La Pistola de Pachito

La Pistola de Pachito

Breve relato del día que el primo del presidente jugó con una Taser.

Por: Alex Guardiola Romero
julio 31, 2014
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La Pistola de Pachito
Foto: ElUniversal.com.co / Colprensa

Pachito, con gesto casi lascivo, vio venir al general Guatibonza y se levantó eléctrico de su asiento. Le extendió una mano temblorosa y le dijo lo que había estado ensayando toda la mañana:

-General, ¿me prestas una Taser?

Guatibonza, hombre serio y acostumbrado a los formalismos, no sabía si sorprenderse por la tuteada o por el pedido inusual de un político, al fin y al cabo estaba acostumbrado a que ellos siempre pedían serruchos o cosas así, pero nunca una pistola eléctrica. Lo hizo entrar a su oficina y atropellando las palabras le explicó que eso no era un juguete, que si nunca le habían advertido que los niños no podían jugar con la electricidad, que qué carajos iba a hacer él con un arma casi siempre letal. Pachito, quien jugaba con sus dedos como si utilizara un x-box invisible, sólo asentía sin entender lo que escuchaba, mientras su mente se embelesaba con la idea de electrocutar estudiantes de la Nacional. Fantaseó con un mechudo estudiante de Sociología que se revolcaba en el suelo víctima de las descargas que él sin piedad le aplicaba mientras reía, hasta que su imaginación de enfant terrible lo llevó al paraíso: era una fría noche bogotana en la Plaza de Bolívar; a lo lejos, desde el balcón del Palacio de Liévano, un Petro enardecido gritaba contra las santas instituciones y los prohombres que las lideran, como por ejemplo el por poco ido Monseñor Ordoñez, y él, vestido de chaqueta de cuero y con tenis para camuflarse entre tanto mamerto, se acercó sigiloso lo más que pudo, sacó su Taser y le dio justo en el brazo izquierdo, por lo que Petro cayó retorciéndose mientras era auxiliado por Bacatá, que le lamía la espuma que brotaba de una boca deformada por repetir tantas veces la palabra “mafia”.
Fue entonces cuando se le vino a la mente la pregunta del millón.

- ¿Cuál es el alcance de la Taser? –Preguntó- Tú sabes General, para estar seguro de qué tanto me debo acercar.

Guatibonza, nuevamente sorprendido, confirmó que Pachito nunca había estado cerca de un estudiante, ni de una universidad, ni de la izquierda, y que la única marcha que organizó estaba plagada de dandies que se ufanaban en los cocteles del número de veces que habían sido secuestrados por las Farc y sobre quienes jamás se dispararía una Taser, ni un gas distinto al que originan las comidas excesivamente condimentadas que sirven en el Parque de la 93.

Convencido de que el poco alcance finalmente disuadiría a Pachito, el General le pidió a uno de sus ayudantes que le mostrara al invitado cómo funcionaba el instrumento de tortura. Una teniente de mirada dulce y sonrisa intrigante, lo condujo a un jardín interior y sin previo aviso le disparó justo a la panza. Pachito sintió un estremecimiento telúrico en sus entrañas, una oleada gélida por su espina dorsal y una húmeda visita en su entrepierna; mientras caía inmóvil, sus neuronas estallaron en un viaje doloroso y placentero, una combinación de ser azotado mientras viaja con LSD, concibió entonces la Taser como una suerte de yagé post moderno.

 

 

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