La precariedad de la divulgación científica en Colombia

La precariedad de la divulgación científica en Colombia

Análisis de Carlos Eduardo Sierra, profesor de la Universidad Nacional

Por: Carlos Eduardo de Jesús Sierra Cuartas
julio 05, 2016
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La precariedad de la divulgación científica en Colombia
Foto: milenio.com

En su tiempo, el astrónomo francés Camille Flammarion, conocido por sus obras divulgativas en el campo de la astronomía, decía con tino y sensatez que era menester vulgarizar la ciencia, aunque sin hacerla vulgar. Más o menos por la misma época, Yákov Isídorovich Perelman, un notable divulgador ruso de la física, las matemáticas y la astronomía, fundó un género literario sencillamente maravilloso: la literatura de ciencia popular. Incluso, por fuera de la antigua Unión Soviética, sus libros vieron la luz en diferentes idiomas gracias a la Editorial Mir. En Latinoamérica, dos chilenos, Patricio Barros y Antonio Bravo, se han dado, desde el año 2001, a la loable tarea de rescatar, hasta donde sea posible, la obra de Perelman. Y vaya que lo han hecho de lujo con su página en la Red , que tiene entre sus objetivos el siguiente: “Contribuir a superar la gran escasez de buenos libros juveniles de extensión y complementación técnica, científica y de interés general, que tanto se hace sentir en nuestro idioma”. En otras palabras, la necesidad de un objetivo como éste expresa la precariedad del desarrollo de la divulgación científica en la región latinoamericana sin ir más lejos, al igual que en la Península Ibérica, un problema que adquiere un cariz más grave a raíz de la falta de cultura científica de la mayoría de los periodistas y los comunicadores de los respectivos países. Por así decirlo, resulta mucho más sencillo encontrar un torero en Alemania que un divulgador científico en nuestros países. Y eso que no han faltado entre nosotros algunas figuras de mérito, como el divulgador español Luis Miravitlles Torras, quien llevó a cabo su labor en medio de la atroz dictadura franquista.

En marcado contraste, los países del Primer Mundo ofrecen una abundancia de buenos divulgadores científicos, como los estadounidenses Carl Edward Sagan, Stephen Jay Gold y Alan Lightman, junto con el británico Patrick Moore, por mencionar tan sólo cuatro ejemplos conspicuos, quienes supieron articular su labor divulgativa con sus quehaceres investigativos. Es decir, en los países del Primer Mundo no escasean los científicos que no le hacen ascos a la divulgación de la ciencia y la tecnología. En cambio, en nuestros mentideros universitarios y académicos, tal divulgación no pasa de ser una pobre dama vergonzante, como cabe constatar al pasar revista a lo ofrecido por los diversos sellos editoriales universitarios al sur del río Grande, con alguna que otra excepción, como la bonita colección titulada “La ciencia desde México”, salida del Fondo de Cultura Económica. Empero, unas cuantas golondrinas no hacen verano.

En nuestro país, no faltan algunas iniciativas al respecto, como las conferencias sabatinas quincenales de la Sociedad Julio Garavito para el Estudio de la Astronomía en Medellín; las de la Asociación de Astrónomos Autodidactas de Colombia (ASASAC) y las de la Asociación Colombiana de Estudios Astronómicos (ACDA), ambas en Bogotá. Siguiendo con este ejemplo de la astronomía, es digna de mención la iniciativa jalonada desde hace un buen número de años por el ingeniero y astrónomo colombiano Antonio Bernal González y su equipo editorial, iniciativa adelantada desde la Circular de la Red de Astronomía de Colombia (RAC), una publicación semanal que ya va en los 850 números, algo atípico en un medio como el nuestro, caracterizado por la corta vida de la mayoría de las publicaciones que procuran hacerle llegar el conocimiento y la cultura al gran público en general, de suerte que no se quede encerrado en las nefastas lindes universitarias apenas para unas esotéricas capillas de iniciados y expertos en la materia. Ante todo, el conocimiento derivado de la ciencia es ecuménico como el que más, o sea, es para todo el mundo. Esto es todo un valor ético inherente a la divulgación de la ciencia y la tecnología. Por desgracia, nuestras instituciones educativas formales están fallando al escatimar esfuerzos en lo que a esto concierne, máxime al considerar que la divulgación científica no es una actividad lucrativa. En otras palabras, nuestras instituciones educativas no aprecian los valores de uso que una buena divulgación científica puede promover. No se le pueden pedir peras al olmo.

