Hace siete años, el 20 de agosto del 2015 transporte Condor, la empresa del millonario cucuteño Yulandi Durán, tenía cuatro de sus camiones en San Cristóbal, capital del estado Táchira, cuando, abruptamente, Nicolás Maduro ordenó el cierre de la frontera con Colombia.
Todos los vehículos colombianos que estaban en Venezuela, quedaban inmediatamente congelados. Durán simplemente tuvo que aceptar que sus tractomulas se habían perdido por la paranoia de un presidente enredado como el venezolano que encontró en las profundidades de su delirio, la excusa que tenía para romper relaciones con el entonces presidente Juan Manuel Santos.
Durán, siete años después, rescatará lo que queda de sus vehículos. La confianza en el restablecimiento de las relaciones que arrancó este lunes en la mitad del puente internacional Simón Bolívar es absoluta. Tanto que el empresario fue el primer transportista en enviar sus carros a San Antonio del Táchira, cargados de toneladas de artículos médicos. Cinco de sus camiones hacían fila en el ardiente mediodía de la Parada, el primer barrio que se encuentra un venezolano al entrar a Colombia. Esperaban que, en el CENAF, el puesto de Aduana colombiano, Gustavo Petro terminara su corta rueda de prensa.
Un día antes en Cúcuta daban por descontado que Petro no vendría a la reapertura de la frontera. La relación del presidente con la capital de Norte de Santander ha sido complicada. ´Golpeada por el ELN y las políticas que trajo consigo la autodenominada Revolución Bolivariana, en Cúcuta se abrazó al uribismo como un credo que lo exorcizaría de demonios comunistas.
Petro fue, durante años, algo parecido al coco. En el 2010 obtuvo en esta ciudad 15 mil de los 1.331.267 votos que obtuvo en esa elección ganada por Santos. En el 2018 la cifra fue de 56 mil de los más de 8 millones con los que perdió en segunda vuelta contra Iván Duque y en el 2022 ni siquiera llegó a los 100 mil cuando derrotó en segunda vuelta a su rival Rodolfo Hernández. El 3 de marzo del 2018 la relación con la ciudad llegó a su punto más álgido.
Mientras iba en un auto acompañado de Gustavo Bolívar, su amigo y mecenas, un objeto impactó sobre la ventana blindada. Aunque se veía claramente que era un balazo, la fiscalía lo desestimó como un balazo y se quedó sólo en la versión de que era una piedra. Igual, si ese objeto llegara a golpear a Petro lo mataba. Era un atentado. Petro regresó varias veces durante el 2022, en plena campaña presidencial y sorprendieron los llenos en lugares tan activos políticamente como la ciudadela de Atalaya en donde llegó a hacer una manifestación, con camiseta y todo del Cúcuta Deportivo, con 25 mil asistentes a bordo. La mano de su inesperado aliado, el condenado ex alcalde y máximo elector de la ciudad, Ramiro Suárez, se había sentido.
En la mañana del lunes 26 de setiembre desde presidencia se confirmó que el presidente viajaría hasta Cúcuta. El encuentro sería a las 9:30 de la mañana y se hablaba incluso que Maduro volaría hasta San Antonio. Los medios de todas partes del mundo, como Al Jazeera o Liberación de Francia, se frotaban las manos.
La foto del abrazo entre los dos presidentes le daría la vuelta al mundo. Por eso a las ocho de la mañana ya no le cabía un solo camarógrafo a la parte central del puente, el lugar en donde los presidentes colombianos y venezolanos se daría el simbólico abrazo. El paso terrestre de personas se frenó en los dos países. Había muchas familias que llevaban trasteos enteros al otro lado de la frontera. El calor extenuante de la mañana cucuteña les enrojecía la cara, pero no les borraba la sonrisa. No hay nada mejor que casa.
Si el viento que arrastraba el moribundo río Táchira no soplara estaríamos desollados sobre el Simón Bolívar. Había tanta gente que incluso un periodista italiano nos miró con los ojos desorbitados y un colega suyo, de un medio de Villa del Rosario, Norte de Santander, lo tranquilizó a medias contándole que INVIAS había hecho una revisión la semana pasada y que todo estaba bien. Inaugurado en 1962 por los presidentes Rómulo Betancourt y Alberto Llegas Camargo los 312 metros del puente podrían soportar a otros 300 periodistas más. Este fue el número de los que se acreditaron en cancillería.
A las 9:30 de la mañana, por supuesto, no había señales de Petro. Del lado colombiano una funcionaria de la Defensoría del Pueblo nos daba tarros de agua a los que más rojo teníamos la cara. Soy de acá pero no hay nada más fácil que desacostumbrarse al calor. La banda de la Guardia Venezolana ensayaba el himno de Colombia.
Aprovechamos un descuido de la guardia y después de muchos años cruzamos la raya y nos metemos en San Antonio del Táchira. Antes de la primera estación de la aduana venezolana los funcionarios de Maduro han puesto una carpa blanca en donde están, vestidos de blanco, Ramón Velásquez, Ministro de Transporte; Hipólito Abreu de Industria; Freddy Bernal, gobernador del Estado Táchira; alcaldes de los seis municipios fronterizos; viceministros de Finanzas y de Comercio, y José David Cabello, superintendente del SENIAT.
Están rodeados de guardias bolivarianos y las fuerzas especiales del ejército de Maduro. A pesar de las leyendas negras contra las fuerzas armadas venezolanas y su trato contra los colombianos. Pero, aunque no deberíamos estar ahí nos tratan bien, nos dejan transmitir por Facebook Live y nos dicen con su suave acento a donde debemos parar para no estorbar.
Entonces vemos el momento en el que la delegación chavista camina casi en una marcha hasta la mitad del puente. Unos 500 metros desde la entrada de San Antonio hasta el lado colombiano. Freddy Bernal, guardián de la frontera, es el más animado de todos. Es el consentido de Diosdado Cabello y una de las fichas que pudiera tener Nicolás Maduro en el eventual caso de que tuviera que ser reemplazado.
En el centro del puente ya está la delegación colombiana. Gustavo Petro se protege del sol de justicia con una gorra azul del ejército. No sé si la impresión de cansancio que me da su aspecto tiene que ver con los rumores sobre su salud de las últimas semanas o porque está sucediendo. Pero saluda midiendo la energía a la delegación venezolana.
Una vez los policías tocan los himnos una gandola, nombre que le dan los venezolanos a las tractomulas, con acero negro de Maracaibo, traspasa la frontera mientras va votando globos al río Táchira. Luego pasa el camión de transporte Cóndor con dos toneladas de insumos médicos. Petro, Armando Benedetti, embajador de Colombia en Caracas y Álvaro Leyva, canciller, posan en las fotos con los venezolanos. Los colombianos les han entregado un clavel blanco a los venezolanos. Hay gritos de Viva Colombia, Viva Venezuela. Un entusiasta dentro del público incluso grita un ¡Viva Chávez! Los camarógrafos toman fotos. El puente no se mueve.
Petro entonces camina de nuevo hasta el lugar donde está pactada la rueda de prensa. Petro le da la mano a los entusiastas que lo quieren tocar. Nunca antes en Cúcuta había visto un entusiasmo así por Petro. Incluso, al costado izquierdo del puente, ya en el lado colombiano, donde se apostan habitantes de La Parada, el complicado barrio que recibe a los venezolanos, hay mujeres que gritan histérica y le mandan varios Te amo, una y otra vez.
Petro no los escuchó. Parecía muy lejos de ahí.