Mi hija adolescente insiste en que en cuanto a la música se refiere J Balvin es una porquería. Tiene razón, no lo dudo, aunque le replico entusiasta que lo suyo, lo de Balvin, por flojo, fácil y predecible que venga a ser, significa una manifestación de algún tipo de arte y eso, por sí solo, le confiere un valor, cierta razón para estar dando de qué hablar en un mundo que produce y demanda lo conveniente para matar tiempo y llenar de manera programada algunos bolsillos.
Luego de este intercambio vino el episodio de Perra, la canción reciente de Balvin y su video que han aportado para cantidad de debate y que en la tras escena seguramente estarán sirviendo para llenar caletas de dólares felices e indocumentados, lo que a fin de cuentas constituye el anhelo de esta fábrica que produce música, realities, noticieros o series sagazmente pensados para hacer lo que el espíritu capitalista quiere y obtiene de una humanidad que se lo agradece de rodillas: que gaste, que consuma consumo, que compre distracción, tire a la caneca y vuelva enloquecida de ansia y síndrome de abstinencia al gigantesco supermercado de entretenimiento para dejar allí más billetes y tarjetas de crédito.
Balvin y su música resultarán por seguro un asco en cuanto a clichés de machismo, sexismo, racismo, dominación de género y todo lo turbio que le atribuyen quienes no lo oyen por gusto, aunque lo bailen casi sin excepción cuando se da la oportunidad. Perra está lejos de la Escalera al Cielo; Balvin a varias reencarnaciones de Robert Plant o incluso de Alejo Durán que canta La perra, una canción parecida a la del lío; y en cuanto a elaboración, lo de Balvin apenas si llega a semejar un carrito de hot dogs según le tiró a la cara René Pérez, Residente, riñéndole por cosas de premios de la industria.
________________________________________________________________________________
´Perra´ está lejos de la ´Escalera al Cielo´: Balvin a varias reencarnaciones de Robert Plant o incluso de Alejo Durán que canta ´La perra´, una canción parecida a la del lío
________________________________________________________________________________
Aún así Balvin es un cantante, un intérprete, incluso podría decirse que tan solo un mensajero, una herramienta útil de la cuestionable pero poderosa factoría de entretenimiento artístico. Por lo tanto, caer en la excitación de censurarlo vía tutela en algún tribunal, de prohibirlo en las plataformas digitales como pretende cierto ciudadano horrorizado por su video, sería un precedente más que peligroso en esta sociedad colombiana donde la neoinquisición, sus voceros, sus políticos y sus lagartos quisieran encender y mantener amenazantes las hogueras de la doble moral.
Bien hace el Ministerio de Cultura en oponerse a una acción judicial tan contraria a la libertad de expresión, al menos así lo cuentan las noticias; y mejor lo hace pues con esa posición casi deja sentada una rectificación ante el todavía fresco recuerdo de un ramplón y censurador embajador nacional que defendía llevar “cosas neutras” de escritores colombianos a la pasada Feria del Libro de Madrid.
Apenas días atrás Bélgica negó la extradición de un rapero reclamado por España acusado de unas letras injuriosas contra el Rey de España o el exrey, todo porque le enumera cosas como aprovechador del fisco y matador de animales al que debería caerle una soga al cuello; en pocas líneas, lo busca y asecha la justicia española por cantar verdades cantadas sobre un viejo de tan mala sangre.
La decisión belga, por encima de las toneladas de hojas legales, se basa por supuesto en la libertad de expresión, en esta libertad como sostén de toda creación artística, toda creación que puede ser pésima, fea, fantástica pero que es un universo basado en la no censura oficial como principio inviolable.
El gran supermercado de entretenimiento, la estantería de oferta de arte y creatividad en buena medida es eso que dice René, Residente: un carrito de hot dogs. Ese carrito, que alguna buena escritora ha extrapolado en el sentido de que hoy “la cultura y la creatividad son el protoplasma del capitalismo”.
Ese carrito es la industria en la que trabaja Balvin, el mismo René o Vives; son las redes, la imagen rentable de la intimidad de cada uno, los videos, los tuits que ustedes tiran al mundo generando una caja registradora que se vuelve visitas, congestiones en la red, histerias, likes y dólares, muchos dólares que se multiplican cuando hay escándalo, escándalo que su vez otorga premios, premios que reproducen dólares sin bodegas tan grandes para esconderlos.
Siendo franco no es mucho lo que me importa Balvin como artista o como pieza visible de una industria. Pero me importa, y mucho, si con el pretexto de condenarlo o censurar su música la neoinquisición y la godarria lograsen abrir la puerta para calcinar en sus hornos la libertad de expresión.