La política es el opio del pueblo
Opinión

La política es el opio del pueblo

Drogados con una controversia política sin pies ni cabeza, dos grupos polarizan al país al punto de no considerar los verdaderos problemas en el posconflicto, que es hecho cumplido

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julio 05, 2017
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Entendiendo que las características del opio son, por un lado el carácter de narcótico que embota los sentidos y adormece a quien lo consume. Y del otro que justamente por esa falta de capacidad de reaccionar y la pérdida de la voluntad, quienes están bajo sus efectos son fácilmente manipulables.

Dos referencias históricas pueden aclarar o validar el sentido de esta afirmación.

Una las guerras del opio entre el Imperio Británico y el imperio XXX de la China.  Se dice que el propósito de los ingleses al forzar el consumo de ese producto fue debilitar el poder y lograr al sumisión de esa Nación. Otra interpretación un poco más desarrollada dice que el problema es que desde entonces las exportaciones chinas o los productos que vendían hacia el exterior eran –como ahora- mucho más que lo que ellos compraban. Como en esa época no había forma de equilibrar ese desbalance pues los chinos no aceptaban pagos con una moneda con la cual nada tenían o podían hacer, el opio se convirtió en la divisa de intercambio –o más correctamente de pago- entre ellos.

Los ingleses lo conseguían en la India donde ellos mismos propiciaban su producción , y pagaban a los comerciantes así. El Emperador Daoguang de la dinastía Qing en la primera mitad del siglo XIX por supuesto no estaba de acuerdo con el consumo que mermaba la capacidad de la población productiva y prohibió su consumo. El gobierno inglés en ayuda a sus comerciantes declaró la guerra incentivando el consumo en contra de las políticas oficiales.

Por lo demás algo parecido pasaría después en los Estados Unidos cuando lo inmigrantes chinos que construían los ferrocarriles tenían esa adicción que los volvía improductivos y se inventó la política antinarcóticos -que se refería a los opiáceos- para después bajo el mismo nombre incluir la marihuana que no es narcótico sino alucinógeno.

Pero lo característico es que lo que podría ser un problema personal se convierte en colectivo o nacional porque sus efectos se vuelven masivos.

El otro caso es la famosa frase de Lenin “la religión es el opio del pueblo”. Siempre se ha tomado en el sentido o se le ha dado énfasis al hecho de que ‘embrutece’, reduce la capacidad tanto de pensar como de actuar. Pero también tenía el sentido de que era el que movía a las masas. Había que combatir la religión porque como el opio creaba una dependencia ya masificada que iba en contra de los principios y propósitos revolucionarios.

También aquí se disolvía la individualidad y se perdía en un rasgo colectivo cuyo peso e inercia era difícil de contrarrestar.

 

Ni quienes dicen defender la paz pueden negar que el Acuerdo es un buen paso,
ni quienes se declaran en contra de él tienen motivación diferente
que la desinformación que coincide con su posición previa

 

Lo que estamos viviendo en Colombia es que los ciudadanos han adquirido una adicción a unas posiciones que nada tienen de racionales y se puede decir que de reales: ni los que dicen defender la paz pueden hoy negar que el Acuerdo bueno o malo sí es un buen paso, pero que está muy, muy lejos de ser la paz; ni quienes se declaran en contra del acuerdo tienen motivación diferente que la desinformación que coincide con su posición previa, puesto que para comenzar prácticamente nadie conoce los términos del documento y por eso buscan hipótesis que sin prueba alguna pongan en entredicho los informes oficiales de las diferentes instancias que los certifican (que tal decir que no tiene validez la garantía de la ONU porque la Unión Soviética forma parte de ella). Según la nueva clasificación estamos en ese mundo de la ‘posverdad’, en el que las interpretaciones o presentaciones remplazan los hechos y más aún los análisis.

Pero embotados, drogados con la venta de una controversia política que no tiene pies ni cabeza, se han formado dos grupos o corrientes que polarizaron al país al punto que nadie presta atención a los verdaderos problemas que nos aquejan hoy –en el posconflicto que para bien o para mal y con buen o mal futuro ya es un hecho cumplido-.

La droga la suministran los ‘medios de opinión’ (que no la reflejan sino la crean), y que nos la venden como cualquier ‘pusher’ o traficante para beneficiarse del poder que les representa.

La ‘apatía que parece sorprender a la mayoría de los ‘comunicadores’ es equivalente al efecto anestésico del opio cuando ya uno no le interesa nada de lo que pasa alrededor.

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