidad de adaptarse a las circunstancias. A Bedoya se le reconoce su habilidad para moverse en los vaivenes de la política tradicional, jugando con pragmatismo y sin “desgastarse” en discusiones ideológicas. Aunque de cara a la opinión pública es más reconocido por sus escándalos y cuestionamientos, fue un alfil de la disidencia liberal que respaldó a Petro. Nunca salió en la foto, pero en Antioquia nadie cuestiona su respaldo.
En Bedoya podrían confluir los intereses del liberalismo, la estructura conservadora del senador Carlos Andrés Trujillo y el “quinterismo”. También podría sumar en sectores del Pacto Histórico con un programa que ratifique su cercanía con el gobierno, pero no anclado necesariamente al purismo ideológico de la izquierda. Tendría pendiente ampliar su radio de reconocimiento más allá de los sectores políticos y construir una matriz de opinión que lo posicione por fuera de la polémica caricatura del senador que “sacó la carrera de abogado en un fin de semana”.
Por el lado del uribismo, su primera apuesta, la senadora Paola Holguín, declinó la candidatura. Tras dos derrotas consecutivas con Andrés Guerra y la vergonzante participación en la elección presidencial, las cuentas en las todas del Centro Democrático no cuadran y tendría sentido que busquen una alianza con el sector conservador del exsenador Juan Diego Gómez. Algunos uribistas tienen fijadas sus esperanzas en Federico Gutiérrez, quien podría repetir las movidas de Fajardo y Luis Pérez, quienes saltaron de la alcaldía de Medellín a la gobernación; sin embargo, “Fico” ha optado por guardar silencio sobre su futuro inmediato y lo más factible es que busque nuevamente la alcaldía.
En el caso de Luis Fernando Suárez, quien obtuvo reconocimiento como gobernador encargado, podría convertirse en un candidato de consenso entre sectores liberales, conservadores, uribistas y hasta verdes (muy similar al perfil que busca asumir Bedoya). Aunque su estrategia no es clara más allá de mostrarse como “el candidato de Aníbal”, pues su principal y único activo consiste en presentarse como la continuidad de un gobernador ausente, cuestionado y en el ocaso de su carrera política.
La única certeza en ese ramillete de candidatos es que los alternativos se diluirán entre varias aspiraciones o se la jugarán por un candidato simbólico. El “efecto Petro” perdió impulso concluida la segunda vuelta y ante la realidad práctica de formar gobierno. Lo cierto es que la contienda por la gobernación medirá el mismo pulso que se viene librando en Antioquia desde hace ocho años. Con perfiles muy similares y sin mayor novedad (por el momento).