Las elecciones despiertan la extraña necesidad de refundar todo. Cuando se acerca cada jornada electoral se plantean cambios y peligros. Casi ningún partido o candidato propone continuidad, sino que se muestra como una opción para reiniciar todo, para “mejorar” todo, para cumplir lo que por décadas no se ha cumplido.
Tenemos una obsesión con la eterna novedad. Creemos ingenuamente que con nosotros se creó el mundo y que se acabará cuando nos hayamos ido, y que nuestra era es el punto de inflexión, es el portal entre dos universos, es la bisagra entre un antes mal hecho y un después glorioso. Y no es así, el juego político es iterativo, al menos en democracia, y a algunos les da el chance de volver a jugar y presentarse a las elecciones.
Gustavo Petro logró llegar a la segunda vuelta en 2018 y alcanzó casi ocho millones de votos, muchos de ellos en contra de Uribe, y no propiamente a favor del candidato progresista.
Para las elecciones de 2022, Petro se ha presentado como el candidato más fuerte y la opción segura para segunda vuelta. Incluso muchos ya vaticinan que llegará a ser presidente. Amanecerá y veremos. Otros, ya han enterrado al uribismo, lo llevan enterrando desde 2010, al menos.
Pero hay que ser cautelosos con esa apreciación, son gobierno, mayoría en el congreso, tienen a la Fiscalía, a la Procuraduría, a la Defensoría, a la Contraloría y varios medios de comunicación que direccionan la matriz mediática a su favor.
Además, hay gremios poderosos y actores armados, legales e ilegales, que tienen profundas afinidades con ese proyecto político, económico y militar. Y ese es el verdadero peligro.
El hecho que Petro llegue a ser presidente y tenga algún respaldo dentro del Congreso de la República, reconocido por clientelista, arribista y oportunista, no es garantía de un ejercicio de gobierno transformador de las condiciones estructurales de pobreza y desigualdad de país.
Sí, el gobierno ejerce poder e influencia, pero es un actor más en una densa red de relaciones con distintos agentes. Nos hemos acostumbrado a que los gobiernos de turno son, cuando menos, socios de los gremios más poderosos, aliados de los medios de comunicación y acólitos de los grupos armados, legales e ilegales, por tanto, hay una sintonía entre ellos y funcionan para sus endémicos intereses.
Pero, ¿qué pasaría si un gobierno llegara a ser crítico y reformador de esas relaciones mutualistas?
Si Petro logra implementar los Acuerdos de Paz que este gobierno se encargó de “hacer trizas”, los que han vivido de la guerra, del conflicto armado y generado alianzas entre paramilitares, despojadores de tierras y narcotraficantes no se van a hacer los de la vista gorda.
Si Petro inicia un verdadero plan de transformación de la matriz energética y busca consolidar una gran política de producción de energías renovables, los que han vivido del carbón y del petróleo no se van a quedar quietos mientras se les acaba el negocio.
Si Petro desarrolla reformas tributarias progresivas, y no regresivas como todos estos gobiernos neoliberales lo han hecho, los millonarios, los verdaderos ricos, los magnates, no van a ver apaciblemente cómo el Estado les exige más tributo.
Si Petro busca reducir los privilegios de quienes han vivido de las arcas públicas y cuentan con cuentas en paraísos fiscales, y tienen la mejor educación y salud, encontrará que estos personajes, públicos y privilegiados, no van a agachar la cabeza dócilmente.
Si Petro pone en marcha una estrategia de cambio de doctrina basada en la defensa de los Derechos Humanos en las fuerzas armadas y de policía, los que se han hecho poderosos e impunes en estas instituciones dudarán en cumplir la Constitución y la ley.
Así, el peligro de que Petro sea presidente no es él ni su apuesta política propiamente, sino que son todos aquellos que se han beneficiado, se han lucrado, se han vuelto intocables y se han convertido en impunes con el estado de cosas actual.
El Pacto Histórico y un eventual gobierno progresista con algún respaldo del Congreso tiene que ser muy hábil para entender el tejido del establecimiento y del poder en el país para efectuar los cambios y las transformaciones que esta nación necesita para ser más justa socialmente, menos pobre y menos desigual. “Lo que da miedo no es que nos volvamos Venezuela, sino que sigamos siendo Colombia”.