“El odio es un motivador más poderoso que el amor”, esa es una de las reglas de Stone, y una de las frases más representativas de la política —no solo estadounidense, sino también colombiana—.
Roger Stone es un estratega, consultor político y cabildero estadounidense de 65 años, que durante la mayor parte de su vida se ha dedicado a promover y respaldar campañas de candidatos políticos en su país, algunos de los más reconocidos en la historia norteamericana.
Inició su carrera como impulsador en 1972, apoyando la segunda candidatura presidencial de Richard Nixon. Promovió su apoyo realizando tareas políticas para su campaña. Después de que ganara la presidencia de los Estados Unidos empezó a construir una amistad con él.
Más adelante, hacia el año de 1974 se le relacionó con el escándalo de Watergate y fue calificado como el cerebro detrás de esto. A partir de esto encontró la oportunidad perfecta para posicionarse como un sujeto políticamente reconocido, y desde aquel primer incidente se empezó a identificar su mentalidad y metodología.
Su apoyo a Nixon llegó a tal punto de tatuarse su cara en la espalda, lo que para algunos representaba la personalidad de Roger perfectamente. Su tatuaje mostraba no solo la admiración que sentía hacia los principios y enfoques que Nixon tenía sobre la política, sino también el método que usaba para ejercer su oficio: la resistencia y la mentalidad de ganar a cualquier costo eran su reflejo.
Después de este suceso, Stone empezó a abarcar un importante papel en la política estadounidense. En las décadas siguientes se alió a las campañas de Ronald Reagan, Jack Kemp, Bob Dole y Donald Trump.
A pesar de su talante y habilidad como estratega y persuasor no fue reconocido solo por salir victorioso en cada una de las campañas, sino también por cómo lograba tal objetivo. Durante todos los años anteriores se empezó a evidenciar cómo Stone implantaba una propaganda sucia en su discurso a través de mentiras, exageraciones y hasta teorías conspirativas. Convencía a las personas de apoyar o por el contrario deslegitimar a algún candidato.
Los medios y analistas lo calificaban como “un canalla de primera, una rata, un ser humano absolutamente despreciable”. Esa era la imagen representativa de un político promedio, pero a pesar de esto lograba mover masas, y a pesar de que muchos lo tildaban de tramposo, otros reconocían su nivel para captar la atención.
Incluso durante la campaña de John F. Kennedy logró convencer a su curso de votar por él en el simulacro electoral. El método que usó fue decirles a todos que Nixon, su opositor, iba a imponer una ley que permitía hacer clase todos los sábados. Sorpresivamente, Kennedy ganó considerablemente en el simulacro escolar.
Así ha ocurrido en todas las campañas que apoya, incluida la de Donald Trump. Su estrategia evidentemente fue satanizar la imagen de Hillary Clinton, incluso escribió y comercializó un libro llamado Guerra de los Clinton contra las mujeres. Centró su discurso en el historial político y social de Bill Clinton, señalándolo como un “depredador sexual”, y calificó a la pareja como “el sífilis resistente a la penicilina del cuerpo político estadounidense” y como “delincuentes de profesión”. Además, acusó a Hillary Clinton de apoyar dichas conductas, atentando de esta manera contra el bienestar de la población femenina. Efectivamente la estrategia funcionó, a pesar de que en las encuestas Clinton apuntaba victoriosa para ganar la presidencia de los Estados Unidos.
Como se ve, el odio y las mentiras se apoderan de su estrategia política. No buscar ganar de manera moralmente correcta, sino derrotar (cueste lo que cueste) al enemigo. Si un discurso funciona efectivamente lo va a adoptar y hacer parte de su oratoria, así este esté plagado de calumnias y difamaciones. Stone sabe qué es lo que quieren escuchar las personas, no importa si es mentira o verdad, simplemente funciona.
Se rige a partir de las famosas Stone's Rules, una clase de normas que ha ido fundando a partir de su carrera y experiencia política. Algunas de ellas son: “Es mejor ser infame que nunca ser famoso”, “El odio es un motivador más poderoso que el amor”, “Atacar, atacar, atacar. Nunca defenderse”, “Lo único peor a que hablen de ti, es que no hablen de ti”.
