¿Qué podríamos pedir a la política hoy en Colombia? ¿Podríamos pedirle que represente valores conservadores de derecha o liberales de izquierda? ¿Podríamos pedirle que represente los principios de la élite o del pueblo? A la política de hoy en Colombia debemos exigirle que garantice la participación del ciudadano de a pie. Esto es posible únicamente si hay transparencia y siempre mayor simultaneidad entre la comunicación de los hechos que acontecen y la información que se recibe.
¿Cuál político podría encarnar la figura de un operador de la comunicación que amplifica los hechos reales en información accesible de manera inmediata y simultánea en redes sociales y sin la intermediación del periodismo? Un político que haya entendido la importancia de ser una presencia omnipresente y simultánea en el ambiente: un político que está presente en el lugar donde sucede un hecho estadísticamente relevante para la ciudadanía, que muestra el evento de manera “casi” simultánea a su acontecer y que, sobre todo, se muestra presente en el evento.
Esta es la política que hoy exige el entorno social-tecnológico como modalidad eficaz del realizarse de una experiencia, aunque indirecta, de participación de los ciudadanos que quieren presenciar en lo que efectivamente acontece. Aquel político que permita y acelere este proceso participativo simultáneo de experiencias indirectas mediante las redes sociales es quien mejor garantiza el derecho fundamental a la participación ciudadana. Cualquier otra forma de hacer política es facciosa: si el político no está omnipresente para garantizar nuestra participación, su política no es transparente; y si su modo de gobernar no es transparente es faccioso. O, en la mejor de las hipótesis, si no es faccioso es lento y produce distancia y asincronía entre los sucesos y la comunicación de ellos que llega al ciudadano. Si su política es asincrónica no es transparente y es ineficiente: en fin, no es confiable.
A la política de hoy hay que exigirle las condiciones de posibilidad de la participación, participación que se realiza mediante un sistema transparente y simultáneo, y que únicamente puede desplegarse mediante una comunicación semiinmediata y horizontal en redes sociales. Estas son las reglas del juego que el entorno social-tecnológico impone a la política: aquel que se rehúsa a adoptarlas deja vacía su silla y no participa de la macro-interconexión horizontal exigida por el entorno social, por los ciudadanos-usuarios y por el derecho constitucional a la participación.
La distinción clásica entre la buena y la mala política revela en este caso toda su inconsistencia: hoy se da únicamente una política presente y simultánea o ausente y asincrónica: la participación está garantizada únicamente por la primera, que encubre inevitablemente la segunda. Aquí está la razón del éxito del modo de hacer política de la alcaldesa de Bogotá, cuya popularidad crece en la medida en que se encubre aquella del presidente, develándolo ausente. En este sentido, no es interesante valorar éticamente o moralmente la política del presidente: antes bien, su política no es ni buena ni mala, sino que es asincrónica porque su comunicación falta la simultaneidad con los hechos y llega siempre después de aquella de la alcaldesa. Así entonces, al presidente no le queda otra solución que plantear una política de valores tradicionales que, al proteger las élites que representan la base de sus posibles votos futuros, excluye la mayoría de los ciudadanos de la participación a la “cosa pública”.
En fin, ya nadie hoy le pide a la política encarnar algún valor, sino ser capaz de conectar las periferias de la ciudadanía con la fuente de difusión de la información, que no es estática sino en tránsito desde un extremo al otro de las redes sociales. Así las cosas, el centro de la información transita por doquier y el mismo mensaje viaja simultáneamente desde la fuente emisora hasta nuestros aparatos receptores: la misma red es el mensaje. Esto hace que la información sea transparente, participada y accesible indefinidamente y siempre de nuevo por cualquier ciudadano que esté conectado a las redes sociales de un gobernante selfie-simultáneo.