Y las calles tumbaron la reforma tributaria, la más ambiciosa presentada en lo que va del siglo y el proyecto más descomunal del tercer tiempo de uribismo. La tributaria fue el catalizador y el elemento común que dotó de sentido identitario una indignación feroz suspendida por los avatares de la pandemia. Para llegar a ese nivel exacerbado de indignación es necesario proyectar la ira contra un enemigo común; fácil de comprender en sus formas y métodos, sin mayores luces o sombras.
Muy pocos de quienes se movilizaron leyeron con atención las 110 páginas del texto de la tributaria; si quiera analizaron sus 163 artículos o revisaron su componente social por fuera del inapropiado apartado de recaudo, porque paradójicamente la reforma contenía ideas muy “progres”, tales como la institucionalización de una renta básica y un fondo de mitigación del cambio climático. Eso no emergió en la discusión y el precio del huevo resultó más aleccionador. No era el momento y el gobierno falló en la forma de comunicar.
Más allá de la tributaria, la indignación tiene un matiz polifónico sintetizado en una profunda inconformidad. Es una indignación contra a una abominable Hidra de Lerna, un hambriento monstruo de mil cabezas que en las últimas décadas se ha alimentado con la esperanza y posibilidades de toda una generación. Una generación que lucha contra la bestia, pues al fin de la noche, es una generación que no tiene nada que perder.
Esa Hidra tiene al país hundido en una desigualdad rampante y vergonzosa; un nivel de ignorancia que ha convertido la educación en un franco privilegio; una corrupción asquerosa y mezquina que arrasa con las posibilidades de tantos; un eterno retorno de la guerra, el genocidio y la desaparición forzosa. Es una bestia que temporalmente se transfiguró en el uribismo y en la efigie de Duque, pero que siempre ha estado ahí. Como el modelo económico y social que ha destruido el futuro de muchos. Tan solo ahora se sintió herida y atacada, el pueblo se cansó y no da más. Nunca antes la habíamos acorralado de esa forma y es necesario decir que no podemos parar.
La vitalidad polifónica de la movilización, del 28A y días siguientes, fue la expresión de quienes se han movilizado y quienes se están movilizando por primera vez. En su espíritu se abrigan las velatones contra el asesinato de líderes sociales; las movilizaciones en defensa del acuerdo de paz; la lucha por la educación superior y la exigencia de una transformación radical de la policía. Esa guardia pretoriana y acéfala de la Hidra. Es la continuidad del 21N, el día más histórico y memorable de nuestra generación. El día que hasta hace poco se recordaba con aire de nostalgia y frustración, el día donde todo pudo pasar, pero donde no pasó nada.
Volvimos a las calles con la misma indignación, decididos a herir a la bestia, resentir sus privilegios y reclamar lo mucho que hemos perdido y lo poco que tenemos por perder. Con la certeza de avanzar con firmeza en una lucha que no sabemos hasta donde nos pueda llevar. Es un todo o nada. Con la convicción de continuar resistiendo.
