El editorial de un número especial de la prestigiosa revista de medicina The Lancet, dedicado al tema de trauma y salud mental, identifica al cambio climático, las migraciones forzadas, la guerra y la pobreza como los hechos traumáticos que están afectando actualmente la salud mental de la humanidad de manera grave. Los indicadores de depresión y ansiedad han aumentado de manera tangible y la sensación de inseguridad y acorralamiento son una constante.
A pesar de la consistencia en los datos a través del tiempo que demuestran el aumento en las tasas de violencia contra las mujeres en todas las regiones del planeta y que empeoran claramente cuando hay emergencias como las descritas por dicho análisis, el tema no se incluye en las causas más frecuentes de trauma. Ni se menciona, a pesar de que la OMS insiste en señalarlo como “la pandemia en la sombra”. Un trauma que afecta a la tercera parte de la mitad de la población en el mundo y se ha demostrado cómo empeoró con la pandemia, la visible, la del Covid, cuando las mujeres se confinaron día y noche con el enemigo en casa.
El tema sí está en la agenda pública, hace parte de los objetivos de desarrollo sostenible, está identificado como uno de los lastres que impiden la buena vida en común con dignidad y justicia, pero los indicadores no sólo no se mueven sino que además empeoran en todo el mundo. En fin, ríos de tinta para el tema pero enormes dificultades en la comprensión para la búsqueda de soluciones.
Antes de Covid, en el 2018 se actualizó la fotografía y los datos, geolocalizados por regiones, mostraron un panorama desolador. Se repite y se repite el dato clave: una de cada tres mujeres ha sido violentada físicamente alguna vez en su vida por un compañero sentimental.
Para mirar cómo está el panorama en nuestro contexto basta leer la encuesta que hizo Medellín cómo vamos (2022) sobre la calidad de vida de las mujeres de la ciudad. Desolador. Se duplicaron los reportes de acoso sexual, el feminicidio no da tregua y es en el hogar ocurren más de la mitad de los homicidios de mujeres.
En el ámbito nacional: el Instituto Nacional de Medicina Legal reportó un aumento del 19 % de violencia de pareja íntima (VPI) entre el 2021 y el 2022, en este mismo año el 85 % de las víctimas de VPI son mujeres y el 42 % de los casos se dieron en el hogar y el 30 % de los homicidios de mujeres fueron perpetrados por su pareja o expareja. Es una peste.
Existe una preocupación mundial porque se estima que dicha prevalencia está en franco aumento y los sistemas de salud no alcanzan a responder a la carga por enfermedad que suponen todas las consecuencias en el corto, mediano y largo plazo que tiene la violencia contra las mujeres (VCM) para su bienestar. Se conoce técnicamente como “la carga de salud escondida” en los organismos multilaterales. Cada vez se reportan mujeres más jóvenes como víctimas, cada vez las agresiones son más variopintas, en múltiples escenarios -redes sociales por ejemplo, y el feminicidio aumenta.
Muchas otras consecuencias están ampliamente documentadas: los costos económicos, el impacto social, la relación con la violencia pública sociopolítica y el desarrollo de la infancia. Como un alacrán que se muerde la cola, se rompe el tejido social por uno de los puntos más sensibles de la red de relaciones humanas, la de la reproducción biológica y cultural de la interdependencia, el cuidado, la confianza y la intimidad.
Se han revelado asociaciones entre la VCM y nuestro deterioro como especie: estamos menos dispuestos a cuidarnos y a sentirnos parte de una misma casa/planeta, tenemos más predisposición al conflicto, aprendemos en casa a solucionarlos a través de la agresión, perdemos recursos y fuerza laboral, depredamos más y así, interminablemente, se contribuye al deterioro del medio ambiente, la paz, la estabilidad social y el bienestar y desarrollo de la gente.
Existen muchos modelos que han contribuido a la comprensión del fenómeno. El reclamo actual es que la dificultad en mover los indicadores habla de la necesidad de afinar las teorías para lograr mejores intervenciones. Hoy escojo este modelo, después podré hablar de otros, porque en el país existe, por fín (¡!¡!), en este momento, nuestra versión criolla del MeToo, el colombiano. Afortunadamente ya se está hablando de casos en el mundo académico, político, artístico, literario, y periodístico. Creo que este diagrama del modelo contribuye a la conversación informada y reflexiva.
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En el país existe, por fín (¡!¡!), en este momento, nuestra versión criolla del MeToo
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El Modelo de Poder y Control (Dulluth Model), en la figura, nos habla de las formas de abuso no físico más comunes y sintetiza el patrón intencional más comúnmente utilizado por los agresores contra sus parejas mujeres, para controlarlas y dominarlas. Utiliza la rueda para demostrar la dinámica: las amenazas y la coacción producen miedo en la víctima, reducen su capacidad de defensa y la someten a la repetición de los actos violentos, que, como los aros de la rueda, giran y giran, es decir ocurren de manera repetida, simultánea pero cambiante en sus formas.
Cada vez que lo veo recuerdo el famoso “ventilador”, la metáfora que se usa en Colombia para describir lo que pasa cuando alguien “lo prende” para contar cosas de las que no se ha hablado y tampoco se ha querido oír. Pues bien: este es el “ventilador” de la peste. Así se esparce.