Como si tratara de la peor pesadilla de Kafka, las empresas que prestan el servicio de salud en Colombia han optado por deshacerse de sus 'clientes' de la manera más sencilla: a través de la solicitud de citas médicas por teléfono. Compensar, aquella a la que tengo afiliación, tardó dos semanas en responder mi llamada. Era posible pasar una hora en el teléfono sin que nadie respondiera. Cuando al fin una operaria, con seguridad humilde y sin ninguna relación con los autores intelectuales del asunto, me contestó, su excusa entre balbuceos fue: “ (...) es que están solicitando muchos certificados médicos escolares.” Cualquier atajo, cualquier palabra, para que la 'clienta' no complicara la llamada pues hay muchas que atender. Miles de las cuales, naturalmente, no serán atendidas.
Hace poco perdí mi afiliación médica por la “edad” límite para ser una 'beneficiaria', es decir, la edad que este país impone para dejar de ser desempleada (aunque a muy pocas personas jóvenes les den empleo porque 'no tienen experiencia') y empezar a darle el escaso sueldo que se reciba a un sistema de salud y de pensiones que no sirve y en el que pocas personas de mi generación, tal vez ninguna, tiene alguna confianza. Durante estos meses estuve a la espera de tener de nuevo una afiliación, esta vez, como 'cotizante'. Sin embargo, esto tampoco es suficiente. Para Compensar es más importante que el primer pago de ese trabajo se haga, solo así es posible pedir una cita médica: “Señora, como la empresa para la que trabaja no ha hecho el primer pago, debe esperar seis días hábiles. Luego debe confirmar que la empresa realizó el pago y, en adelante, puede solicitar su cita. Mientras tanto puede tener servicio médico de urgencias.” En resumen, antes de tres semanas no podré ir al médico después de otras dos de estar esperando a que me contestaran una llamada y ante la posibilidad de que esa cita, una simple cita en medicina general, la programen para dos o tres semanas después de haberla pedido. Total: podré ir al médico después de dos meses de estar a la espera. Dos meses en los que una enfermedad puede agravarse; dos meses en los que cualquiera puede pasar días y noches de preocupación por un dolor que no desaparece, por una molestia que ha empeorado. Algo que ni a Compensar ni al gobierno le importa pues lo que cuenta es que el 'cliente' pague. Primero la plata, luego la atención.
Según esta lógica, en la que aquel que atiende es anónimo pues no tiene ninguna responsabilidad real por la situación y en la que el paciente es un número más, “nadie tiene la culpa”: ¿será eso cierto? “La espiral burocrática en la que se ha transformado el servicio de salud es así porque esas son las condiciones en las que puede ser” ¿Sí? Al final, todos somos culpables. Las empresas, el gobierno y, nosotros, los pacientes. Ellos por su negligencia, por la imposición de su modelo económico y político a la educación y a la salud, ¡a la vida! Y nosotros por aguantar en silencio, por no exigir que dejen de jugar con el dinero de nuestro trabajo que nos obligan a entregarles en impuestos y en descuentos a nuestros salarios. Nosotros, por esa capacidad infinita de permanecer inmutables ante nuestra propia desgracia. Es claro que a ninguno le importa si, de a pocos, este sistema de salud nos asesina con la espera en el teléfono, con los plazos de 'días hábiles', con las citas después de meses. ¿Hasta cuándo? Tal vez 'hasta siempre'.