Una nota un tanto sentimental de comienzo de año. No es posible asumir personalmente todas las tragedias del mundo a la manera de Atlas, el titán de la mitología griega condenado por Zeus a cargar sobre sus hombros la bóveda celeste. Estamos familiarizados con el gigante que carga el globo terráqueo, pero no con el hecho de que la omnipresencia instantánea de los medios de comunicación en todo cuanto ocurre impide que seamos indiferentes y de alguna manera todos seamos pequeños Atlas, cargando con el mundo.
Ojos que no ven, corazón que no siente. Todas las catástrofes, guerras, hambrunas, de la historia sucedidas antes del siglo XX nos eran ajenas. Y eran terribles, de nunca acabar, dejando millones de muertos y damnificados. Las personas se enteraban de ellas cuando ya habían terminado. Más urgente era la discusión del vecindario sobre la política local, los amores contrariados de los vecinos, las escandalosas infidelidades de las señoras bien, los lutos familiares, el desbordamiento de una quebrada, los saqueos al erario y en casos extremos, las disputas partidistas o la guerra civil. El mundo no era la aldea global de la que hablara McLuhan, ya en el Siglo XX, sino la verdadera aldea, de confines reducidos que marcaba la frontera de la tranquilidad pública y la felicidad personal.
La BBC de Londres hizo un resumen de 15 minutos sobre los grandes eventos del año 2023, con la advertencia previa de que podía contener imágenes perturbadoras, porque era como para sentarse a llorar. La guerra producida por la invasión rusa a Ucrania, que se reduce a atentados con drones rusos sobre la población civil y que ante la disminución de las ayudas de Estados Unidos y la Unión Europea parece estar perdiendo Ucrania. Una intervención imperialista en pleno siglo XXI que no parece tener un fin próximo.
La BBC hizo un resumen de 15 minutos sobre los grandes eventos del año 2023, con la advertencia previa de que podía contener imágenes perturbadoras, porque era como para sentarse a llorar
La Guerra entre Israel y Hamás, en la cual es tan difícil tomar partido porque otra vez las víctimas son la población civil. Una agresión infame y cruel de Hamás contra Israel que produjo 1.200 muertos cuya desmesurada reacción ha sido la virtual destrucción de la franja de Gaza con más 20.000 de muertos y dos millones de desplazados, tampoco con desenlace próximo sino más bien con la posibilidad de un incendio general en el Oriente Medio. Y un indeseado efecto colateral, el resurgimiento del antisemitismo, que no puede confundirse con la condena a la brutal reacción del Estado de Israel.
Y de los desastres naturales, el espantoso terremoto que afectó varias áreas de Turquía y su vecina Siria, que más parece un desastre causado por humanos, pues la mayoría de las víctimas perecieron en construcciones que se derrumbaron porque no cumplían con los requerimientos de seguridad y dejaron sin hogar a otros miles. Y otro más en Marruecos. Incendios nunca vistos en Canadá, Grecia y Hawai. Inundaciones en Libia, erupciones volcánicas en Islandia. Para no mencionar la muerte de Tina Turner, Lisa María Presley y Raquel Welch
Contra ese panorama de destrucción, que más parece el fin de mundo cuando se pasa en la pantalla de televisión como si hubiera sucedido en el mismo lugar, algunas notas amables: la coronación de Carlos III, fastuosa; el auge de la Inteligencia Artificial, que resucitó a los Beatles, y las multimillonarias giras de Beyoncé y Taylor Swift.
Lo que sucedió en Colombia en el 2023 también es como para sentarse a llorar: el auge del narcotráfico, la muerte de líderes sociales, la presencia de ejércitos privados con control territorial, las grandes ciudades en poder de la delincuencia y la ubicua corrupción. A duras penas podríamos con esa carga si también nos la echamos encima. Toca tomar distancia de todo aquello que sucede alrededor del mundo o en Colombia, y no nos sucede personalmente, para tener algo de equilibrio emocional. No es indiferencia, es solo la madurez que nace del reconocimiento de lo poco que podemos cambiar, para concentrarse en ello.