Cuando le damos créditos a los chismes, sin antes averiguar si son verdades, estamos validando nuestra mediocridad. Y no es que a los chismes no hay que pararles bolas, no. Al contrario, si hay que tenerlos en cuenta, siempre y cuando sea para averiguar si son ciertos y no para replicarlos, como hacen hoy en día los chismosos y chismosas de las redes sociales.
Ha sido el pensamiento que siempre he mantenido desde antes de ser periodista. Recuerdo un día, cuando estudiaba primer semestre de arquitectura en la universidad CUC de la Costa en Barranquilla, carrera que escogí estudiar por mi inclinación hacia el dibujo, pero que después dejé, porque supe que no era lo mío, yo vivía alquilado en la habitación de una casa cercana a la universidad.
La dueña de esa residencia era una adulta mayor y quien me contó que ella había conocido en persona a Gabriel García Márquez, cuando él trabajaba en El Heraldo. Y me describió hasta cómo solía vestir Gabo para esa época. Me dijo que acostumbraba colocarse cascabeles en sus pantalones, más exactamente en los extremos inferiores de las perneras, para que cuando caminara por las calles y oficinas de El Heraldo, lo escucharan ir o venir.
Me explicó que esa era una moda de algunos hombres para entonces. Yo, con 19 años de edad, recién graduado del Liceo Celedón de Santa Marta y con la idiosincrasia costeña de que, todo el que se vistiera raro era marica, le pregunté que si estaba insinuando que Gabo era gay y no me lo confirmó, pero tampoco lo negó.
Desde entonces comencé a averiguar quién era en realidad Gabriel García Márquez, para lo cual empecé a leer sus libros, sus cuentos y hasta sus columnas dominicales en El Espectador y descubrí o mejor dicho, me di cuenta de que, lo que quiso insinuar la anciana arrendadora, estaba muy lejos de lo que realmente era Gabo, quien acababa de ganarse el premio Nobel de Literatura y en Colombia todo el mundo estaba sorprendido por dos motivos: El primero, porque en el país nadie lo conocía y el segundo, porque era un exabrupto que un vulgar costeño corroncho hubiera obtenido semejante galardón.
Ese era el chisme de antes, que los costeños eran corronchos y vulgares, aunque algunos en el interior del país todavía lo creen cierto y por eso estaban tan alarmados, porque le dieron ese premio.
Aquí en la Costa, muchas veces se creía que, quien se vistiera raro, practicara un arte como cantar, escribir, pintar y bailar, estaba loco o era amanerado.
La mitad de la gente no lo expresaba, pero la otra mitad sí lo hacía y más cuando el personaje a criticar se volvía famoso.
Reconozco que esa mentalidad ha cambiado un poco en algunos, pero ese arraigo cultural o costumbre es tan fuerte, que hasta al más brillante o muy intelectual que sea, se le hace muy difícil de obviar.
Siempre termina pensando como lo hacían antes, porque es más fácil creer en los chismes que averiguar si en realidad es cierto, a pesar de que ahora es más fácil averiguar con tan solo un click en la Internet.
Antes había que buscar libros en las bibliotecas y leerlos. O ir a los archivos de los periódicos y hojearlos.
Ahora uno entra a Google u otro buscador o le preguntas a cualquiera Inteligencia Artificial y te cuentan todo lo que se ha dicho de alguien o algo, incluyendo chismes y no chismes.
De modo que, la diferencia que hay entre un periodista y un chismoso, es que el periodista toma el chisme para averiguar la verdad en aras de una responsabilidad con la sociedad, mientras que el chismoso los replica por ignorancia, maldad e irresponsabilidad social.