Un amigo me envió un escrito sobre la llamada 'Pirámide de Maslow' (diferente de la connotación negativa de las que conocemos) que corresponde a una interpretación que hizo ese psicólogo americano desarrollando una teoría sobre las diferentes fases que caracterizan el avance o progreso del ser humano. Interesante la forma en que se refleja tanto en lo individual como en lo colectivo de nuestra idiosincracia; cómo coincide con la actuación de nuestros prohombres en lo personal y con lo que llamamos 'estratos' en lo sociológico.
La idea básica es que a medida que el hombre va satisfaciendo las necesidades de una etapa pasa a la siguiente; es decir que va cambiando de motivaciones y de objeto de sus búsquedas a medida que avanza de la base hacia la cúspide de su realización. La parte inferior siendo mucho más primitiva y al mismo tiempo más generalizada, y casi excepcional quien llega a la última.
Dentro de la confusión de valores que hoy vivimos los colombianos, muchas veces se confunden o superponen estas categorías, pero eso hace aún más pertinente la comparación.
Cinco escalones configuran esa trayectoria, a saber:
En un primer nivel el esfuerzo responde simplemente a los impulsos fisiológicos: comer, dormir, satisfacer la sed, tener relaciones sexuales. Correspondería esto al sector social de la pobreza absoluta y la indigencia que apenas puede luchar por sobrevivir, y que constituye el conglomerado más numeroso de nuestra población.
En el siguiente nivel —una vez satisfecho el anterior— se aspira a la seguridad: formas de protegerse, fuentes de ingreso, empleo, salud. Calificarían aquí la mayoría de afiliados al Sisbén, y por supuesto coincide también con las mayores preocupaciones actuales de los ciudadanos que salieron de la anterior. Actualmente esa seguridad la anhelan quienes ya se encuentran en etapas posteriores de satis
facción de necesidades.
El tercer paso es la relación con el mundo fuera de uno mismo, definido como el desarrollo afectivo o de las relaciones interpersonales: se busca la socialización y sobre todo la aceptación de los congéneres; formar parte de una comunidad, encontrar afecto, amor, compañerismo. Infortunadamente esa pertenencia a un grupo se manifiesta en Colombia principalmente en los grupos violentos; son pocas las organizaciones cívicas y pocos los miembros que ellas tienen; en cambio alrededor de la violencia se forman solidaridades de grupo que se ven en la guerrilla, en los paramilitares o en las mismas fuerzas armadas.
Una vez alcanzado o logrado superar esas necesidades, según Maslow, sigue la valoración o expectativa de dos tipos de estima: la que contempla el respeto de uno por uno mismo en sentimientos tales como confianza, independencia y capacidades y habilidades; la otra incluye la necesidad de atención, aprecio, reconocimiento, estatus, dignidad, fama o gloria reconocida por los demás. Un déficit en este nivel se refleja en una baja autoestima y el complejo de inferioridad.
Esta división se expresa en que los mismos enumerados en el anterior grupo optan por la violencia porque en ella reivindican su dignidad. Y están los otros, quienes encuentran esa satisfacción en el éxito personal y en el acceso al poder: sea por la actividad política o en el campo de los negocios, la inmensa mayoría de los colombianos que no se identifican con el poder de las armas y que ha dado respuesta a las anteriores necesidades se concentra en ser figura protagónica y consentir su ego.
Por último —y este sería el nivel de 'realización', o sea la superación como ser humano—, cuando se encuentra un sentido a la vida mediante el desarrollo potencial de una actividad no egocéntrica. Se llega a esta cuando todos los niveles anteriores han sido alcanzados y completados, al menos, parcialmente, y ya los problemas de identidad y de personalidad no son una obsesión. Maslow cita entre estos a Mahatma Ghandi, Einstein, Newton, Lincoln, Jefferson.
Para dar actualidad a este tema, se plantearía la controversia sobre en cuál etapa está Mockus, a quien los medios han mostrado como el paradigma de quien ha llegado a esa cúspide.
Sin lugar a dudas no tiene fundamento la reciente acusación de que hace la campaña por la Paz porque le pagan por ello. Es claro que no ambiciona la plata. Pero no necesariamente porque sea lo que llaman el modelo de cultura ciudadana (que podría ser el quinto nivel de la pirámide). Mal puede ser modelo —y menos profesor— de tal tema quien se baja los calzones para ofender a una audiencia que no lo escucha, o quien se orina desde los balcones, o quien lanza agua a su interlocutor en un debate público, o quien abusa de su cargo para satisfacer el gusto de casarse en un elefante (lo que solo podía hacerlo por ser alcalde). Si en alguna clasificación estaría bien es en el cuarto piso: quien hace del mérito de no haber hecho nada en una primera gestión para repetir el cargo de burgomaestre; quien en mitad del periodo abandona la responsabilidad para la cual fue elegido por aspirar a jerarquías más altas; quien se presenta una y otra vez como candidato, precandidato, o candidato a precandidato a la Presidencia; quien no pierde oportunidad de aparecer como un símbolo de moralidad y de pureza; es la etapa de quien en todos esos comportamientos responde más a la figura del ególatra que busca éxito, reconocimiento y estima del público, que la del autorrealizado que no requiere aplausos o protagonismo porque encontró en qué desarrollar sus capacidades sin que dependa de la figuración o aceptación popular.