El polo norte y sur, lugares inhóspitos de nuestro planeta donde la vida presenta las más increíbles capacidades adaptativas para superar las bajas temperaturas y la complejidad de sus maravillosos paisajes, poco habitado, gélido y distante el uno del otro, representan los puntos opuestos de la tierra.
Sin necesidad de la existencia de 20.000 kilómetros entre un punto y otro, estos dos extremos se asemejan al ambiente que se respira en nuestro país, sin importar si estamos a 30 grados, el helado viento político se percibe por todas nuestras calles día a día. ¿No es acaso una analogía aceptable de la situación en la que nos han metido? Dos polos congelados en sus ideas e intereses, tan alejados el uno del otro que pareciese imposible llegar siquiera a acercarlos un poco, y en medio de estos, el pueblo bajo el más crudo de los inviernos, bajo una lluvia de odio que envenena el pensamiento y nos lleva casi a autodestruirnos, sobreviviendo a los huracanes de insultos que encuentran en las redes sociales el clima perfecto para tomar fuerza y continuar destruyendo todo a su paso… Amistades, amores, familias…
Poco a poco el gélido ambiente comienza a atrofiar nuestra capacidad de tolerar las diferencias, mirando con recelo y desconfianza a los demás, siempre dispuestos a defender el paraíso imaginario de nuestro polo favorito, ese que con una fuerza casi gravitatoria nos separa cada día más los unos a los otros.
Aun resistiendo la tormenta política que se ha instaurado, el panorama no es alentador si no se permanece en la calidez que solo un pueblo unido podría generar, unido en la búsqueda del bienestar general, que no discrimina ni excluye, que se abraza orgulloso en sus cantos y bailes, en sus tierras y en sus logros, dándose cuenta que, así como el efecto contaminante del ser humano puede aplacar los más enormes y helados témpanos polares, la unión del pueblo colombiano puede disolver hasta la más arraigada y fuerte diferencia política.
