La política como actividad tendiente a organizar las relaciones de poder formales en el marco constitucional que nos rige es una gran falacia, un simple cuento.
Por supuesto así sucede respecto a lo esencial, o sea a la forma en que la comprenden quienes participan de tal actividad: para la inmensa mayoría no es una manera de servir al país sino de adelantar los intereses propios; para algunos de los diferentes a ese grupo, su vinculación se concentra pero limita a desarrollar sus capacidades en campos específicos y técnicos -muy en particular esa es la visión de los economistas-; pero son muy escasos quienes entienden que su función -o la de la política- es tomar decisiones para ordenar una sociedad alrededor de una estructura jurídica (Estado de Derecho) y en función de las necesidades de la gente.
Pero, más allá de las personas y lo teórico, tal vez justamente para dar verosimilitud a ese ‘cuento’ de que nuestro sistema político funciona así, la organización formal está hecha de la misma calidad de mentiras.
Toda la estructura de la Administración de Justicia gira alrededor de las fuerzas políticas -desde las ‘recomendaciones’ para la escogencia de jueces hasta los mecanismos de selección de los altos magistrados-. Nada orienta la forma de calificar a quienes administran Justicia para que tengan vocación, preparación, o incluso responsabilidad para hacerlo.
Las ‘fuerzas del orden’ no están para defender la soberanía (en lo que respecta las fuerzas militares), ni para mantener el orden público y perseguir el delito (cómo compete a la policía), sino para preservar el statu quo reprimiendo las manifestaciones que se puedan presentar en contra.
Pero el mayor cuento de todos es el aparente, el que supone estar al origen de la misma actividad política como es la alineación y la confrontación de ideologías y propuestas representadas por los partidos políticos.
Cambio Radical nada tiene de cambio y si acaso en algo es radical es justamente en que no se debe esperar cambio alguno: los mismos políticos utilizando las mismas mañas para salir elegidos y después con los mismos instrumentos (mermelada, etc.) reproducir el mismo sistema.
Centro Democrático que ni es de centro ni mucho menos democrático. Entre nosotros es la más extrema derecha, superada solo (y eso quien sabe) por el paramilitarismo. Y sobra decir el carácter caudillista (alrededor de Álvaro Uribe) que lo caracteriza.
Partido Liberal que primero dejó de ser Liberal y que hoy ya no es Partido: perdió su identidad con una dirección que lo orientó hacia el extremo contrario (el Neoliberalismo) y que se refugió en la ilegalidad; y los votos que consigue son personales de unos caciques, ya que su candidato o quien aparezca como tal a nivel nacional no llega al 5% en una elección.
Los verdes ya ni siquiera hablan de ecología o medio ambiente y todos sus directores y fundadores no están en sus filas.
El Polo Democrático que poco de polo tiene en la medida que su visión de democracia no acepta la multiplicidad de pensamientos que conviviendo se someten a la aprobación de las mayorías, y por eso esa colectividad viene cerrando cada vez más su espectro ideológico y disminuyendo el número de sus votantes.
Y los Conservadores que lo único que se han dedicado a conservar son sus cuotas burocráticas ya que claramente prefieren negociar antes que luchar para presentarse como una opción de gobierno.
Todo lo anterior muestra que lo que se presenta es puro cuento, que lo que vivimos es una gran mentira y que como bien dicen “no es que haya corrupción en el sistema, es que la corrupción es la naturaleza y esencia del sistema”.
Publicada originalmente el 31 de octubre de 2018