Son las nueve de la mañana del domingo ocho de marzo del 2020. Estoy en la plaza de mercado del barrio el Restrepo. Con un tinto en la mano observo el barullo de la oferta y el regateo en uno de los puestos de verdura, el comprador ganó la contienda y se retira con la ñapa incluida. Mientras todo esto sucede espero a dos funcionarios del Instituto para la Economía Social (IPES) -entidad del distrito encargada de la administración de las más de diecinueve plazas de mercado que se encuentran en la ciudad de Bogotá- que serán mis acompañantes y guías en este propósito de mostrar la dinámica social y económica de una plaza de mercado con más de cincuenta años de existencia.
Los orígenes de la plaza del Restrepo van de la mano con la expansión de la ciudad hacía la parte sur del territorio. Barrios como el Olaya, el Centenario, Bravo Páez, Santa Lucia y el Clarete, todos de origen obrero, se vieron favorecidos con la construcción de este lugar, ya que sus habitantes debían realizar las compras en este sitio por razones de facilidad y cercanía.
La dinámica económica permitió acentuar negocios familiares ubicados al interior de la plaza. Prueba de eso, son las palabras de “Doña Flor” una mujer comerciante de pescados y mariscos, que a sus setenta y siete años se sostiene como el roble, y que entre carcajadas me dice: “Yo estuve en la fundación de la plaza cuando esto apenas era un colegio. Gracias a la venta de pescado pude criar a mis cinco hijos, hoy todos profesionales” esto me lo dice mientras sostiene con la ayuda de uno de sus empleados, un bagre inmenso, de esos que se pescan a las orillas del río Magdalena en Honda, Tolima. Me habla de las bondades de comer pescado, dice que es muy bueno, que contiene hierro y fósforo, fundamentales para el desarrollo de la inteligencia.
Me dice uno de los funcionarios que me acompaña, que de todas las plazas de mercado que hay en Bogotá, la del Restrepo es la única que tiene gran variedad de pescados, debido a la cantidad de puestos que comercializan con el apetecible alimento.
Esta emblemática plaza, diseñada originalmente por Dickens Castro, el famoso arquitecto Paisa, es el punto de encuentro de los transeúntes, para disfrutar de las exóticas ensaladas de frutas; de las tiendas esotéricas que prometen atraer el amor y la prosperidad; de las artesanías que mantienen viva la tradición de nuestros antepasados; de las flores para conquistar la dama querida; y de la exquisita gastronomía de sus restaurantes, que ofrecen desde la comida típica criolla, hasta platos peruanos.
El carisma de los comerciantes para con sus clientes, es la clave del éxito de esta plaza de mercado, que ha sabido evolucionar en este mundo tecnológico. Han consabido adaptarse a las nuevas dinámicas del mercado. Me dice uno de los funcionarios que me acompaña “Le hemos apostado a que los comerciantes promocionen sus productos en las redes sociales, incluso, usted descarga una aplicación y puede hacer su pedido y en minutos tiene usted su mercado en la casa”.
Sin duda, es una jugada ingeniosa que le apuesta al futuro para consolidarse en el atareado mundo de la tecnología. Concluyo que este tipo de lugares, tradicionales por años, se están reinventando para ser cada vez más competitivos.
Un paseo vallenato suena y colabora armoniosamente con los contrastes que ofrecen las frutas y las verduras, dándole al paisaje un ambiente de campo. “Don Juvenal”, santandereano, delgado y ágil. Sostiene una bandeja llena de fresas. Le pido que me regale una foto y le explico mi deseo de escribir sobre él, sobre su trabajo. Accede. Me dice que tiene más de veinte años trabajando con frutas, verduras y hortalizas. Me regala una sonrisa y se despacha en elogios hacia la plaza “Estoy agradecido. En ocasiones llego sin plata y me voy con plata. He podido pagar la universidad de mis hijos gracias a este puesto, en el que ya tengo más de veinte años”.
Continuó mi recorrido y me encuentro con una biblioteca en una pequeña plazoleta, observó que hay obras de Jorge Luis Borges, el guardián de las bibliotecas planetarias, cuentos de Kafka y sobre todo, literatura infantil. En este lugar llegan personas de todas las edades a disfrutar de la lectura. Promover la lectura, me dice uno de los funcionarios, es una tarea que se viene desarrollando en las distintas plazas, hace énfasis: “Quienes más visitan la biblioteca son los hijos de los trabajadores”. Incentivar la lectura es una noble causa. Decía el Nobel Vargas Llosa: “Una sociedad que lee buena literatura es menos manipulable".
En el imaginario colectivo se tenía la idea de que las plazas eran sucias, desordenadas. Hoy, las plazas son otras, cambiaron su cara. Ahora son más limpias, ordenadas y atractivas para comprar. Pero esto ha sido el resultado de un arduo trabajo de los comerciantes y del Instituto para la Economía Social y de su Director General, Libardo Asprilla, que se han puesto a la tarea de conseguir que estos lugares sean vistos como puntos gastronómicos, turísticos y culturales. Y sí que lo han logrado.
El rescate de las plazas de mercado como patrimonio cultural debe ser el objetivo de los ciudadanos, primero, por incentivar la economía social, segundo porque se fortalece al campesinado y la producción nacional, y tercero, para alejarnos de las supertiendas que especulan con los precios y maltratan al consumidor y además nos dejan insatisfechos.
Referencias Bibliográficas
- https://historiadebogota.wordpress.com/2012/08/06/origen-y-transformacion-del-barrio-el-restrepo/
- http://www.ipes.gov.co/index.php/programas/plazas-de-mercado/plaza-distrital-de-mercado-el-restrepo