Crear miedo para sacar provecho ha sido una de las formas de control de masas más usada a través de la historia. Cristo fue asesinado por miedo, y por miedo a perder el control de la fe el cristianismo emprendió las cruzadas más genocidas. Estados Unidos de América, por temor, bombardea medio mundo y fabrica armas de destrucción masiva en nombre del orden mundial.
En Suramérica la tendencia tiene su auge. Por miedo, y con mucha razón, a que la oligarquía terminara de quemarse el dinero del petróleo, Venezuela eligió al comandante Hugo Chávez y este a su vez, señalaba en su programa Aló Presidente todos aquellos miedos que lo embargaban; empeñó las reservas, diezmó a la oposición e impulsó a Nicolás Maduro quien ha sabido seguir atemorizando a su pueblo a cambio de perpetuarse en el poder.
Se ha hecho costumbre ver a Uribe Vélez tildar de “guerrillero de civil”, de “idiota útil”, de “castrochavista” a todo el que se permita cuestionarlo, a él o a los suyos. Al que tiene tendencias ideológicas de izquierda es llamado “mamerto”, generando una suerte de mitos temerosos en la sociedad.
La tolerancia a estos señalamientos se ha vuelto escandalosa, el miedo en Colombia gira en asuntos como, que la ideología de género se va a “mariconear” a “nuestros hijos” o, que vamos a terminar haciendo filas para recibir migajas del gobierno (como las de Acción Social). La campañas a favor y en contra del plebiscito por la paz se cruzaron entre miedos de ambos extremos, unos afirmando que el comunismo se iba a apoderar del Estado, que se legalizaría el matrimonio homosexual y otros arguyeron que de no ganar el sí, las Farc asesinarían a todos los secuestrados y bombardearían ciudades. Nada de esto fue tal, pero el miedo hizo lo suyo y las redes sociales resonaron.
Lo cierto es que esta ya no es una maña exclusiva de la “oligarquía poderosa”, la izquierda misma ha venido usando estos artificios para quitar del camino a quien trunca su asenso; caso concreto el del Progresismo que en su incapacidad de desmarcarse de la sombra de la extrema izquierda se ha olvidado de exaltar aquella “política del amor” que tanto enfatizó como alcalde de Bogotá el Doctor Gustavo Petro, aflorando en cambio, ad portas de campañas presidenciales, “la política del temor”. Según Petro todos son candidatos de Sarmiento Angulo menos él, quien es el único de sacar al país de la miseria, el desequilibrio social, el déficit fiscal y los abusos en el servicio de salud. Es la única salida, no elegirlo es condenarnos eternamente.
Si bien aplaudimos sus aportes contra la corrupción y su ímpetu al poner en evidencia aquellas uniones nocivas de poder, es justo separarnos de aquella pésima estrategia, que ha venido usando, pues las sociedades no cambian en un gobierno de cuatro años (ni en dieciséis, como este neo-frente nacional de Santos y Uribe), ni cambian por una persona, ni por un grupo político; la sociedad es la construcción de todos los sectores de manera deliberativa en pro de un bien común, no es el invento de un iluminado o de un ángel incomprendido, no es pisoteando a un sector para favorecer a otro. Nadie puede autoproclamarse “el cambio” usando las mismas estrategias que critica, tildando de “neoliberal” a quien ha encontrado una forma alternativa de ver la sociedad. No es posible que, de estar generando una polvareda inventando miedos donde no los hay, el pueblo se olvide de la corrupción y elija a los mismos con las mismas. ¡¡Qué miedo!!