Una profunda incomprensión rodea el frecuente robo de bolsos a mujeres en países como Colombia. Ante la pregunta "¿qué cosas tenía de valor?", las mujeres generalmente se avergüenzan de listar los cosméticos perdidos, aunque sepan que allí reside gran parte del valor de una cartera. Un vulgar ladrón termina tirándolos a la basura, ignorante de su valor e incapaz de venderlos.
La compra de cosméticos representa una cuota significativa en la canasta femenina. De acuerdo con WWD Beauty Inc., en 2012 las cien empresas del mundo líderes en la industria cosmética vendieron productos por 195.000 millones de dólares. El tradicional y pequeño segmento delos esmaltes fue uno de los de mayor crecimiento, impulsado por la moda del arte para las uñas que hoy vemos en todo tipo de jovencitas, caucásicas y asiáticas, ricas y pobres, de Tokio y Medellín.
En este panorama global, las diferencias culturales, raciales y étnicas, se convierten en una variable más a controlar. Para empresas como Unilever y L'Oreal los mercados africanos y afroamericanos representan no solo un segmento de crecimiento, sino una obligación en desarrollo tecnológico e investigación aplicada. Los estudios sobre pigmentación de la piel y tipos de cabello son un reto científico y tecnológico impuesto por las necesidades comerciales.
Pero la industria de la belleza no se limita al poderoso segmento cosmético. La moda, la medicina estética, la dietética y el fitness, componen un conglomerado industrial cuyo lugar en la economía mundial es comparable con el negocio de la tecnología para el hogar, en términos de los capitales que hace circular y su incidencia en la canasta familiar.
Unido a esto, una muy variopinta producción investigativa en los campos de las ciencias bioquímicas, biomédicas y sociales, amplían los territorios del conocimiento sobre el cuerpo, la belleza y el consumo. Hoy, es frecuente encontrar investigadores sociales desarrollando estudios etnológicos, antropológicos y hasta filosóficos sobre la belleza, ya no referida al campo del arte, sino como principio normativo de la conducta, imaginario hegemónico, valor de cambio y hasta herramienta de dominación cultural. La belleza es objeto de estudio, mercancía a producir y forma a modelar.
Pero sobre todo, la belleza es una pesada carga. Nada más costoso emocional, física y económicamente que mantenerse bella, excepto —tal vez— el ser madre, variable que, sin embargo, cada vez más se organiza con relación a la belleza: la maternidad estropea, es literalmente traumática. Y no es cierto que el azar genético sea del todo una bendición. Es tan desgraciado nacer bello, como la obligación cotidiana de arreglarse, repararse y refinarse para darle la cara al mundo.
Quizá lo más fascinante de la belleza es su capacidad para producir monstruos y perversiones. Por la belleza se educan los umbrales del dolor. La depilación, el peeling y las terapias con láser, son rituales en los que el dolor físico da forma a lo bello mientras enaltece moralmente. Pero también pone en riesgo, deforma, quema, mancha e incluso mata. Para ser bellas, las mujeres deben sobrevivir a los estragos de la propia belleza.
Hoy, la belleza es quizá uno de los últimos reductos de la tragedia: una mujer bella, aunque sobresalga en los circuitos del deseo, es por ello mismo terriblemente vulnerable. Lograda la renuente, parcial y momentánea belleza, ellas deben defenderla del sol, la lluvia, la polución, la comida, el tiempo, las hormonas, el sueño y la violencia.
Ante la belleza, algunos son incluso incapaces de reprimir el deseo de vandalizar y destruir lo que se les aparece como hermoso y, por ello mismo, indigno de existencia. Los frecuentes ataques con ácido en Colombia lo demuestran: no buscan matar, tanto como invalidar, ensuciar, mancillar y dejar por fuera del deseo lo que de otro modo estaría destinado a ser su objeto obligado: “Lo que no es pa’ mí no es pa’ nadie”.
Así, trágicamente, comienza cada día para muchas personas: condenadas a defender su belleza del entorno y de sí mismas.
Aditamento:
Tras escuchar al exministro de Educación Jaime Niño decir que “Todos a Aprender” (www.todosaaprender.edu.co) es el programa educativo más importante de los últimos cincuenta años en Colombia, no me podía quedar con las ganas de indagar en el trasfondo de semejante afirmación. Y quedé realmente impresionado. La política puede resumirse fácil: escogieron a los peores colegios públicos de Colombia, para llevarles los mejores maestros, las mejores prácticas y el mejor material educativo.
Desde luego, la mayoría de estos colegios quedan en zonas rurales y por eso en Bogotá nadie conoce el programa, pero el impacto mediático es lo de menos cuando se contrasta con la realidad regional: más de 2 millones de niños tratados, por fin, como personas dignas de recibir una buena educación. Ojalá que Santos les cumpla la promesa de convertir el programa en política de Estado, no sería justo que semejante esfuerzo sea flor de un día.