Para el historiador Álvaro Tirado Mejía, el liberalismo y el conservatismo son agrupaciones amorfas, sin ideología coherente, sin una organización y sin mayores diferencias respecto a la sociedad, la economía y la política. Unas especies de nidos de tránsfugas electorales sin principios éticos, que se mueven al ritmo de las coyunturas políticas que muestran los favoritismos de las encuestas. Además, motivados por los intereses económicos personales de las mayorías de sus líderes.
En Medellín, el exsenador Eugenio Prieto Soto, quien fungió como candidato liberal a la alcaldía, fue víctima de esa desnaturalización que se sufre en el liberalismo antioqueño; un reflejo claro del caos que se vive en el resto del país. Su candidatura fue abandonada por los líderes liberales, donde primaron más los egos y los intereses individuales que los postulados del partido. En consecuencia, lo que se armó fue una vendetta para acabar con la carrera política de Prieto.
Fue tan bien orquestada la manguala de los corporados liberales que a las pocas horas de su renuncia, Fabio Humberto Rivera y Bernardo Alejando Guerra adhirieron al candidato del CD Juan Carlos Vélez, y el mismo libreto lo siguieron otros dirigentes con argumentos incoherentes y cínicos. Igualmente, los congresistas Luis Fernando Duque, Óscar Hurtado, Julián Bedoya, John Jairo Roldán y el grupo de la microempresa electoral de la Universidad de Medellín reiteraron su respaldo a Gabriel Jaime Rico.
Fue tan vergonzoso el transfuguismo de aquellos dirigentes que en su periplo de adhesiones se movieron al son de las manipulaciones de las encuestas. Iniciaron con Prieto, luego se pasaron a respaldar a Rico, pero cuando los guarismos de las encuestas no lo mostraron como favorito, sino al candidato del CD, algunos saltaron como liebres y se sumaron al supuesto tren de la “victoria” del uribismo, pero la pifia de las encuestas y la ley divina los castigó.
Prieto, en un pragmatismo político, adhirió a Federico Gutiérrez. De manera que hizo una lectura correcta de la coyuntura, porque el panorama político indicaba que la candidatura de Gutiérrez,era la única que tenía mayores posibilidades de crecimiento, dentro del contexto que se desarrollaban las campañas, entre el guerrerismo del candidato del CD y los modelos de administración diferentes que planteaban los otros aspirantes.
En virtud de que la dirigencia del CD sustentaba las campañas a la alcaldía de Medellín y a la gobernación de Antioquia en un ambiente de polarización con el gobierno de Santos, donde se observaba que de ganar, serían trincheras políticas del uribismo, opositoras al gobierno de Santos y al proceso de paz.
En ese contexto, ni Gabriel Jaime Rico ni el exalcalde Alonso Salazar examinaron con pragmatismo sus posibilidades de triunfo frente a esa polarización. Por consiguiente, sus candidaturas se desinflaron, y por sus afinidades programáticas con los planteamientos de Federico Gutiérrez, buena parte de sus seguidores terminaron votando con Gutiérrez.
Es evidente que Salazar incurrió en ese error político por la prepotencia que caracteriza a los fajardista y Rico, revestido del triunfalismo de la votación “amarrada” de los caciques políticos que lo respaldaban. Salazar y sus asesores fueron miopes y no hicieron la lectura política de aquella coyuntura. Los resultados demuestran que los ciudadanos votaron en contra del modelo de ciudad de soplones que quería convertir el CD a Medellín. El pueblo en su sabiduría eligió como alcalde a Federico Gutiérrez y como gobernador a Luis Pérez Gutiérrez, y de paso castigó al expresidente Álvaro Uribe y le envió un mensaje contundente que su política de guerra y confrontación que no es la que quieren los antioqueños para Medellín y Antioquia.
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