Luisa Fernanda Quitian Celis es, seguramente, una de las mejores músicas que le ha dado al mundo Colombia en los últimos años. Una mujer con el alma colmada de magia, pasión en cada mililitro de sangre que corre por sus venas, amante (como pocas) de la música en toda su extensión, convencida de que este mundo puede cambiar positivamente y alguien que debería ser un modelo a seguir para millones de mujeres colombianas que han sufrido en carne propia el drama de la asquerosa violencia de género.
Ella, una mujer que nació en Bogotá a mediados de los años 80, es una de las figuras más representativas del piano en nuestro país. Y no era para menos. Desde los 12 años de edad empezó su romance, incondicional, con ese pedazo de madera que llegó a hacer que una de sus parejas se cansara y le reprochara por su amor hacia el rey de los instrumentos, como ella lo llama. Pero ese grito en búsqueda de atención por parte de su excompañero sentimental no fue tan fuerte como lo que ella siente por los teclados. Ahora no sé dónde pueda estar él, pero sí estoy seguro de dónde está ella: sentada frente a un piano.
Parte de su adolescencia transcurrió en un pueblito del Huila. Garzón le enseñó a amar la música, a disfrutarla y a tocar cada instrumento con devoción sublime. Allí, en la tierra del poeta Yesid Morales Ramírez, conoció a un tal: Leonardo Corrales (un humilde músico empírico). Una persona y un municipio vitales en la historia personal y artística de Luisa Fernanda. Y es que esa parte artística, como ella misma reconoce, se convirtió en una obsesión en cierto punto o en todos, dependiendo de cómo lo veamos. No es normal que una niña no quiera ir a almorzar o desayunar por estar tocando su amado piano, pero eso es algo que nunca van a entender los que no han amado con todo su corazón a algún arte. Eran tales las ganas de Luisa por posar sus dedos en las teclas que no asistía a las clases de pintura o educación física, de las que no quería saber nada y llegaba a negociar con sus profesores para tener un par de horas más de práctica al frente de la extensión de su cuerpo al que ella sabe sacarle el máximo provecho en cada nota. Leonardo Corrales, por eso, merece una mención especial en este texto, pues fue él quien puso el primer ladrillo del edificio musical en la vida de la joven artista bogotana. Las personas que entienden de música, en ese hermoso municipio, sabían que la pequeña Quitian era una futura artista. Pero Luisa no iba a estar mucho tiempo más en Garzón, aunque de su memoria nunca saldrá el parque a donde podía salir a comer helado o a caminar con su perro y respirar la calma del lugar. Al volver al caos de Bogotá, convencida de que quería pasar su vida leyendo partituras y rodeada de instrumentos, tuvo un choque feroz con la vida académica de los músicos. Que un cubano, por seguir la metodología rusa, le dijera que su música era una porquería fue algo que marcó la vida de Luisa, la convirtió en una mujer amante de los retos y vaya si ha sabido demostrarle a sus maestros que no era una más de su clase. Nota: también le enseñó que nunca querría seguir esa pedagogía basada en insultar y menospreciar a sus alumnos, por eso ella prefiere ahora enseñar con cariño y respeto.
Pero el paso por la universidad iba a marcar su vida de forma trascendental tras conocer a un cristiano que, como la mayoría, hablaba de Dios pero actuaba como Satanás. La violencia de género llegó a la vida de la actual pedagoga y ella, por desgracia, tardó en salir de ese infierno. El trabajo psicológico de aislamiento que él realizó en la joven música fue tan eficaz que cuando ella quiso buscar ayuda para pasar la página ya no tenía un solo amigo y el shock que ocasionaba en ella esta situación no le permitía ser sincera con sus familiares. La depresión, como era de esperarse, se instaló en el diario vivir de Luisa Fernanda acompañada por una tendinitis que le prohibía ser feliz tocando a su amado piano o a su otra compañera fiel de madera, cuerdas y curvas prominentes: la guitarra. La opción del suicidio, como en muchos casos, aparecía como un fantasma en la mente de Quitian. El odio y el amor que sentía por su pareja, aunque sea difícil de entender por quienes no hemos pasado por esto, la llevaron a atentar contra su vida en dos oportunidades. ¿Y por qué no denunciarlo? Pues porque cuando lo quiso hacer, en múltiples ocasiones, aparecía la Policía Nacional pidiendo pruebas a Luisa de que esos morados habían sido ocasionados por las manos criminales de su novio.
Y esa misma Luisa, la que fue víctima como millones de mujeres en nuestro país del ataque de cobardes de sexo masculino, es una de las solistas más reconocidas del continente y con la agrupación de reggae más conocida de Colombia, Alerta Kamarada, se ha llevado ovaciones en escenarios de España, Argentina, México o Guatemala. Quitian, esa dama valiente y luchadora que superó un problema del que muchas no pueden salir, me dejó entrar en su vida porque piensa que es importante decirle a las mujeres del país que no están solas y que pueden salir adelante lejos de las garras de esos delincuentes que de amor no saben nada. Luisa, la arreglista, directora y compositora musical que ahora vive en paz, quiere, a través de su arte, convencer a todas las víctimas de la violencia de género en Colombia de que sí existe un final feliz. Ella, tímida y sin muchas ganas de ser reconocida por multitudes, sabe que hay miles de mujeres que están a un paso de llegar en una caja de madera al cementerio pues piensan que atacar es sinónimo de amar. Hago esta crónica como un tributo a las mujeres colombianas que, por cuestiones de la vida, son víctimas de uno de los delitos que debemos repudiar como sociedad con mayor vehemencia.
¡Feliz día de la mujer a todas mis compatriotas!
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(Fotografía: Angela Morales y John Gómez)