¿A dónde queremos llegar como sociedad, como país? Esa es una pregunta a la que los colombianos nunca hemos podido responder de forma consensuada. Cada quien piensa desde sus intereses y al final se termina imponiendo la concepción de país de los más poderosos.
No hemos aprendido a convivir. Las razones son muchas. Y el problema precisamente consiste en que aquéllos que tienen toda la capacidad del Estado para poner en marcha herramientas que nos permitan aprender a hacerlo en ningún momento consultan a la ciudadanía sobre la forma (o las formas) en que le gustaría vivir y terminan imponiendo lo que consideran bueno para el país desde sus perspectivas e intereses.
En los últimos años se ha ido consolidando la idea de caracterizar a los colombianos como personas violentas, ambiciosas, transgresoras de la ley y corruptas por naturaleza, por lo que en lugar de aliviar al menos las oprobiosas desigualdades sociales se recurre al castigo para reprimir toda conducta “negativa”. Citemos algunos ejemplos.
Para que los colombianos conduzcamos respetando las normas de tránsito han llenado las calles de nuestras ciudades de cámaras. Si a esto sumamos las de seguridad concluiremos que estamos, como en la novela de George Orwell 1984, vigilados por todos lados. No se trata entonces de que cada uno de nosotros interiorice tras un largo, consistente y permanente proceso de educación, la necesidad de respetar al otro, de compartir y solidarizarse con los demás, sino de que nos veamos obligados a portarnos “bien”. Lo mismo ocurre con las pruebas de alcoholemia para que no manejemos borrachos. Valdría preguntar si todo esto en realidad ha servido para que disminuyan los accidentes de tránsito y vivamos mejor.
El nuevo Código de Policía es el ejemplo más reciente. Este intenta regular prácticamente toda nuestra vida, desde dónde tomamos cerveza, escuchamos música, hacemos el amor, hasta el derecho a la protesta. Y no digo que cada uno pueda hacer lo que le dé la gana. Se necesitan normas para convivir. Pero toda norma debe ser consensuada socialmente e interiorizadas por cada uno de nosotros. No se nos puede decir que los colombianos somos libres cuando tenemos que cuidar cada uno de nuestros actos para que no nos impongan una multa o comparendo.
¿Qué hay que hacer entonces? Lo primero, concebir la convivencia como un asunto social y no policivo. ¿Cómo queremos vivir? Estoy de acuerdo en que nadie tiene derecho a colocar música a todo volumen y no dejar dormir a sus vecinos. Pero de allí a que, en la Costa Caribe por ejemplo, uno no pueda tomarse unas cervezas en el andén hay mucha distancia. Cada cultura crea sus formas de convivencia. No es lo mismo Tunja que Cartagena. Sin participación de la gente no hay norma que valga.
De otro lado, hay que reconocer que la convivencia se aprende. Y aquí cumplen un papel fundamental las escuelas, universidades y medios de comunicación. ¿Cómo pretendemos acabar con la agresividad cuando los medios presentan como héroes a los narcos y sicarios tal y como lo hacen Caracol y RCN? ¿O cuando las canciones que escuchamos son discriminatorias y machistas por decir lo menos? La educación es un asunto social y cultural, no sólo de la escuela.
Y el otro aspecto es el social y económico. La desigualdad y la injusticia social constituyen caldo de cultivo para la violencia. Por supuesto que no podemos concebir tal relación como algo mecánico. No se trata de que el pobre sea violento por naturaleza como tampoco de que los ricos sean honestos porque ya tienen lo que necesitan. El joven acomodado, ese que cree que el país y el mundo le pertenecen, en ocasiones asume que puede hacer lo que le dé la gana sin consecuencia alguna. Los casos abundan, allí están los Nule y Moreno Rojas.
Uno podría pensar que nuestros dirigentes desconocen lo anterior por alguna razón, per no. Actúan así porque en esencia sus concepciones son autoritarias y porque, al igual que a los antiguos monarcas, sólo les interesa dejarnos sin nada en los bolsillos. Así que si alguien piensa que todas esas cámaras, comparendos, códigos, etc. son para que vivamos mejor, se equivoca. A nuestros gobernantes no les importa que vivamos bien; sólo nuestra plata.