Este problema adquiere mayor gravedad por el hecho que las librerías de nuestras ciudades no suelen contar en sus existencias con una buena dotación de títulos en el campo de la divulgación científica. Para colmo, los libreros que dicen valorar la cultura, más interesados al fin y al cabo en las ventas, rara vez promueven desde sus librerías dicha divulgación, sea por la vía de alguna publicación, sea por la vía de conferencias dadas en su seno. Por su parte, se mueven más en este sentido algunas bibliotecas, como la Biblioteca Pública Piloto en Medellín y la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá. En estas condiciones, conviene valorar, mejorar y apoyar las actividades adelantadas desde el seno de sociedades como las antedichas, las cuales casi siempre cuentan con presupuestos liliputienses. En todo caso, pese a lo hecho por estas sociedades con verdadera pasión, todavía queda mucho por hacer, como queda debidamente ejemplificado en unas palabras dichas por Antonio Bernal González en un mensaje reciente enviado a los numerosos lectores de la Circular de la Red de Astronomía de Colombia: “¿Es que nadie hace nada en Colombia en el área de la astronomía? ¿No hay investigadores? ¿No hay salidas de campo? ¿No hay eruditos que se dediquen al estudio de esta ciencia? Lo último que quiero pensar es que no hay quién sepa escribir unas líneas. En los últimos años hemos recibido muchas ofertas de lectores que quieren hacer una serie de artículos sobre tal o cual tema, pero nada llega a materializarse. Todo se va en deseo”. Y, como pasa con la divulgación en el campo de la astronomía en nuestro país, sucede en las demás disciplinas del sistema general de las ciencias, incluidas la ciencias humanas.

La preocupación expresada por Antonio Bernal González recoge otro talón de Aquiles de la divulgación científica en nuestro medio: la escasez de plumas galanas. Después de todo, por idiosincrasia, el colombiano medio adora hablar y rehuye la escritura disciplinada, mucho más allá de los 140 caracteres de un texto de Twitter. Sin la menor duda, la buena divulgación científica exige dominar el conocimiento del tema, su dimensión ética, sus implicaciones sociales y la competencia en el manejo del idioma, sobre todo cuando es menester que la ciencia y la tecnología sean comprensibles para todo el mundo sin menoscabar el indispensable rigor intelectual. Precisamente, uno de los científicos más destacados del siglo XX, Richard Phillips Feynman, insistía en que siempre es posible lograr que la gente entienda el saber de la ciencia si se busca el modo de hacerlo. De aquí la necesidad imperiosa del manejo impecable del lenguaje, que no debe ser esotérico, sino ecuménico como el que más en sintonía con el modo científico de entender el mundo, con el buen pensar a la científica. Como bien decía José Ortega y Gasset, la claridad es la cortesía del filósofo. O, en palabras de la ensayista argentina Ivonne Bordelois, no hemos de olvidar que divulgación no significa extender la vulgaridad, sino el conocimiento, unas palabras que nos recuerdan de inmediato las de Camille Flammarion.

No deja de ser irónica la precariedad presente de la divulgación científica en Colombia y el resto del mundo hispano habida cuenta de que, en la Península Ibérica, en la segunda mitad del siglo XIX, existió una publicación prestigiosa: La Ilustración Española y Americana, cuya vida transcurrió entre 1869 y 1921. Entre los escritores sobresalientes que colaboraron con la misma podemos citar a José Zorrilla, Ramón de Campoamor, Juan Valera, Leopoldo Alas Clarín, Valle-Inclán, Unamuno, Emilio Castelar, Ángel Fernández de los Ríos, Peregrín García Cadena, Manuel Cañete, José Velarde, Miguel Rodríguez Ferrer, Patrocinio de Biedma, Francisca Sarasate, etc., etc. Es decir, toda una pléyade de plumas galanas. Me pregunto si contamos con una pléyade similar en nuestro país para echar a andar una iniciativa comparable a la de La Ilustración Española y Americana. ¿En dónde están? No en las universidades en todo caso. Más bien, tratemos de localizar tales plumas en las instituciones de la cultura libre, promotoras de valores de uso y ámbitos de comunidad. No lo olvidemos: unas pocas golondrinas no hacen verano.

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