Cuando la soledad y la desesperanza someten nuestro camino, asqueado ya de tanto dolor, y la pestífera arrogancia del ser humano se encadena al desenfreno, hay que pensar sólo en una cosa: en sonreír. Pero no sonreír de burda ignorancia y estupidez, sonreír porque aún existe el corazón con su sensibilidad y su amor. Porque aún existe el sonido de la vida, que es, ya de por sí, un sonido alegre y eterno.
La sonrisa, aquella de la cual hablaba Antoine de Saint-Exupery, espontánea y que salva vidas, es el instrumento más poderoso contra la desilusión, lo único que le permite al hombre seguir andando. De acuerdo con esto, el hombre debería sonreír más a menudo, pero no lo hace, pues está inconforme, de la vida, la sociedad y de sí mismo. Más bien ríe, ¡Oh, cuanto sabe reír mi Colombia! ríe desaforadamente de su dolor y su pena ¿Y acaso cambia algo?. Mi país es calificado en algunas encuestas como uno de los más felices sobre la faz de la tierra, pero ¿A qué llaman esas encuestas felicidad y a quiénes entrevistan?
La felicidad en Colombia es la satisfacción del deseo, somos máquinas que desean y desean, según Freud y su Malestar en la cultura, el hombre vive en una constante búsqueda de placer y, a ese encuentro placentero, llama felicidad. Si no lo encuentra, sufre. Y cómo sabe sufrir el pueblo colombiano, con tanta corrupción y tanta violencia. Pero al igual ríe de sí mismo, se escupe constantemente en su propio rostro, como cualquier falto de entendimiento. La risa en sí misma acarrea una altivez incomprensible, Baudelaire lo explica mejor, y Nietzsche, con el último hombre que narraba Zaratustra. Pero su hermana, la sonrisa, aquella que nace del rostro enamorado de la joven que saluda su querido, de la madre que llega de su trabajo y encuentra sus hijos en casa, de aquel joven solitario que observa su perro o su gato y lo ama, aquella sonrisa no es más que la poesía de vivir.
Antaño se pregonaba “conócete a ti mismo” pues conocerse a uno mismo significaba amar en relación con los otros y por los otros. En estos últimos tiempos ya nadie ama, nadie se conoce, simplemente se busca el placer. Y la poesía es una sonrisa al amor mismo, una sonrisa para la vida, el destino, la tierra, la naturaleza y otras tantas cosas hermosas que pasan diariamente ante nosotros y no las vemos, ni olemos o sentimos. La sociedad está vetada para amar, no se ama, ni a ellos, ni a Dios, si es que todavía se cree en Dios… o mejor dicho, como Albert Camus escribiría en su libro La peste “Habría que escoger entre amar a Dios u odiarle. Y ¿quién se atrevería a escoger el odio a Dios?”. Pero usted, hombre que no ama y reniega, que se burla de la poesía y no sonríe, le pido que por un momento reflexione, cierre sus ojos y sienta en su interior aquel fresquito sonriente que la poesía escribe por las venas de todo ser vivo.