Con motivo de las confrontaciones electorales en el país se han puesto en escena la política y lo político, ambos conceptos tienen identidades diferentes, pero poseen la necesidad orgánica de unirse en el mismo proyecto.
Algunos consideran que los partidos políticos, por ejemplo, son inamovibles, suponen que es normal que los llamados sectores de derecha pueden obrar prescindiendo de ellos, como lo han demostrado en América latina y en los Estados Unidos, si se tiene en cuenta que basta utilizar los medios, montar una empresa y vender la imagen, mientras que la izquierda regularmente es antisistémica, busca cualitativamente transformar la sociedad y necesita de un movimiento, un partido o un frente político que recoja una causa para mostrar su voluntad unificadora y de cambio.
La vieja tradición de los partidos como instrumentos de intermediación de las demandas sociales está en decadencia, y, cuando se tornan en alternativas de poder se utilizan los más ruines métodos para descalificarlos.
En esta perspectiva observamos, en el imaginario político de la modernidad, que los partidos están en decadencia y es una candidez de hacer actividades políticas con los métodos tradicionales, sin admitir que los espacios públicos del pasado están debilitados y las arengas han colapsado.
Entonces, ¿cómo competir contra los partidos organizados como partidocracia?
Quizá sea necesario reconocer que la política es la escena económica y social y lo político es el fundamento de la sociedad empática, el espacio de lo público, donde creamos una atmósfera de convivencia.
En otras palabras, la política es el régimen institucional constituido, como solía llamarlo Álvaro Gómez Hurtado y lo político es lo instituyente.
Esta tensión y resistencia son claves para poder discernir la naturaleza del discurso político progresista en la época de la posmodernidad, en cuyos terrenos no se ha perdido el humanismo, herencia de las concepciones cristianas, marxistas, orientalistas que subsisten en el capitalismo.
Que Gustavo Petro haya salido a la palestra mostrando un Estado corrupto, autor de genocidios y ejecuciones extrajudiciales, por los cuales el Estado ha pedido perdón, que haya enseñado a los colombianos del montón que la igualdad estaba profundamente averiada, que la pobreza y la exclusión del bienestar no es casual sino sistémica, su voz tiene un contenido político de primer orden y que no puede ser acallada.
Que el Polo haya expresado que el proyecto de Iván Duque “…atenta contra los avances democráticos, la soberanía nacional, la paz, la justicia social, los derechos humanos y las libertades ciudadanas”, es un paso solidario que coloca los intereses de la Nación por encima de los intereses políticos.
Los demócratas, los hombres y mujeres que no palpitan al son de las consignaciones y chequeras de los bancos, de los empresarios que tienen la certidumbre que la solución pacífica de los conflictos construyen la democracia económica, pero, sobre todo, comprenden que una camarilla dirigencial es la que ha llevado al país a transitar por los caminos de la irracionalidad del poder, donde la lógica del dinero habita y nos impone vivir en una sociedad de alto riesgo, como si todos los colombianos viviéramos al borde de la represa de Ituango, esperando el desastre, mientras los elegidos esperan un nuevo contrato empresarial y los menesterosos son objeto del terrorismo social.
El momento que vive Colombia, flagelado por la corrupción y la iniquidad social, nos hace recordar las palabras del General Ruiz Novoa, un militar con elevada formación política, cuando fue defenestrado de su cargo como Comandante del Ejército por decir en un discurso que en Colombia hacía falta un “cambio de estructuras, una reforma agraria y una revolución económica para superar de fondo la injusticia social”.
El pundonoroso y brillante militar, que no era “castristaperonista”, aceptaba que la pobreza no era una institución natural, sino la consecuencia de indignas estructuras de poder, y, “allí fue Troya”, el adalid de la izquierda caucana, Álvaro Pío Valencia, un comunista ilustrado, coincidencialmente ubicado en el Moir, partido del cual hace parte el blanco y pálido Jorge Enrique Robledo, le expresó, con espíritu de caucanidad feudal, a su hermano el presidente Guillermo León Valencia, “Sácalo o te saca”. Hasta pronto.