Ad portas de que este país se decante por la persona que nos gobernará en los próximos cuatro años, el ambiente que se respira es bastante denso a causa de las preferencias políticas de cada uno de nosotros.
Estamos presenciando un evento cismático en la sociedad, el panorama se torna oscuro y la polarización política empieza a amenazar hasta los vínculos personales entre los colombianos. Un evento reciente fue el que motivó y engendró esta coyuntura e hizo aflorar lo peor de nosotros, y se trata nada más y nada menos que el plebiscito por la paz del 2016, ¿irónico, no? Algo que parecía fundamental para el devenir de este país, terminó llevando a la pugna por la razón entre compatriotas que adoptaron posiciones radicales a favor y en contra del proceso de paz entre el gobierno y las FARC.
Es necesario señalar que este tipo de confrontaciones ha tenido sus antecedentes, cuando liberales y conservadores se aniquilaban en nombre de un color político, ya sea rojo o azul. Hoy esos días parece que han vuelto, acechando la estabilidad y los ánimos de los ciudadanos.
Si antes las arenas de batalla yacían en las calles donde las confrontaciones políticas dejaban saldos en rojo a favor de la muerte, hoy en día, los foros en internet se han convertido en zonas de combate infestadas de comentarios cargados de odio y personajes exacerbando sus afinidades ideológicas y escupiendo lo más ruin que puede acumular en sus adentros un ser humano.
No cabe duda de que somos una raza salvaje dispuesta a soslayar la razón para demostrarnos a sí mismos que lo que creemos y pensamos es lo único que debe prevalecer. Por ese motivo somos un país enfermo y quizá no seamos los únicos culpables de nuestra desgracia, el génesis de esta circunstancia desafortunada también reside en quienes nos gobiernan, aquellos que desde sus despachos inician debates malsanos desde el engaño y el lenguaje desproporcionado, exhortando a las masas a alzarse con la palabra, pero no de un modo sensato y respetuoso.
El odio empieza a minar nuestra conciencia y eso contribuye a ser un poco más indolentes con el resto. Al anteponer razones ideológicas podemos suscitar quiebres en nuestros vínculos personales con quienes nos rodean y eso es una consecuencia bastante nefasta que puede llegar a ser irremediable. Es momento de preguntarnos si vale la pena seguir defendiendo X o Y postura con insistencia y pisoteando los argumentos de los demás solo para regodearnos en nuestro propio ego.
