Al cerrarse la puerta del bus por poco le daña la guitarra, con armazón de triples, remendada con cinta adhesiva gris y pintada en su totalidad de verde, no por aquello del color de la esperanza sino porque fue la más barata que consiguió en un almacén de la calle 10.
“Este infame casi me deja sin con qué trabajar”, murmuró al tiempo que arrancaba el vehículo
Saludó. Nadie respondió. Los buenos modales se han ido acabando en el sistema de transporte masivo. Es que se suben unos y otros a vender, a rapear, a pedir para “mi esposa que está grave en el hospital” aun cuando la fórmula está muy vieja, color sepia, y en consecuencia, la decisión de los usuarios es medir sus palabras, ahorrarlas.
Y el canto del hombre. Dos canciones de Olimpo Cárdenas. Los jóvenes miran extrañados, sin saber de qué cantautor son los temas, y los viejos evocando su juventud, cuando lo más atrevido que hacían con su novia era tomarle la mano y darle un beso furtivo.
“Si alguno puede colaborarme, se lo agradezco. Tengo una familia que mantener y mis dos hijos pequeños entraron a estudiar. Un peso que usted me dé, será de mucha ayuda.”, explica a un auditorio indiferente.
Y comienza el recorrido, y las excusas, el que baja la mirada, el que finge escuchar radio con sus audífonos conectados al teléfono, el que mira a través de la ventana, la señora que protesta “mire por dónde anda que me pisó”, y al término de la travesía en medio de los pasajeros, la colecta solo suma $2.350 pesos.
Se ubica en el acordeón del medio del bus masivo. Vuelve a contar, para comprobar que no se equivocó. Se mete el dinero en el bolsillo, y justo cuando se apresta a salir, una señora robusta lo atropella y, de paso, le aplasta la guitarra. Crack. Algo que se rompe. La madera frágil del instrumento. Cuestión de segundos. Para él, una verdadera tragedia.
Se baja en la estación siguiente. Pensaba por igual en su guitarra averiada de nuevo, en su familia allá en la ladera. En su esposa, en los hijos, en las obligaciones que tiene con ellos y en la falta de empleo que lo lleva a ganarse la vida cantando en los buses.
Lo último que vi, mientras se alejaba el transporte, fue al cantante improvisado cuando sacaba de una tula cinta adhesiva de color gris para remendar su guitarra y comenzar de nuevo la jornada.
Tomado de la Serie Relatos desde la Miseria, escrita por Fernando Alexis Jiménez.