Alfredo Bateman
Economista y master en economía, Universidad Javeriana
@alfredobateman
En los últimos años, Colombia ha vivido una re-primarización de su economía que ha afectado sectores productivos como la industria y la agricultura. El país ha sido víctima de la enfermedad holandesa debido al flujo de inversiones hacia el sector minero-petrolero, con la consecuente revaluación cambiaria y la perdida de competitividad de sectores cruciales por su generación de empleo e ingresos para sectores importantes de la población.
Insistentemente, diversos actores han venido llamando a tomar medidas. Medidas que van desde un compromiso decidido del Banco de la República con el crecimiento económico y no sólo con el control de precios, hasta propuestas como la de José Antonio Ocampo de imponer un impuesto a las exportaciones mineras y petroleras.
Y si ese es el debate a nivel nacional, en los ámbitos locales es mucho más profundo. En lo local es donde se perciben los efectos concretos de la re-primarización de nuestra economía.
A nivel nacional se puede plantear, que tomando las medidas adecuadas, no existe una dicotomía o una contradicción entre el desarrollo minero y el desarrollo de otras actividades productivas más ligadas con la economía real. Sin embargo, a nivel local, las contradicciones pueden ser más profundas, hasta el punto que simplemente las actividades sean incompatibles.
Y el caso de Santa Marta es emblemático por lo que representan los efectos no solamente económicos, sino fundamentalmente ambientales y simbólicos.
Santa Marta tiene, desde sus propios orígenes coloniales, entre curas y piratas, una historia marcada por la pobreza y el permanente rentismo de unos pocos. El contrabando, el desarrollo agrícola basado en el mono-cultivo y la gran extensión (banano y palma) y más recientemente la actividad minera y la producción de droga en la Sierra Nevada de Santa Marta, ha marcado el tejido económico de la ciudad, así como sus precarias fuentes de empleo.
El debate y las decisiones de hoy son cruciales. La Sierra Nevada y su entorno eco-sistemico para el control mafioso del territorio, o la sustentabilidad del, tal vez, más importante pulmón ambiental del continente.
Así mismo, sí la ciudad mantiene el desarrollo de una actividad minera rentista, que genera unos impuestos y empleos bien remunerados, que terminan siendo pírricos. Aunque hay que decir que en el caso de los empleos, están estratégicamente distribuidos en los circulo de poder.
En la coyuntura actual, donde vemos cada vez más cerca el hito histórico de los 500 años de la llegada de un imperio decadente, y cuando la ciudad se ha puesto a pensar, creo que por primera vez, en un plan estratégico de mediano y largo plazo, es imperativo tomar decisiones acerca de la vocación productiva de la ciudad.
Es momento, definitivamente, de hacer apuestas y tomar acciones consecuentes. Hoy, el capital ambiental y la sustentabilidad de los ecosistemas no son un mero capricho, están en el núcleo de la competitividad.
La vocación competitiva de Santa Marta y su posible desarrollo económico esta intimamente ligado con su entorno. El tejido empresarial futuro de la ciudad estará en el turismo sostenible, el conocimiento del ecosistema marino, en la investigación científica de las riquezas de la Sierra, y en definitiva, a todas las cadenas de valor y el desarrollo industrial y de servicios que en torno a ellas se generan.
La claridad estratégica de hacia donde va la ciudad permitirá desarrollar una serie de macro-proyectos que se sumaran a algunos ya existentes, como la transformación del Rio Manzanares, el desarrollo del puerto y la realización de los juegos bolivarianos, que, con inversiones privadas, por ejemplo vía APP`s, constituirán una verdadera transformación urbana y de equidad.
