Se han escrito muchos tratados sobre como triunfar en política en una democracia. Toda la literatura sobre el liderazgo basado en respeto a la separación de poderes, búsqueda del bienestar colectivo, construcción de una sociedad más igualitaria, gobernabilidad y gobernanza, identificación de valores y aspiraciones nacionales, es en la práctica solo eso: literatura. La política para los políticos que quieren tener de verdad éxito se ha reducido a uno solo temacómo encontrar un argumento que pueda representar una verdadera amenaza para los electores y presentarse como la persona que puede conjurarla.
El resultado de las elecciones en Estados Unidos es la mejor y más reciente demostración de cómo funciona la política en nuestros días, puesto que el electorado de una nación tan poderosa no debería sentirse amenazado por nada. Y sin embargo, los argumentos que llevaron a Donald Trump al poder fueron la amenaza de la destrucción de las bases mismas de la sociedad norteamericana, por la invasión de un alud de inmigrantes de diversas razas, poco calificados y al margen de la ley aun en su propio país de origen; a lo cual se sumaba la amenaza contra el capitalismo, que es el corazón de la economía norteamericana, a manos de China, México, Canadá, Taiwán, países que arrasaban con sus productos de bajos precios y alta calidad los grandes mercados nacionales; las amenazas internacionales de seguridad que buscaban arrastrar a Estados Unidos a unas guerras ajenas; y para rematar, quién lo creyera, la amenaza misma del comunismo enquistada en el Partido Demócrata.
Hacer América grande de nuevo (Make America great again, MAGA) fue ante todo el catálogo de respuesta a esas amenazas, un mucho de nacionalismo, proteccionismo, aislacionismo y certeza de que a Estados Unidos la va mejor solo que mal acompañado, sin pagar las cuentas de todo el mundo al precio de su debilidad interna. Como el lema se refiere a un pasado glorioso que había que recuperar, es fácil mirar hacia atrás a los Estados Unidos anteriores a las dos guerras mundiales en la cuales tuvo que intervenir (y ganar) solo cuando no le quedó más remedio, cuando el proteccionismo, el aislacionismo y la cacería de comunistas, estaban a la orden del día, y era sin la menor duda el país más poderoso de la tierra.
Esa forma de hacer política que tuvo éxito en la que se reconoce como la democracia por excelencia, lo ha tenido también en todas partes, en todas las latitudes y en todos los contextos ideológicos. Desde la revolución cubana, de hace más de sesenta años, que se ha sostenido sobre la amenaza que representan los Estados Unidos a tan maravilloso y exitoso experimento político, hasta el gobierno de Javier Milei en Argentina que convirtió el arraigado peronismo en el enemigo público número uno. Ni hablar de Colombia donde una iniciativa noble y necesaria como el proceso de paz fue rechazado en las urnas como una amenaza contra la supervivencia misma de la Nación.
Así fue en las pasadas elecciones presidenciales en Colombia, cuando el ganador aseguró poder controlar un estallido social inminente y descomunal
Como se habla tanto de polarización, que es inevitable al final de un proceso político de dos vueltas, como sucede en la mayoría de los países con régimen presidencial, pues hay que escoger entre uno u otro, la competencia termina siendo cuál de las dos alternativas presenta en su discurso una amenaza mayor en condiciones de conjurarla, que es la que termina ganado. Así fue en las pasadas elecciones presidenciales en Colombia, cuando el ganador aseguró poder controlar un estallido social inminente y descomunal, y así será en las próximas cuando se despeje un poco el enredado paisaje político y algún dirigente identifique con claridad cuál es la mayor amenaza que se cierne sobre nosotros, y convenza a la gente de que tiene la capacidad para enfrentarla.
Del mismo autor; Escenarios catastróficos