Una de las soluciones más simples e inoperantes para realizar intercambios viales entre calzadas de alto flujo vehicular es construir glorietas. Es decir, lo que los colombianos mal llamamos, según la región o el estrato, round point, rompoy, romboi o romboy. Hacerlas, en la actualidad, denota pobreza mental o económica, o, incluso, mala fe. Si existe presupuesto para construir cruces medianamente complejos, de la manera debida, se deben diseñar pasos deprimidos o puentes, pero jamás glorietas. Son soluciones obsoletas que lo único que logran es embotellar las calles que desembocan en ellas. Si en las principales urbes del mundo se conservan rotondas, es, en la mayoría de los casos, porque se encuentran en lugares emblemáticos cuya estética se vería afectada con una intervención urbanística moderna. Los casos más representativos son el de Columbus Cicle, en Nueva York, situado en la esquina suroeste del Central Park, y, sobre todo, la Charles de Gaulle Étoile, en París, la famosa glorieta-estrella en cuyo centro se encuentra el Arco del Triunfo.
Si queremos verificar la pesadilla en que se convierte una glorieta cuando hay bastante tráfico, basta circular en horas pico por cualquiera de las que existen en los sitios neurálgicos de las grandes ciudades del país. La de la Plaza Minorista de Medellín es campeona olímpica. O si deseamos sufrir un desespero extremo, de varias horas (peaje incluido), viajemos entre Medellín y La Ceja, o entre Llanogrande y Medellín, un fin de semana o un puente, pasando por las glorietas de Sancho Paisa, La Fe y Don Diego, las que hace años deberían estar convertidas en intercambios viales decentes.
Sin embargo, a los alcaldes y a los directores de obras públicas de muchos de nuestros municipios les encanta conservarlas, o peor aún, construirlas, colapsando con ellas las ampliaciones de las calles y las nuevas vías. Basta recorrer Rionegro y sus alrededores para atestiguar que, en todas las carreteras recientes, o en los ensanches, pululan las glorietas. No sé, a ciencia cierta, si es por escasez presupuestal, por falta de imaginación o por viveza. ¿Será falta de dinero o de cacumen? ¿O será por intereses calculados? Construir para destruir para volver a construir: “Es el negocio, socio”, y la plata, en una bien fluyente rotonda, esta sí, circula sin atascos y va y vuelve.
¿O será que la imaginación de los gobernantes y sus electores no nos da para más, y de verdad tenemos cerebro de glorieta?