Se celebró en Colombia el Día Nacional del Periodista, una vez más se hizo eco por la libertad de prensa. ¿Quejarse de esto? Ni más faltaba. Está bien que se recuerde que no podrá ser libre la sociedad si sus periodistas están atados para contar. Lo que falta, lo que está mal, es que no se recuerde y se honre con la misma fuerza al objetivo final de la información libre: el lector, el oyente, el televidente.
No se confundan, es simple. Algunos periodistas —no todos por supuesto— “informan” como les da la gana. Es decir, no informan, o lo hacen a medias, por plata o por congraciarse con el poder. Y no lo digo yo, las estadísticas aportadas por la firma Cifras y Conceptos, son contundentes. El 31 % de los periodistas del país dicen conocer casos donde sus colegas tienen contratos con entidades públicas o privadas; 29 % de los comunicadores dicen saber de medios que cambian su posición editorial a cambio de pauta; al 24 % no les son ajenos casos donde periodistas cobran por entrevistar y un 17 % asegura que sus colegas acuden a la información o a la calumnia para amenazar.
No bastan medios libres si los periodistas desconocen su responsabilidad de informar a los espectadores. La libertad es un simple adorno cuando no le inquieta al periodismo denunciar los abusos del poder, revolcar la amnesia colectiva, levantar alfombras y empoderar al ciudadano. La prensa ‘libre’ solo maquilla la democracia cuando son los periodistas quienes por convicción optan por la mordaza.
Después de estos resultados parece comprensible, no tolerable, encontrar en medios informativos periodistas hablando de “nuestro Gobernador, nuestro Alcalde, o nuestro Concejal”. Con esas estadísticas se entiende por qué cierta prensa llama “leyenda” a quienes usan las escuelas del Cauca como trinchera militar y doctor, prohombre, "defensores de derechos humanos" o ave fénix a los aliados políticos de aquella barbarie. En el medio de esa lógica adversa, donde el periodista se sirve del periodismo para su propio beneficio, se halla el “porqué” de las alabanzas a quienes ejercen el poder y ejecutan los presupuestos.
He ahí la razón —mezquina y rebatible— del silencio frente a la corrupción pública y privada y del ‘fervor’ por los corruptos. Tan es así que la prensa más enclenque se jacta de venerar a los otrora o ahora inquilinos de la cárcel.
Así, con el periodismo arrodillado al poder, periodistas en empaque de “información” replican la demagogia oficial y opacan el alegato ciudadano. Olvidan, “cautivados” por los poderosos, que la prensa oficial goza de cualquier cantidad de recursos para hacernos saber lo que les gusta contarnos y que en ese desequilibrio, es la prensa informativa la que debe contar aquello que a los poderosos no les gustaría que supiéramos.
Lo que las escuelas del periodismo llaman ‘contrapoder’ no es un cliché. Es una obligación que no puede ser pisoteada por la pauta o un ‘buen sueldo’. El periodista no solo necesita tener la libertad de quitarse la mordaza, debe estar convencido de hacerlo.
@josiasfiesco