Se cumple un aniversario más de la denominada Masacre de la plaza Tiananmen, en Beijing, China, uno de esos mitos creados por los servicios de inteligencia y la gran prensa occidentales. Hoy, cuando desde nuevos centros de poder mundial se puede conocer la otra cara de los hechos, es mucho más evidente la manipulación de que hemos sido víctimas durante décadas. Ya no pueden seguir presentando los hechos como lo hicieron siempre.
Julian Assange, el símbolo internacional de la prensa independiente, perseguido implacablemente por haber publicado en Wikileaks miles de documentos de la inteligencia de los Estados Unidos, que ponían de presente sus crímenes en muchas partes del mundo, reveló en 2011 una entrevista realizada por agentes norteamericanos a un diplomático chileno en China, quien se hallaba en la plaza cuando la presunta masacre, en la que este asegura que aquella nunca existió.
De la misma manera, el profesor Richard Rigby, miembro del personal de la embajada australiana en 1989, manifestó a los periodistas en un programa de noticias de ABC: "En unos pocos días, ciertamente en una semana, quedó claro que la información sobre lo que sucedió en la plaza en sí era incorrecta". Más tarde, agregaría: "No puedo descartar por completo la posibilidad de que nos estuvieran alimentando con algún tipo de 'línea'".
A su vez, el embajador de Madrid, Eugenio Bregolat, señaló que los periodistas occidentales estaban informando de la masacre como un hecho desde sus habitaciones de hotel, mientras que el canal español TVE tenía un equipo de televisión físicamente en la plaza esa noche y sabía que era falso. Las grandes cadenas informativas norteamericanas y británicas difundían que por lo menos 10.000 personas habían sido acribilladas, quemadas y trituradas allí por el ejército chino.
Vale leer sobre el papel que en ello jugaron la Fundación Nacional para la Democracia, una cobertura de la CIA diseñada para construir relaciones con activistas antigubernamentales en el extranjero con el propósito de desinformar y desestabilizar, o personajes como Gene Sharp, el principal estratega encubierto de protestas callejeras de Estados Unidos, autor del libro De la dictadura a la democracia, muy aplaudido en Occidente.
Se dice de esa obra que sus recomendaciones han sido seguidas al pie de la letra en cada una de las llamadas revoluciones de colores que derrocaron diversos gobiernos en el mundo, instalando siempre en el poder a personajes amigos de Norteamérica. En América Latina no hemos sido ajenos a eso. El 11 de abril de 2002 el presidente Hugo Chávez fue víctima de una de esas conspiraciones, como lo ha sido Nicolás Maduro del 2013 en adelante.
Ejemplos sobran. Lugo en el Paraguay, Evo Morales en Bolivia, Zelaya en Honduras, Pedro Castillo en Perú. A Daniel Ortega en Nicaragua le han hecho de todo para derrocarlo. Es claro que primero requieren asesinar política y moralmente a sus enemigos. Las agencias de prensa, junto a funcionarios de alto rango en EE. UU., preparan el terreno para el golpe, creando las más repudiables historias sobre los objetivos a defenestrar, los convierten en monstruos.
Los firmantes de paz, pese a que hace ya siete años dejaron las armas, aún siguen siendo víctimas del estigma y la segregación
Como hicieron en su momento contra las Farc. Las guerras contrainsurgentes, contra las drogas y contra el terrorismo, sucesivamente declaradas y practicadas contra los rebeldes colombianos, implicaron enormes aparatos de propaganda que se proponían envilecer al máximo su imagen ante el país y el mundo. Los firmantes de paz, pese a que hace ya siete años dejaron las armas, aún siguen siendo víctimas del estigma y la segregación.
De hecho, son más de 400 los asesinados tras la firma del Acuerdo. Y lo que es aun más sorprendente, son mirados con desconfianza por los partidos y organizaciones de izquierda, democráticos y progresistas, que todavía se resisten a admitirlos como otros de sus iguales. Eso no cambia porque apoyen a Gustavo Petro en la presidencia, víctima a su vez de una arremetida inaudita por parte de los sectores políticos que dominaron tradicionalmente el país.
Vale recordar como principio, incluso y sobre todo en política, que nunca debe admitirse que se haga a otros lo que no quisiéramos que nos hicieran a nosotros mismos. Hay que dolerse y solidarizarse siempre con los perseguidos, contra los injustamente atacados y pisoteados. Cuidando siempre evitar que la propaganda, la guerra sicológica, el montaje institucionalizado se apoderen de nuestras mentes para hacernos despreciar a quienes no lo merecen.
Hijas e hijos de antiguos guerrilleros de las Farc o sus cercanos integran hoy el Coro de Hijas e Hijos de la Paz, que conmueve el corazón a quien los escucha aquí o en el exterior. Su existencia se encarga de romper toda clase de mitos contra quienes los procrearon. Son verdades que surgen con el tiempo, poco a poco, para encargarse de probar que lo más puro y lindo de lo humano nace y se hace flor pese a odios y mentiras.