Para la clase dirigente de este país los dos grandes problemas que tenemos son los de movilidad y seguridad, porque en la medida en que se reducen los costos y tiempos de transporte de sus mercancías, aumentan la ganancia y entre mejores sean las estrategias de “seguridad” mayor control logran sobre la inconformidad de la población. Sin embargo, en la medida en que se construyen autopistas, los problemas siguen creciendo y a pesar del constante aumento del pie de fuerza, no logran aminorar la delincuencia. Por ello poco a poco se abre paso la idea de que en Colombia necesitamos una transformación de la sociedad y de las entidades del Estado porque ya nos vamos cansando de que los politiqueros nos obliguen a creer que los problemas de los ricos son los mismos que afectan a los pobres quienes, en cambio, tienen que lidiar con el desempleo, la desatención médica y el mal servicio de educación.
A pesar de todo esto a nuestro presidente, el genio del emprendimiento, solo se le ocurre insistir obedientemente en la vieja fórmula de, hacer más autopistas, regar los campos con batallones y glifosato, hacerse el loco con las chuzadas, negar los falsos positivos y tratar de desconocer los acuerdos de paz. Además, ahora anda con el cuento de cambiarle las funciones a la policía, sin prestarle atención al reclamo nacional para que se depuren y transformen de verdad las entidades encargadas de la (in)seguridad de los colombianos.
De acuerdo con el plan del presidente Uribe, perdón… Duque, los policías dejarán de cumplir funciones administrativas o de regulación del tránsito e irán a las calles a “combatir el delito”. En principio suena muy bonito, pero de lo que se trata es de ampliarles el negocio a los amigos para que firmen más contratos de vigilancia privada con el Estado.
Cederles a los Agentes civiles las funciones de control del tráfico vehicular es insistir en una figura absolutamente fracasada porque en este país la gente hace lo que se le viene en gana. En ciudades como Cali, después de más de 40 años de funcionamiento, los guardas de transito carecen de autoridad y el miedo se los come vivos, ya que no han sido pocos los casos en que los motociclistas y los piratas los han agredido con violencia.
Por otro lado, hacer que la policía, y sobre todo los jóvenes auxiliares, se paren en cada esquina a simplemente ver pasar la gente es una infamia que solo se entiende dentro de las estrategias de simulación, muy característica de Estados como el nuestro donde los burócratas tratan de demostrar que hacen, pero sin hacer. Es una infamia porque esta oligarquía sigue viendo a esos servidores como meras fichas que se mueven en un tablero. Es un irrespeto el querer matarlos de aburrimiento al asignarles una función meramente reactiva y es un desperdicio de sus potencialidades humanas. Aunque nos muestren cientos de estadísticas oficiales sobre la efectividad de esos funcionarios, la verdad es que muy poca cosa ha cambiado con el nuevo código de policía, porque ni se inmutan frente a tantas cosas que hacen de las ciudades lugares invivibles. Por ejemplo, ellos son incapaces de decirle una palabra al motociclista que invade las aceras para irse en contravía, porque “esa no es mi función” y da coraje que, cuando uno les pide que sancionen a los taxistas que se orinan en los parques, ellos nos respondan: “haga la cartica y llévela a la alcaldía”.
Lo que necesita este país no es una policía represora como el ESMAD, ni agentes patrioteros que se ciñan a cumplir con las funciones de su “especialidad”, sino una policía cívica, integral, profundamente comprometida en ayudar a mejorar la vida de los ciudadanos. Hay que facilitarles una lonchera para que no fomenten las ventas informales, seleccionarlos muy bien, darles buena formación para que en lugar de estar chateando en las esquinas, estén alertas a las irregularidades pero también para que cumplan tareas elementales como solicitarle a los ciclistas el respeto de los semáforos, explicarle a los peatones el uso de las cebras y para que ayuden a los ancianos. Igualmente es muy importante que desarrollen iniciativas que propicien el cuidado de los bienes públicos y de la naturaleza. A los policías hay que estimularlos para que favorezcan la formación ciudadanos solidarios con los demás y respetuosos de las normas de convivencia. Por su puesto que esta propuesta suena a utopía, en tiempos de derechas recalcitrantes, pero debemos apuntarle a una visión más humana sobre los servidores públicos de la seguridad, si queremos llegar a una sociedad mejor.