Definitivamente, los colombianos nos cobijamos bajo el dulce manto de la doble moral en todas aquellas ocasiones, en las que por conveniencia, buscamos el quedar bien ante los demás o simplemente por tranquilizar de manera solapada nuestras conciencias.
Creo que tenemos que hacer una fuerte pedagogía, a todos los niveles, para que desde niños llamemos las cosas por su nombre, pues a pesar de que algunos en el alto gobierno actual consideran que eso se constituye en una falta de respeto y usan lenguajes alternativos para sólo disfrazar las verdaderas realidades, nunca como sociedad estaríamos navegando en las aguas profundas de la mentira disfrazada de verdad a través del lenguaje manipulado y manipulador.
Muchas veces hemos escuchado esta expresión: "lo que natura no da Salamanca no lo presta" para referirnos a que definitivamente, algunas cualidades, comportamientos, formas de ser y estar de los seres humanos han de ser innatas, como inteligencia, aplicación, fuerza de voluntad, perseverancia, respeto, etc., se las puede cultivar pero no adquirir, ni siquiera asistiendo a un centro de formación con la más alta reputación de excelencia que tenga.
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Las cualidades mencionadas y otras que hacen parte del etcétera son las que hacen que hablemos con claridad de que tenemos o no tenemos clase, y tener clase es aquel don enigmático que la naturaleza otorga a ciertas personas sin que en ello intervenga el poder, el dinero ni la edad, como se nos ha hecho creer en el discurso trasnochado de la lucha de clases donde hay seres humanos, supuestamente, superiores e inferiores en contra de argumentos tan cacareados y vilipendiados por todos, como igualdad, equidad, inclusión y demás.
No, definitivamente no. La clase tiene que ver con esa secreta seducción y atracción que emiten algunos individuos a través de su forma natural de ser y de estar, de pensar, actuar y hablar, de comportamientos y conductas en general sin que puedan hacer nada por evitarlo.
La clase tiene relación directa con el porte, elegancia, aspecto, apariencia, presencia, aire, actitud y la coherencia entre el ser, el saber, el pensar, el sentir, el hacer y el decir las cosas. Formas y maneras de relacionarnos con los demás y con nosotros mismos, es clase.
Es saber ser, estar y hacer, como se tiene que ser, como se ha de estar y hacer lo que se tiene que hacer, oportuna y adecuadamente y todo transversalizado por el bien y lo bueno, utilizando estos de manera literal.
El “ilustre” embajador de Colombia ante Venezuela, decía en estos días, que los ministros deben comportarse como ministros; a eso hay que agregarle que los funcionarios todos, tales como presidente, vicepresidente, primera dama, ministros, senadores, y a propósito los mismos embajadores, etc., tienen que aprender a comportarse como tales, como las “dignidades” de sus encargos lo requieren, porque al fin y al cabo, aunque allí mismo se discuta lo de la dignidad, esta o estas existen.
Algunos de los mencionados fueron elegidos, otros han sido nombrados y otros están ahí porque sí. Pero hasta ahí. Pocos saben ser lo que son y muchos, no saben lo que son, qué deben hacer y cómo tienen que obrar con clase, de acuerdo a su rango.
No se compadece, con la expectativa frente a las necesidades del pueblo colombiano que aún el presidente no marque con claridad un derrotero de hacia dónde vamos como país; sólo se ha esmerado en demostrar su poder y eso es falta de clase, pero de mandatario y estadista, pocón pocón.
Muchos de los ministros, dando palos de ciego en sus respectivas carteras, como si de nada hubieran servido los días para un correcto empalme con administraciones anteriores, aunque poco deben haber importado los avances y retrocesos anteriores, dado que vamos por el cambio, pero más de uno de ellos, no sabe siquiera qué es lo que hay que cambiar. Simplemente, falta de clase.
De la misma manera, tanto la vicepresidenta como la primera dama, no se cansan de hacer el oso y están llenando los medios de comunicación y las redes sociales con sus desafueros y ridiculeces, rayando con la vulgaridad, precisamente, por falta de clase.
Muchos congresistas, no todos afortunadamente, desconocen el importantísimo cargo al que han sido elegidos, en muchos casos, demostrando a sus electores una falta de conocimiento total sobre sus limitadas competencias y ausencia total de clase como legisladores.
Elegidos o nombrados, todos están pero no son. Mi abuelita decía: “mijo, en la vida no sólo hay que ser lo que se quiere ser, sino parecerlo”.
Dejemos de buscar, de parte de todos los mencionados del alto gobierno, aquellas acciones mediáticas que vienen impactando incautos, pero que aún no señalan rumbos ciertos de gobernabilidad.
Aún no hay una “personalidad” de gobierno que demuestre su talante, su autenticidad y honestidad en su forma de conducirse frente a los demás, lo que iría determinando su clase y esto se hace mucho más atractivo que las superficialidades y banalidades que se vienen mostrando hasta el momento, sólo dignas de revistas “rosa” o promotoras de espectáculo.