Hace más de veinte años vi un poster anunciando un congreso de dermatología. Me impactó su lema: “La piel es lo más profundo”. Recuerdo que ponía entre paréntesis “(Marcel Proust)”. Hace poco descubrí que la adjudicación de la frase a ese autor era equivocada. Realmente es de Paul Valéry, gran poeta de quien intentaba leer en aquella época El cementerio marino. Dicho sea de paso las lecturas abandonadas de la juventud (libros no terminados, poemas no entendidos, etc.) son a veces las más fructíferas. Y la frase completa de Valéry tiene aún más enjundia que el abreviado lema: “Lo que es más profundo en el hombre es la piel. En tanto se conoce” (La Idea Fija, 1931).
Hay que conocer, palpar, acariciar la piel del otro para entendernos mejor. Por eso he escogido como ilustración de esta columna Joven con un perro blanco del impactante artista Lucien Freud, nieto del famoso médico Sigmund Freud cuya pregunta fundamental era ¿qué somos o cómo llegamos a ser lo que somos? El óleo del nieto responde de cierta forma a esa pregunta: somos mamíferos inteligentes de exquisita piel que enseñamos obsesivamente curiosidades y caricias. A esa conclusión llegaremos al final de la columna.
Hemos comenzado hablando de literatura y arte, hablemos ahora de genética y paleontología. A la pregunta ¿qué somos? muchos de nosotros responderíamos que somos nuestros genes, nuestro ADN. Y estamos probablemente equivocados. Por el contrario “Todo tiene que ver con la sociabilidad” afirma Svante Pääbo, director de un grupo investigador que estudia el genoma del neandertal (El País, 24 de noviembre, 2014) No somos lo que tenemos dentro, nuestro ADN, somos lo que somos por fuera: nuestra piel, nuestros gestos, nuestros lenguajes.
Nuestro genoma, dice el científico sueco, no es más que una colcha de retazos, patchwork, de todos nuestros antepasados:
No creo que el genoma nos haya hecho humanos. En todo caso, muchos argumentan que no es que nosotros seamos individualmente más inteligentes, sino que todo tiene que ver con nuestra sociabilidad, cosa que me parece plausible. Seguramente tiene que ver con el hecho que estemos tan interesados en enseñar y transmitir nuestros conocimientos entre nosotros. Los monos usan muchos instrumentos, pero no hay evidencia que lo sepan enseñar.
Todo esto nos debe hacer sentir humildes –solo un poco más de 1 % de los nucleótidos difieren entre el ADN del chimpancé y del hombre- y al mismo tiempo orgullosos pues somos excepcionales. No mejores ni superiores que no son categorías válidas en la teoría de la evolución biológica, solo sutil y marcadamente diferentes.
El trabajo investigativo de Pääbo para aislar, amplificar y estudiar el ADN de especímenes humanos primitivos es cuidadosamente narrado en su reciente libro“Neanderthal Man, In Search of Lost Genomes” (Basic Books, 2014) Esta obra puede ser llamada una apasionante novela científica sobre los experimentos y hallazgos en la paleoantropología de los últimos veinte años, pero nada es ficción. Quisiera concentrarme en uno de sus últimos capítulos (20) titulado ¿Esencia Humana? En otros palabras ¿qué somos o cómo llegamos a ser lo que somos?
Primero, el pequeño ser humano comienza a señalar con su dedo compulsivamente lo que le interesa al año de edad. El hombre muestra, enseña, atrae la atención del otro a lo que quiere o le causa curiosidad. A su vez esto suscita una intensa actitud de enseñanza en sus mayores. El hombre es un individuo que señala, enseña y es enseñado con particular predilección. Quizás es lo más humano representado en los frescos de la Capilla Sixtina:
Lo demás son pequeñas peculiaridades genéticas. El autor detalla cinco proteínas que han mutado “recientemente” hace unos 400.000 años y podrían señalar la diferencia entre el neandertal y el hombre moderno. Una de ellas tiene que ver con la motilidad aumentada de los espermatozoides. Esto sería una mutación ventajosa evolutivamente si la hembra puede ser inseminada por varios varones y aquel cuyos espermatozoides son más rápidos pasaría sus genes más eficazmente a las nuevas generaciones. Entre los hominoides la promiscuidad sexual femenina no es muy frecuente. Excepto en los chimpancés bonobos conocidos por realizar coito con diversidad de parejas en variadas posiciones. Por el contrario entre los gorilas, “parientes” evolutivos nuestros, el macho alfa o “espalda plateada” cuida con agresividad sus hembras. En esta última situación biológica los espermatozoides del macho dominante sean rápidos o lentos son los únicos que van a llegar al óvulo femenino. En el hombre moderno característicamente la hembra puede tener distintos compañeros sexuales y aquí si tendría importancia la velocidad y “habilidad” fertilizante del espermatozoide.
Otra proteína mutada en el hombre moderno se relaciona con la piel y sus glándulas sebáceas. Quizás la hace lampiña, sin pelos ni piojos, y suavemente tentadora para las caricias pues la piel es lo más profundo.