No lo veía jugar desde el mundial. En esa época era una promesa de 20 años que era capaz de hacer goles en el torneo más importante del planeta. Tenía jerarquía, los clubes más poderosos de Europa lo querían. En el Porto ya lo señalaban como el reemplazo natural de James Rodríguez. Por encima se le veía que era capaz de superar las peores adversidades: una infancia devastada por la desaparición de su padre cuando las Autodefensas mandaban en Antioquia, el hambre, su corta estatura, nada era imposible para un talento cimentado a punta de disciplina que encandilaba a los especialistas cuando era un niño en el Pony Futbol de hace una década. Con Juan Fernando Quintero el futuro de la selección parecía asegurado.
Hace 8 meses lo vi en Barranquilla -- buscando la clasificación de la Sub 23 a los Juegos Olímpicos de Río-- y fue como tener un deja vu: su displicencia, su manera de cuidarse el peinadito a la moda y la particular manera de mascar chicle, me hicieron acordar de Johnnier Montaño. El caleño era un muchacho de 16 años cuando Javier Álvarez lo hizo debutar contra Argentina en La Copa América de 1999. Venía siendo figura del Parma de Italia y en ese partido, contra el equipo de Bielsa, demostró de qué estaba hecho: un gol de mitad de cancha confirmaba que nosotros también teníamos a Maradona. Cinco años después la fama exacerbó los demonios que tenía adentro. En Europa ya nadie lo quería y tuvo que caer en el fútbol peruano para seguir ganando dinero. Ahora, a los 32 años, alterna titularidad en el Alianza Lima.
Sí, ahí, sobre la cancha del Metropolitano, volvía a aparecer el caso de la promesa diluida por la fama, el talento desperdiciado por la falta de estructura, de método, de disciplina. Desde que se fue al fútbol italiano, al Pescara, su entrenador, Cristian Bucci, se quejaba de la falta de entrega en los entrenamientos, su necesidad de hacer túneles y gambeticas en vez de tirar para adelante y pensar en el bien común. Aunque nunca fue titular, Juan Fernando Quintero fue vendido al Porto en donde también estuvo banqueado por el entrenador Julen Lopetegui. Con el provincianismo típico de nuestros medios dijeron que el español le tenía bronca sólo porque era colombiano. Cansado de ser suplente, aceptó la oferta del Rennes y allí, otra vez, Quintero, ya con 23 años, ha sido incapaz de conseguir la titularidad y, en las últimas semanas, se enzarzó en una pelea con su técnico. Rolland Courbais hizo público lo que ya sospechábamos: Juanfer es un muchacho desorientado no sólo en el terreno de juego sino en su vida personal. En la charla táctica Quintero prefiere escuchar música desde su iPhone que las palabras de su entrenador. Come lo que quiere, a la hora que quiere y, lo peor, tiene la nostalgia por su tierra, la 'saudade' que ha acompañado a los futbolistas colombianos en Europa desde la ya lejana época en la que Albeiro Uzurriaga se fue a jugar al Málaga.
Sus amigos tampoco lo ayudan. En redes se le ve muy orondo con reggetoneros como Landa Freak y Element Black con quienes grabó una canción en diciembre. Si bien a James le gusta Kevin Roldan y Neymar ha cantado junto a Gustavo Lima y Michel Teló, ellos se pueden dar ese lujo porque son estrellas consagradas del fútbol mundial. Quintero nunca ha entendido que lo más grande que ha hecho fue hacerle un gol a Costa de Marfil en la primera ronda de un campeonato del mundo.
Así lo vimos ayer; más preocupado por el tunelcito y la gambeta, el sombrerito y la rabona, pura demagogia de crack. Aunque tenía la cintilla de capitán no hablaba con sus compañeros, no era líder de nada, sólo era un muchacho que le quería dar tres taquitos a una tribuna tan analfabeta de fútbol que, sin importar que la selección olímpica estuviera perdiendo con Estados Unidos, hacía la Ola, la infame y cocacolezca Ola.
Ahora él, que siempre estuvo en el sonajero de los grandes clubes de Europa, suena como refuerzo del Inter de Portoalegre en donde, seguramente, no será titular. Su tanque pequeño le da apenas para 30 minutos y, su displicencia y sobradez, lo condenarán a ser, como John Edison Castaño, Johnnier, Arley Betancur o John Mario Ramirez, una promesa incumplida, una estrella que se apagó antes de encenderse.
*El artículo fue publicado originalmente el 26 de marzo de 2016