La polarización es un fenómeno fisicoquímico que define la viabilidad de un sistema, campo o conjunto, a partir de la capacidad de interacción de dos o más zonas o polos, opuestos entre sí respecto a una propiedad o atributo común. Pendulación o fluctuación que garantizaría al sistema el estado de polarización suficiente para sustentar su evolución y pervivencia, que sin la polarización no tendría, viéndose abocado entonces a una entropía cero, es decir a la muerte.
La democracia podría considerarse, en esos términos, como el sistema político que asume la polarización como la condición obligatoria de su funcionamiento.
No es exacto decir, por tanto, que Colombia ha sido un país polarizado (vale decir democrático). Lo que nos ha sucedido es todo lo contrario: la institucionalización de una franca intención de evitar que el país alcance una sana polarización, a favor de la implementación de un proyecto unipolar de sociedad.
Proyecto que en el fondo esconde el mismo ‘terror al otro’ ejercido por el Virreinato español, defendido esta vez por un selecto grupo local heredero, a partir de una fórmula triple: por un lado, demonizan la polarización o la alternancia como el enemigo común; por otro lado, se ofrecen como adalides de la cruzada para “superarla”; y, finalmente, nos asignan el papel de ejército contra ese “terror” reinante, es decir como defensores de su patria personal. En reemplazo del estado de polarización nos han ofrecido el matoneo, el exterminio.
La cúspide de ese proyecto autodestructivo de la despolarización, el momento vergonzoso en que se hace modelo de Estado, es la configuración del llamado Frente Nacional. Un pacto público de sucesión exclusiva del poder, de anulación de la figura de la oposición política.
La llegada de una persona con el perfil de Gustavo Petro al poder de la nación, podría ser la señal del arribo del tan anhelado y urgente estado de polarización en Colombia. Frente a la ausencia de la experiencia de un gobierno de izquierda en el país, posibilidad aplazada por la guerra, Petro hace bien en considerar su periodo presidencial como un “gobierno de transición”, con lo cual el verdadero gobierno de izquierda sería el próximo, no el suyo.
No obstante, es posible que el “gran acuerdo nacional” al que Petro ha convocado a las fuerzas vivas para realizar esa “transición”, termine por ser una réplica amanerada y vergonzante del Frente Nacional, convertido así como nuestro histórico y patológico “acuerdo”.
El carácter transicional del gobierno de Petro y su obligación de sentar las bases de un auténtico modelo de polarización democrática en Colombia, pasa, por un lado, por una reforma política que priorice y dignifique el ejercicio de la oposición, es decir de la polarización democrática.
Y, en segundo lugar, por la consolidación del Pacto Histórico en el polo político que hace falta (y que ya el PDA no fue), iniciando una cultura del ejercicio del poder que la izquierda en Colombia no ha tenido, con el riesgo de sentirse incómoda y aterrada cuando le toque, por las razones que ya nos dio B. Shaw: “La vida sólo tiene dos tragedias: una es no alcanzar el deseo de tu corazón; la otra es alcanzarlo”.
De no ser así, el gobierno de Petro, otra vez bajo el pretexto de una ‘alianza’, ‘acuerdo’, ‘pacto’, ‘coalición’, ‘liga’, será absorbido por el espíritu unipolar del frente-nacionalismo (ya hay señales), pasando a la historia como otro más de nuestros famosos ‘ismos’, sin duda menor en influencia histórica que el uribismo.