Las secciones culturales de los diarios colombianos son especies en vías de extinción. En El Tiempo y El Espectador la denominan Entretenimiento; título “menos aburrido” y más acorde a las prerrogativas empresariales. Es de suponer que si la curiosidad noticiosa se alimenta de política y economía, es apenas justo que el menú ofrezca comida chatarra: los andares de la farándula criolla y extranjera o los chismes de actores y actrices de cine o televisión reemplazan con creces la diversidad cultural del país. Suena terrible, por lo certera, la afirmación del peruano Eloy Jáuregui: “a la gente no le gusta consumir cultura y los medios no la difunden porque no les da rating.”
Mientras los periodistas culturales colombianos parecen andar a gatas, los españoles bailan mambo. El ABC, El Mundo o El País, que privilegian la alta cultura o la socialmente validada como tal por la crítica, al menos cuentan con secciones culturales sólidas y a veces se preocupan por analizar los fenómenos detrás de las expresiones artísticas que difunden. En El País hay enlaces sobre literatura, cine, arquitectura, moda o gastronomía, y los artículos no demoran colgados semanas o meses.
Ya en territorio Caribe, en El Heraldo el enlace cultural está subsumido en un eufemismo para la palabra moda: Tendencias, que repite una que otra noticia cultural nacional e internacional y enfatiza en los eventos de Barranquilla. El Universal, tiene casi el mismo enfoque del diario barranquillero, la incluye en la genérica Secciones y enfatiza en Cartagena. Hoy-Diario de Magdalena y El informador, ambos de Santa Marta, ni siquiera la incluyen. El Meridiano de Córdoba es el único que cuenta con una sección independiente dedicada a la cultura. Cabe resaltar, eso sí, que Gustavo Tatis y Carlos Marín han tenido logros significativos a lo largo de sus muchos años al frente de los suplementos culturales de los mencionados diarios de Cartagena y Montería, respectivamente.
Se sabe de comunicadores que evitan ir tras la información cultural y prefieren que sean los organizadores de los eventos quienes les “arman el paquete”. Incluso algunos cobran una pequeña tasa por “hacer el favor de difundir el material”. Los más suspicaces preguntan quién fue el senador que patrocinó o gestionó apoyo económico para decidir si el evento se publica. Por otro lado, los diarios de marras reportan casi siempre las mismas celebraciones: Carnaval de Barranquilla, Festival Iberoamericano de Teatro, Rock al parque, Reinado de Cartagena, Feria de Cali o Feria de Manizales, entre otros cuantos. Además, en vez de profundizar en ellos, los certámenes apenas se describen, a través de la copia o el parafraseo. Por ejemplo, El Espectador en su edición digital del 2 de enero publicó una reseña sobre el Festival de blancos y negros de Pasto que podría haber sido la misma de años anteriores: en ella no había nada nuevo y se limitaba a enumerar sus rasgos típicos.
La información cultural que les toca leer a los colombianos del Caribe es, por tanto, la de Bogotá o la de las ciudades capitales de la región. ¿Qué pasa entonces con los eventos que están al margen, en las provincias?, ¿cuántos diarios cubrieron el 42º Festival Nacional de Cultura, en Sahagún; o el XXI Encuentro Nacional de Declamadores “Oro de Guaca”, en Chinú?
Y a propósito de los artistas, si bien en un marco de libertades resulta justo que Lady Gagá o Miley Cyrus sean noticia todas las semanas (así sea por la ropa que una se ponga y por la que otra se quite), justo sería también que la prensa pusiera sus ojos en Élber Álvarez, Remberto Martínez o Joaquín Rodríguez, tres de los mejores compositores e intérpretes de las sabanas del antiguo Bolívar.
Tal parece que entre más defienden los medios la libertad de expresión se olvidan de atender algunas de sus responsabilidades sociales. Quizás por ello, el país más feliz del mundo, uno de los más biodiversos, el que cuenta con miles de celebraciones y exponentes culturales, se torna cada vez más anémico, monotemático y homogéneo en la prensa escrita y digital.