Stone comprendió el método por el cual se puede manipular a las personas, entiende perfectamente cómo funciona la sociedad a partir del odio —que mueve más masas que cualquier otra estrategia—. El instructivo simplemente es implantar permanentemente una idea en los cerebros, hacerles creer que el oponente es un peligro de exterminio para ellos, alimentar esta imagen a través de sucesos maquillados y exagerados, y finalmente lograr que un grupo extenso de personas se unan a una causa —así esta sea la más burda e incoherente—.
Es imposible describir a Stone y no familiarizarlo con la realidad colombiana. Si analizamos, la mayoría de políticos se rigen bajo las mismas normas, unos abiertamente, otros haciéndose pasar por honestos y confiables pero usando la misma estrategia detrás de la cortina. Un ejemplo claro de esto fueron las pasadas campañas presidenciales, donde el Centro Democrático fue el mayor calumniador a la hora de promocionarse políticamente. Usaron exactamente la misma estrategia y obtuvieron los mismo resultados: llenaron a las personas de mentiras, inventándose una realidad ficticia aparentemente estúpida, pero que finalmente más de siete millones colombianos creyeron.
Siguieron el instructivo Stone al pie de la letra.
Primero, les implantaron una idea en la cabeza: si ellos no ganaban nos íbamos a convertir en un país caótico lleno de pobreza y miseria, como si eso no fuera lo que ya tenemos. El uribismo era la única alternativa viable para el país.
Segundo, hicieron creer que el oponente era un peligro mortal: viralizaron una reputación errónea de sus contrincantes. Igual que Stone no pretendían ganar correctamente, sino derrotar al enemigo (cueste lo que cueste). Por eso le dijeron a las personas que Petro era un guerrillero castrochavista que nos iba a encaminar al comunismo y a la pobreza; que Fajardo era un izquierdista oculto que pretendía implantar en el gobierno a una vicepresidenta gay y que por esto iba a promover el homosexualismo a toda la población colombiana; y que Humberto de la Calle era un aliado terrorista FarcSantos que iba a poner a todos los exintegrantes de las Farc en el senado y le iba a entregar el poder al narcotráfico. Un montón de mentiras ridículas y hasta graciosas, pero que la gente creyó.
Tercero, alimentar esta imagen a través de sucesos maquillados y exagerados: a partir de todos los argumentos que daban para que la población votara por ellos, empezaron a difundir información errónea. Fake news que se esparcían a través de las redes sociales y los medios masivos, no solo negativas de los opositores, sino positivas para ellos. Vendían la idea de que Colombia sería un país libre de corrupción y de impuestos.
Cuarto, y último, lograr que un grupo extenso de personas se unan a una causa, así esta sea la más burda e incoherente: este fue el resultado, el candidato lanzado por el Centro Democrático ganó la presidencia de Colombia con más de siete millones de votos, a partir de datos completamente absurdos, pero bien usados.
No obstante, el Centro Democrático no es el único grupo difamador, muchos políticos y muchos partidos se han encargado durante años de vender una política sucia y alejada de cualquier atisbo de ética o moral. No importan los medios, sino los objetivos, lo importante es salir victorioso.
“La política agresiva de hoy en día es lo que se necesita para hacerse notar”, esto lo dijo Roger Stone en una entrevista y es un acierto sin lugar a duda. El odio y las mentiras funcionan más que cualquier otra cosa en Estados Unidos, en Colombia y en cualquier país. El ser humano es vengativo por naturaleza, le gusta creer en algo que le sirva como base para apoyar sus doctrinas, así sean infamias y así sean conscientes de que estas lo son.
Tal vez nos desgastamos juzgando y aludiendo a todos los políticos corruptos y ridículos en Colombia y en el resto del mundo, la mayoría de ellos pueden tener la misma mentalidad de Stone. La sociedad y los medios crean una reputación de cada uno, una reputación permanente que los identificará por el resto de sus carreras políticas —así intenten cambiarla—. Lo único que les queda es seguir la corriente de todo lo que dicen de ellos para ser reconocidos, recordados y escuchados, porque así más de la mitad de un país odie a un político, odie a Trump, a Petro o a Uribe, más de esa misma mitad escucha todo lo que ellos dicen y lo atienen negativa o positivamente. Lo escuchan, lo procesan y lo aluden.
“La política es dinámica”, y así para la mayoría sea moralmente incorrecto venderse mediante mentiras y calumnias, esta es la manera en la que se mueve no solo la política, también el mundo.